Mujeres:activa función en el movimiento de Jesús (II)
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Teniendo en cuenta la desdeñosa marginación de aquéllas en lo principal del relato, sorprende que pasen tan súbitamente al centro de la atención. ¿No sería que sus seguidores masculinos le habían desertado? ¿Vemos tal vez a las mujeres en este punto crucial de la narración porque eran las únicas amigas fieles que le quedaban?
Es posible que los autores de los Evangelios se viesen obligados a tenerlas en cuenta cuando narran la crucifixión, sencillamente porque no había nadie más allí, y la crónica depende exclusivamente de ese testimonio presencial. Detalle significativo, en aquella época las mujeres no podían testificar ante los tribunales judíos porque se consideraba que su palabra no era importante.
Entre las muchas consecuencias de este punto, la de conceder cierto fundamento a la historia de que María Magdalena fue la primera que vio a Jesús resucitado; no es de creer que nadie se molestase en urdir una falsedad basada primordialmente en la palabra de una mujer.
Ejemplos resplandecientes de lealtad, hay que aplaudir a esas mujeres, que tuvieron la valentía de quedarse junto a un ajusticiado.
Pero una de ellas sobresale de entre todas las demás: María Magdalena. Sugiere su importancia el detalle de que, prácticamente sin excepción, su nombre aparece el primero todas las veces que se cita a las seguidoras de Jesús. Ahora algunos católicos incluso dicen que eso se debe a que ella dirigía el grupo.
En una sociedad tan adepta a los formulismos y rígidamente jerarquizada, tal honor no sería ni secundario, ni casual: la Magdalena aparece primero incluso cuando la nombran quienes nunca tuvieron en consideración el lugar de ninguna mujer en el movimiento de Jesús, ni afecto alguno a esa mujer en particular.
Así pues, fue de las «que asistían» a Jesús y sus discípulos, lo que tradicionalmente se ha interpretado como que era una especie de criada fiel, siempre postrada delante de los varones del grupo, los únicos que de verdad importaban. Pero la cuestión es bien diferente. Lo que dice en realidad el texto evangélico es que los mantenían con sus bienes.
Muchos estudiosos creen que María Magdalena —y tal vez también las demás mujeres del séquito de Jesús— no era una menesterosa sin recursos, sino una mujer independiente que podía disponer de sus bienes y con ellos «asistía» a Jesús y a los discípulos. Aunque el relato bíblico incluye en la expresión a otras mujeres asistentes, como hemos visto es ella la que figura citada en primer lugar.
La propia cita nominal la coloca definitiva y deliberadamente aparte de las demás. Cualquier otra mujer expresamente citada en los evangelios canónicos figura por referencia a un hombre, como «esposa de…» o «madre de…». Sólo María Magdalena tiene lo que podríamos llamar nombre propio.
Personaje poderoso e importante, pues, pero que permanece curiosamente enigmático. Después del cumplido a regañadientes que le hace el evangelista al destacarla de las demás, nunca más aparece, ni en los Hechos de los Apóstoles, ni en las epístolas de Pablo —ni siquiera cuando éste describe la sepultura vacía—, ni en las de Pedro.
Parecería que nos hallamos ante otro de esos misterios eternamente discutidos y nunca resueltos… hasta que nos volvemos a los escritos llamados los evangelios gnósticos, en los que el panorama se ilumina hasta dejarnos deslumbrados.
En 1945 fueron descubiertos estos documentos, que son más de cincuenta, en la aldea egipcia de Nag Hammadi; se trata de una colección de primitivos textos del gnosticismo cristiano, algunos más o menos contemporáneos, según es común opinión, de los evangelios canónicos. Estas escrituras fueron condenadas por la primitiva Iglesia, que las calificaba de «heréticas» y las buscaba con sistemática aplicación para destruirlas, como si contuviesen algún secreto de gran peligrosidad para la Institución que estaba en vías de establecerse.
Lo que proclamaban muchos de esos textos prohibidos era la preeminencia de María Magdalena. Uno de ellos incluso se titula El Evangelio de María, que no es la madre del Señor sino María Magdalena.
Quizá no sea coincidencia que los cuatro evangelios del Nuevo Testamento la marginen concienzudamente, mientras que las escrituras «heréticas» destacan su importancia. ¿Sería posible que el Nuevo Testamento fuese en realidad una especie de propaganda en favor de la facción anti-Magdalena?
Como hemos visto, el relato neotestamentario admite aunque de mala gana que tuvo una función principal en el movimiento de Jesús, pero los evangelios gnósticos proclaman abiertamente y corroboran su preeminencia. Y lo que es más, esa categoría superior no consiste sólo en ser la primera de entre las mujeres, sino que es literalmente Apóstol de Apóstoles y por tanto sólo cede en rango al mismo Jesús, por encima de los seguidores varones y mujeres.
A lo que parece aquí, ella es la persona que actuaba como auténtico puente entre Jesús y el resto de los discípulos, la que interpretaba sus palabras para que ellos las entendieran. En estos textos no era Pedro el elegido como mano derecha de Jesús, sino María Magdalena.
Ella fue, según el texto gnóstico del Evangelio de María, la que reunió a los desalentados discípulos después de la Crucifixión y les devolvió un poco de valor, cuando ellos estaban dispuestos a abandonar y volverse a sus casas creyendo haber perdido definitivamente a su carismático líder. Ella rebatió todas las dudas y no sólo con pasión sino también con inteligencia, consiguiendo inspirarlos para que se comportasen como verdaderos y fieles apóstoles.
Lo cual no debió de resultar fácil, es de suponer, teniendo en cuenta la discriminación predominante en su época y cultura, y además la rivalidad de un poderoso antagonista personal: Pedro, el Gran Pescador de la leyenda, el futuro fundador de la Iglesia católica y mártir.
Él, nos aseguran reiteradamente los evangelios gnósticos, la odiaba y la temía, aunque mientras vivió el Maestro no pudo sino formular alguna que otra protesta ineficaz contra la extensión de la influencia de aquélla. Varios de los textos repiten acaloradas discusiones entre Pedro y María, o las ocasiones en que el primero se empeña en preguntar por qué Jesús da muestras de preferir la compañía de la mujer.
Como dice María Magdalena en otro evangelio gnóstico, el Pistis Sophia: «Dudo de Pedro, y le temo, porque odia el género femenino». Y el también gnóstico Evangelio de Tomás cita estas palabras de Pedro: «Dejad que se vaya María, porque las mujeres no merecen la vida».
Por Picknett y Prince
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