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Sueño del retorno a Granada

Murallas de Fez

Debía de estar acabando el año cuando mi tío regresó de su periplo. En cuanto se enteraron, los andaluces de Fez, (que siempre sueñan con volver a Granada), acudieron, para escuchar su relato y enterarse de los resultados de su misión. Describió minuciosamente el viaje por mar, el miedo a naufragar y a toparse con piratas, su visión de Constantinopla, el palacio del gran Turco, los jenízaros, su visita a las diversas comarcas de Oriente, Siria, Irak, Armenia, Tartaria.

Pero pasó bastante deprisa a lo más importante.

—Por doquier, mis anfitriones se han mostrado convencidos de que un día no lejano los castellanos serán derrotados, con permiso del Altísimo, de que Andalucía volverá a ser musulmana y de que cada uno podrá volver a su casa.

No sabía cuándo ni en qué circunstancias, reconoció, pero podía dar fe del poderío invencible de los turcos, del terror que a todo hombre inspira la vista de sus tropas tan numerosas. Se mostraba convencido del inmenso interés que tenían por el destino de Granada, de su voluntad de liberarla de los infieles.

—¿Cuándo crees que volveremos?

No pareció entender qué quería decir:

—¿Volver dónde?

Me expliqué esa reacción por el cansancio del viaje.

—A Granada, ¿no hablabas de eso?

Se quedó mirándome un buen rato, como para calibrarme, antes de decir con voz calmosa y firme:

—Hasan, hijo mío, ya tienes doce años y he de hablarte como a un hombre (aún vaciló un momento). Escúchame bien. Lo que he visto en Oriente es que el Sofí de Persia se dispone a guerrear contra los turcos a los que preocupa ante todo su conflicto con Venecia.

En cuanto a Egipto, acaba de recibir de los castellanos un cargamento de trigo en señal de amistad y alianza. Esa es la realidad. Tal vez, dentro de unos años, cambien las cosas; pero, hoy por hoy, ninguno de los soberanos musulmanes que he visto me ha parecido preocupado por la suerte de los granadinos, ya se trate de nosotros, los exiliados, ya de esos pobres Extraños.

En mis ojos había menos decepción que sorpresa.

—Vas a preguntarme —prosiguió Jali— por qué le he dicho a esa gente que estaba aquí lo contrario a la verdad. Mira, Hasan, todos esos hombres siguen teniendo colgada de la pared la llave de su casa de Granada.

Todos los días la miran y, al mirarla, suspiran y rezan. Todos los días vuelven a su memoria alegrías, costumbres y, sobre todo, un orgullo que no volverán a conocer en el exilio. La única razón de vivir que tienen es pensar que pronto, gracias al sultán o a la Providencia, recuperarán su casa, el color de sus piedras, el aroma de su jardín, el agua de su fuente, intactos, sin antelación, como en sus sueños.

Así viven, así morirán y, después de ellos, sus hijos. Quizá sea menester que alguien se atreva a enseñarles a mirar la derrota frente a frente, a explicarles que, para levantarse, hay que admitir, primero, que se está caído. Quizá sea menester que alguien les diga la verdad un día. Yo no tengo valor para hacerlo.

Por Amin Maalouf

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