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¿Quiénes son los hijos de Líbano? – Carlos Martínez Assad


Al cuestionamiento del título, Gibrán Khalil Gibrán responde con otras preguntas:

«¿Encuéntrase acaso, alguno que represente la solidez de las rocas de Líbano, la majestuosidad y grandeza de su altura, la exquisitez de su agua y aroma perfumado de su brisa?

¿Encuéntrase alguno que tenga el valor de decir: fue mi vida una gota de sangre en las venas de Líbano, o una lágrima en sus pupilas, o una sonrisa en sus labios?»

¿Quiénes son entonces los hijos de Líbano? Son los pastores de los rebaños en los valles, los que hacen el vino de sus viñedos, las madres que hilan la seda, los alfareros, los que difunden su religión, los poetas o son quienes abandonaron Líbano «sin poseer más que entusiasmo en sus corazones y fuerza en los brazos».

Quizás el libro elaborado por Patricia Jacobs, Diccionario enciclopédico de mexicanos de origen libanés y de otros pueblos de Levante (Ediciones del Ermitaño, México, 2000), nos ayude a responder a esas preguntas, porque son cientos de historias personales las que allí se relatan para crear una sola historia que se inicia con las fuertes oleadas migratorias que obligaron a salir de Líbano y de otros países a abuelos y padres que encontraron en México un resguardo para las esperanzas que todo pueblo construye.

De su intenso catálogo ninguno se escapa de ese fenómeno que caracterizó al siglo XX como fueron los grandes movimientos de hombres y mujeres de un continente a otro, de su país de origen al de su adpción. Son esos hombres y mujeres que fueron obligados a renunciar por diversas razones a despertar y desde Becharre contemplar los campanarios de los monasterios maronitas adosados a la Cañada de Qadisha, el Valle de los Santos que ocuparon ese territorio. Son quienes no volvieron a ver el sol ocultándose en la bahía de Beirut y arrastraron siempre los mejores recuerdos para evitar los malos y construirse una nueva identidad, la que rescataba lo propio y asimilaba lo nuevo.

El libro de Patricia nos cuenta como los libaneses se fueron distribuyendo a lo largo y ancho de este país, desde que llegaron quienes se enfrentaron por primera vez al mar tempestuoso de Veracruz, cuando los barcos eran movida por el fuerte oleaje producido por las tempestades que allí abundan. Pero no sólo era el temor por las fuerzas de la naturaleza, sino por lo que les esperaba cuando adivinaban las luces del nuevo continente más próximas de lo que realmente parecían.

En su detallado recuento no está sola porque le precedieron Salim Abud y Julián Nasr, que recorrieron México para elaborar su Directorio libanés o Censo general de las colonias libanesa, palestina y siria ( México, 1948) y Jacques Najm Sacre, que con gran esfuerzo nos dio el Directorio de descendientes de libaneses en México y Centroamérica (México, 1981). Y junto a esos indispensables instrumentos de consulta, estuvieron también los libros editados por Emir y por el Centro de Difusión Cultural de la Misión Libanesa en México para no olvidar aquellos tiempos gloriosos en que al cantar a la Sulamita el Rey Salomón evocaba a Tiro, a Sidón, la ayuda de sus artesanos para construir el Templo y Ezequiel se asombraba de los cedros que Dios sembró en las montañas libanesas. Especial interés pusieron muchos de quienes escribieron en Biblos y la difusión del alfabeto, en las escalas de Levante que llevaron a Elisa a fundar en Cartago el más famoso de los puertos del Mediterráneo. Y desde luego sin dejar de mencionar la cultura que posteriormente los omeyas extendieron para difundir el Islam.

Fue esa expansión que provocó ese encuentro entre Europa y Medio Oriente por medio de los cruzados que no sólo aprendieron tanto de lo que se comenzaba a enunciar como árabe, en un sentido de unicidad que no compartían los pueblos levantinos, sino también a entender que: «La peor arma del hombre es verter lágrimas cuando las espadas están atizando el fuego de la guerra», como decía el cadí Abu-Saad al-Harawi. Pero el Santo Sepulcro era un gran pretexto para la expansión que las naciones que se conformaban en Europa requerían.

Así como notables antepasados de la comunidad libanesa legaron a los jóvenes que entonces los seguían, ahora nos encontramos con lo que ya es la secuela de esa migración, cuando el torrente libanés desembocó en este país y los libaneses mezclaron su sangre con la de los mexicanos extendiendo sus fronteras geográficas y culturales por las facilidades que encontraron para su integración. La religión cristiana fue un vehículo inapreciable para evitar la hostilidad que lamentablemente otros extranjeros sufrieron; pero los libaneses compartieron pronto lo doméstico a través de las familias mexicano-libanesas que se formaban para demostrar las afinidades compartidas entre quienes habían atravesado el Atlántico y quienes los recibieron acostumbrados, como estaban, al mestizaje.

Fueron muchos los obstáculos a los que los inmigrantes se enfrentaron como el descubrir otra cultura con sus rasgos y valores, las tablas diferenciales que restringían a quienes ya habían iniciado la aventura de emigrar por las carencias de su tierra nativa, pero predominó su afán de libertad y la búsqueda de los derechos que se les negaron en un país ocupado y en medio de las disputas entre los imperios que apenas nacían.

En los trágicos acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, los primeros inmigrantes libaneses se jugaron su suerte con México y ya en 1942 Alfredo Kawage Ramia, escribía un sentido elogio para la tierra que los acogió: «Todo lo que yo he podido hacer, construir en México, mi hogar, mi fortuna, mi prestigio personal y profesional, debo entregarlos íntegramente a esta patria de elección que me ha recibido como a un hijo entre los suyos. Todo lo que yo pueda darle a mi patrtia es nada comparado con lo que de ella he recibido, el don inapreciable de la libertad»

Pero ahora han pasado una y otra generaciones de aquellos forzados a dejar su tierra de origen y hemos escuchado los relatos de Domingo Kuri, de Jacobo Simón, Antonio Letayf y otros muchos de quienes acudieron al baile de gala que ofreciera la colonia libanesa que se formaba al presidente Alvaro Obregón para agradecerle su recepeción a esta tierra, quienes cooperaron en la electrificación de la avenida Venustiano Carranza, los que asistieron al banquete para ofrecer su apoyo al presidente Manuel Ávila Camacho cuando el país decidió declarar la guerra a los países del Eje.

Ahora, los mexicano-libaneses tienen un cuadro más próximo al dibujo que realiza Patricia Jacobs a través de los cientos de entradas que dan cuenta de una muestra de descendientes mexicano-libaneses que han destacado en diferentes campos de la industria, del comercio, de las ciencias, de las diferentes ramas de las artes, y en la política. Lo que revela los cambios que se han dado en las exigencias de un mundo complejo, por ello ahora abundan los licenciados, los que han encontrado especialidades en varios países alcanzando los máximos grados académicos, premios nacionales, premios de las academias y colegios de profesionistas, así como quienes han tenido otras disntinciones en México y en países extranjeros. Escritores, pintores, teatristas, poetas, músicos, médicos, abogados, arquitectos, ingenieros, empresarios, presidentes municipales, gobernadores y secretarios de Estado porque una tendencia de los descendientres de inmigrantes es que en la tercera generación logran acceder a los puestos públicos.

La autora ha realizado un enorme esfuerzo para reunir a tantos personajes en un solo libro, gracias a ella contamos con un instrumento importante que reune a quienes compartimos raíces comunes. Además consideró pertinente ampliar el diccionario con algunas voces referidas a la historia, a las costumbres, a las religiones y al impacto de la cultura levantina en México por lo que su trabajo se amplió incluyendo a sirios, irquíes, judíos y palestinos, mostrando una verdadera vocación cosmopolita en la que está ausente la intolerancia.

Tal aceptación de la presencia de los migrantes de esa parte del mundo en México, se expresaba ya en los anuncios radiofónicos y televisivos de la cerveza Carta Blanca que en los años cincuenta se anunciaba así: «Al evocar los nombres de Jerusalem, Siria y Líbano, viene a nuestra imaginación la idea de un pasado de santidad y misterios legendarios y primorosos lugares cuyo ambiente arrobador y mítico deleita al viajero y donde la esquisitez y fragancia de la cerveza Carta Blanca se brinda al paladar del peregrino sediento como el mejor presente del Nuevo Mundo.»

El resultado final del libro preparado por Patricia Jacobs pudo haber sido más extenso pero muchos de los miles de cuestionarios que la autora envió no tuvieron respuesta; de cualquier forma quedó una muestra representativa de la gama de ocupaciones y afinidades que unen a los miembros de una comunidad inserta y plenamente aceptada en México.

Patricia Jacobs realiza una aportación a la cultura nacional al mostrar los rasgos que enriquecen el rostro de México, esa diversidad que se expresa bien en el pensamiento de Gibrán y lo que queda después de leer este libro : «Vosotros tenéis vuestro Líbano y Yo, mi Líbano.»

Carlos Martínez Assad

Palabras leídas en la presentación del libro de Patricia Jacobs, Diccionario enciclopédico de mexicanos de origen libanés y de otros pueblos de Levante (Ediciones del Ermitaño, México, 2000)

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