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El disfraz de hombre como pasaporte al mundo de la cultura en Pope Joan (1996) y en Yentl (1983): una interrelación cine – literatura

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Demostración de superioridad intelectual frente a un estudiante varón

La demostración de cierta superioridad intelectual frente a un estudiante varón, ingrediente de toda reivindicación intelectual feminista que se precie, se canaliza, tanto en la versión cinematográfica de Yentl como en la novela de Cross, mediante la respuesta inoportuna de la joven a una cuestión propuesta por el maestro a un muchacho que se muestra incapaz de sostener el ritmo vertiginoso del cuestionario que se le plantea:

RABINO MENDEL. Bien, ¿y quién es sabio?

ALUMNO. Aquel que sabe…

RABINO MENDEL. Inténtalo otra vez. ¿Quién es sabio?

YENTL. Aquel que aprende de los demás.

RABINO MENDEL. ¿Y quién es rico?

ALUMNO. Ah, eso sí lo sé. [Aquel que tiene un gran corazón.]

YENTL. [Aquel que se conforma con lo que tiene.]

RABINO MENDEL. Yentl, ¿está ya la cena preparada? Sí, aquel que tiene un gran corazón

y aquel que se conforma con lo que tiene.

ALUMNO. Rabino Mendel, ¿cómo puede tener una pregunta dos respuestas?

RABINO MENDEL. Ah, David. A veces hay muchas respuestas para contestar a la misma

pregunta. Y ahora la última, ¿quién es fuerte?

ALUMNO. (se distrae mirando algo) Eh…

RABINO MENDEL. No, no… ¿quién es fuerte?

YENTL. Aquel que domina sus pasiones.

RABINO MENDEL. Concéntrate, David.

YENTL. Aquel que domina sus pasiones.

RABINO MENDEL. Inténtalo, David.

ALUMNO. Lo estoy intentando. Aquel que…

YENTL. ¡Aquel que domina sus pasiones!

ALUMNO. (sorprendido) ¿Yentl conoce el Talmud?

RABINO MENDEL. Creo que ya es suficiente por hoy.

ALUMNO. Mi padre dice que una mujer que estudia el Talmud es como un demonio.

RABINO MENDEL. Ella no es un demonio, pero tiene las orejas muy largas; de modo que no hables de esto con tu padre.

Las semejanzas con el siguiente pasaje, en efecto, pudieran no ser casuales: Complacido con este pequeño triunfo, el canónigo pasó a partes más difíciles del catecismo. Juana lo lamentó y podía ver que Juan estaba cerca del pánico.

– ¿Qué es la vida? – La alegría de los bienaventurados, la pena de los tristes, y… y… – La voz se le quebró.

Esculapio cambió de posición en la silla. Juana cerró los ojos, concentrándose en las palabras, haciendo fuerza para que Juan las pronunciara.

– ¿Si? – preguntó el canónigo –. ¿Y qué?

La cara de Juan se iluminó de inspiración.

– ¡Y la busca de la muerte!

El canónigo asintió secamente.

– ¿Y qué es la muerte?

Juan miró a su padre como un ciervo atrapado que ve acercarse al cazador.

– ¿Qué es la muerte? – repitió el canónigo.

No valía la pena. La vacilación en la pregunta anterior y el enfado creciente del padre habían aniquilado todo aplomo en Juan. Ya no podía recordar nada. Su rostro se derrumbó; Juana supo que se pondría a llorar. […] Ella no pudo soportarlo más. […] Antes de que supiera lo que estaba haciendo, exclamó:

– Un hecho inevitable, una peregrinación incierta, las lágrimas de los vivos, el ladrón de los hombres.

Sus palabras cayeron como un rayo entre los otros. Los tres la miraron y en su rostro había un espectro de emociones distintas. En el de Juan había tristeza, en el de su padre cólera, en el de Esculapio asombro (Cross 2003: 47-48).

Aunque ninguna de las versiones cronísticas presenta algo parecido, debe decirse, en honor a la verdad, que La Papisa Juana de Royidis recoge un diálogo muy semejante, en el que encontramos, incluso, un eco textual concreto, la pregunta referida a la vida y la muerte. El contexto en que éste se desarrolla es, sin embargo, muy diferente, porque, al contrario que el de la obra de Cross y que el guión de Yentl, el pasaje no representa el examen que un maestro realiza a su discípulo y en el que, inesperadamente, interviene una chica, que demuestra su mayor agilidad mental; sino que se limita a recoger el repertorio de preguntas que el padre de Juana le formula en los palacios de los nobles, exhibiéndola como mono amaestrado para ganar algún dinero. Cross, al tomar las palabras de uno y, plausiblemente, la situación del otro, ha creado un producto enteramente propio.

La asunción de una apariencia y de un nombre masculinos

La asunción de una apariencia y de un nombre masculinos es otro punto en que novela y película pueden considerarse paralelos. Lugar común es, ciertamente, la necesidad que tienen las heroínas de cortarse el cabello cuando deciden hacerse pasar por hombres. La escena sobrecogedora en que Yentl, de luto por la muerte de su padre, se mira a un espejo roto y comienza a cortarse el pelo, se corresponde con el pasaje en que Juana, recién muerto su hermano Juan a manos de los vikingos, usurpa su identidad, sus ropas y su nombre, y corta sus rizos con un cuchillo: Fue al altar. Se soltó la capa y puso la cabellera sobre él. Los rizos se desplegaban sobre la pulida superficie de piedra, casi blancos en la última luz. Levantó el cuchillo. Lenta y deliberadamente empezó a cortar (Cross 2003: 173).

Lo que pudiera no ser casual es que el nombre masculino que deciden portar las dos heroínas sea, justamente, el de un hermano muerto, porque si Juana, como hemos visto, toma el de Juan, la Yentl cinematográfica asume el de Anshel, su único hermano, que murió de forma prematura. El hecho es significativo no sólo porque las crónicas no revelen dato alguno sobre los posibles hermanos de la papisa; sino, porque, en caso de que existiera una relación efectiva entre la historia de Yentl y la de Juana, sería claro indicio de que Cross se inspiró en la versión cinematográfica y no en el relato de Singer, en el que Anshel no era el nombre del hermano muerto de Yentl, sino de un tío suyo.

El éxito y renombre que alcanza la mujer disfrazada de varón

Debido a su carácter genérico, creemos que el éxito y el renombre que adquiere la mujer disfrazada de varón no constituyen aspectos en los que deba postularse una relación intertextual. Aunque Yentl, caracterizada como Anshel, se convierta, por su capacidad argumentativa y su erudición, en el primero de su escuela, del mismo modo en que Juana llega a ser la más reputada autoridad de Roma, no es necesario, en principio, establecer vínculos efectivos, pues este dato aparecía ya recogido en las crónicas sobre la papisa.

Pasajes como el siguiente pueden explicarse, en efecto, como fruto de la adaptación de los viejos textos, aunque nos queda la duda acerca de si tiene un correlato cinematográfico la misteriosa sonrisa de Juana, semejante a la que esboza Yentl, cuando en la escuela, rodeada de un centenar de hombres, es la única capaz de dar la respuesta adecuada a la pregunta que plantea el rabino:

La profundidad y la amplitud de su educación no tardaron en darle reputación de erudito brillante. Acudían teólogos de toda Roma a mantener con ella diálogos sobre el saber; siempre se marchaban asombrados de la magnitud de su conocimiento y su rápido ingenio en las discusiones. Cuanto más se habrían asombrado, pensaba Juana con una sonrisa secreta, si hubieran sabido que quien los había derrotado era una mujer (Cross 2003: 262).

 El rechazo de una vida junto al hombre amado a cambio de independencia

El hecho de que Juana rechace una vida junto a Geroldo, a quien ama desde niña, por no perder el prestigio y la independencia adquiridas a lo largo de los años en que ha vivido disfrazada de varón, conecta más verosímilmente con la historia de Yentl, que declina la oferta de matrimonio de Avigdor porque no quiere pasar el resto de su vida remendando sus calcetines. De hecho, cuando Geroldo propone a Juana que abandone su hábito masculino y sea su esposa, ésta, airada, aunque tan cautivada por él como Yentl por Avigdor, le responde:

¿Qué esperabas? […] ¿Que me escapara contigo en cuanto me lo mandaras? –Dejó que la ira subiera en su interior como una ola para que acallara sus demás emociones, más peligrosas–. Aquí tengo una vida, y una buena vida. Tengo independencia y respeto, y oportunidades que nunca tuve como mujer. ¿Por qué iba a abandonarlo todo? ¿Para pasar el resto de mis días confinada en una casa, cocinando y bordando? (Cross 2003: 323).

Decimos que puede existir relación, además de por el motivo del coser o del bordar y la manera efectiva de formularlo, porque, en la mayor parte de los relatos de travestismo, vestir las ropas del sexo opuesto se concibe como una argucia transitoria.

La Mulán del poema chino o la doncella guerrera de nuestros romances, por ejemplo, cuando han sufrido ya lo suficiente en el campo de batalla, abandonan las armas, toman la rueca y se ponen a hilar, o contraen matrimonio. Por otra parte, las crónicas y la novela de Royidis no aportan nada en este sentido: las primeras por su carácter escueto, y la segunda porque, al suponer que el amor de la infancia y el de la edad adulta corresponden a hombres diferentes y que el último es, de hecho, más lujuria que amor, no da pie a que el enamorado formule propuestas de este tipo.

CONCLUSIONES

Al examen de estos cinco puntos debe añadirse, para concluir, una interesante declaración de Cross, que, en una nota final a su libro, explica lo que por otra parte resulta evidente, que se ha servido de su imaginación para desarrollar, ante todo, las partes de la historia sobre las que no existía documentación:

Dada la oscuridad y confusión de la época, es imposible determinar con certeza si Juana existió o no. Es posible que nunca llegue a saberse la verdad de lo que ocurrió en el año 855. Por eso he preferido escribir una novela a un estudio histórico. Aunque basada en los hechos de la vida de Juana tal como se han conservado, el libro es de todos modos una obra de ficción. Poco se sabe sobre la primera parte de la vida de Juana, salvo que nació en Ingelheim, de padre inglés, y que fue monje en el monasterio de Fulda. Necesariamente tuve que completar las piezas que faltaban de su historia (Cross 2003, 442).

Estas piezas corresponden, sobre todo a su infancia y adolescencia, y, en general, a su vida antes de ascender al papado. Que Cross ha seguido el dictado de su imaginación o que, en todo caso, ha bebido de fuentes muy distintas a las de Royidis a la hora de recrear las etapas iniciales de la vida de nuestro personaje, parece cosa evidente. Otro asunto es que la perspectiva que adopta frente al mito de la papisa se haya visto mediatizada por la versión cinematográfica de Yentl. ¿Responde el tratamiento que realiza Cross del travestismo femenino a una adaptación consciente de esta película? No podemos saberlo con seguridad. De lo que no cabe duda es de que, más allá de los lugares comunes que presentan las fábulas que versan sobre una mujer disfrazada de varón, hay aspectos cuyo semejante tratamiento lleva, cuando menos, a cuestionarse que efectivamente esto haya sucedido.

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Revista Mil Seiscientos Dieciséis por Mónica María Martínez de Sariego

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