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Mujeres:activa función en el movimiento de Jesús

María Magdalena
María Magdalena

No es la mera permisividad moderna lo que ha convertido a la Magdalena en una especie de icono mediático ligado a la vida de Jesús.

En el decurso de la Historia ella siempre ha personificado la actitud contemporánea con respecto a las mujeres.

En la época victoriana, por ejemplo, la Magdalena daba un buen pretexto para pintar hermosas penitentes semi-desnudas en posturas estáticas; santa y pecadora al mismo tiempo, sabia e ignorada.

Fue admitida en la congregación de los santos, pero sólo en tanto que arrepentida, y la divulgación de la leyenda hace hincapié en la penitencia y en la dureza y soledad del resto de su vida.

Es la santidad como recompensa de la abnegación, que aquí quiere decir negación de sí misma.

En los dos últimos decenios esta María ha sido como un faro que enfoca el trato dispensado por la Iglesia cristiana a sus seguidoras, sobre todo durante el debate en el seno de la Iglesia anglicana sobre la ordenación de mujeres.

No por casualidad, en 1994 cuando dicha Iglesia ordenó a sus dos primeras vicarias la lectura del Evangelio elegida para la ocasión fue el episodio del encuentro de Jesús resucitado con la Magdalena en el huerto.

No es raro, sino lógico, tratándose de la única mujer significativa en la vida de Jesús —aparte su madre— tal como nos ha sido contada, que aquélla sea reivindicada por muchas feministas activas dentro de la Iglesia como símbolo poderoso de sus derechos.

Pues el poderío permanente de María Magdalena no es nada imaginario; siempre ha existido y ejerce una atracción profunda en el decurso de los siglos, como ha evidenciado Susan Haskins en su reciente estudio Mary Magdalen (1993).

En principio sorprende esta potente atracción de la Magdalena, si se tiene en cuenta que son escasas sus menciones en el Nuevo Testamento.

Nos inclinábamos a pensar que, como en el caso de Robin Hood, la escasez de la información daba margen a la invención de material legendario que rellenase las páginas.

Pero si alguien ha creado fantasías sobre María Magdalena, ese alguien ha sido la Iglesia.

Su imagen de prostituta arrepentida no tiene nada que ver con lo que cuentan Mateo, Marcos, Lucas ni Juan.

El personaje que describe el Nuevo Testamento es bastante distinto del que ha conjurado la Iglesia.

De los textos que mencionan a María Magdalena, los Evangelios son los únicos que conoce la mayoría de las personas, así que vamos a centrarnos en ellos ahora.

Hasta hace poco, el personaje estuvo considerado por muchos cristianos como marginal en relación con la peripecia de Jesús y sus seguidores.

En los últimos veinte años, por el contrario, se advierte un cambio de percepción por parte de los estudiosos.

Hoy por hoy se le atribuye un papel bastante más destacado, y es a la luz de estas conclusiones que estableceremos nuestra propia hipótesis.

Aparte la Virgen María, es la única mujer a quien los cuatro evangelistas citan por su nombre.

Hace su primera aparición durante el ministerio de Jesús en Galilea, y formaba parte del grupo de mujeres que le seguían, «las cuales le asistían con sus bienes».

Antes Jesús había echado de ella «siete demonios».

La tradición la identifica con otras dos mujeres del Nuevo Testamento: María de Betania, hermana de Marta y de Lázaro, y la mujer cuyo nombre no se cita que unge los pies de Jesús con esencia de nardos que saca de un vaso de alabastro.

Su papel adquiere una significación completamente nueva, más profunda y más permanente cuando queda consignado que estuvo presente en la Crucifixión, y más especialmente que fue el primer testigo de la Resurrección.

Aunque los cuatro Evangelios difieren, como sabemos, en la manera de narrar el descubrimiento del sepulcro vacío, todos coinciden en lo tocante a la identidad de la primera persona que vio a Jesús resucitado.

Es indudablemente María Magdalena y no dicen los evangelistas que fue la primera mujer que le vio, sino la primera persona, detalle que suelen pasar por alto aquellos para quienes sólo cuentan como verdaderos apóstoles los hombres que siguieron a Jesús.

Es así que la Iglesia ha fundamentado su autoridad, por entero, en el concepto de apostolado.

El primado apostólico le incumbe a Pedro y éste es el conducto a través del cual se transmiten a la posteridad los poderes de Jesús.

Dicha autoridad, que muchos creen fundada en el anuncio, con juego de vocablos incluido, de que «sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia», según la creencia oficial proviene de ser el primer discípulo de Jesús que lo vio resucitado.

Pero lo que dice el Nuevo Testamento no concuerda con esa enseñanza de la Iglesia.

Aunque sólo fuese por eso, evidentemente se le ha infligido a la Magdalena una injusticia tremenda, y que en este caso reviste consecuencias de alcance excepcional. Pero aún hay más. Es también la primera, entre los discípulos, que recibe una comisión apostólica directa de Jesús, cuando éste la envía a comunicar la noticia de su resurrección a los demás. Tal vez parezca curioso, pero la primitiva Iglesia sí reconoció su verdadero lugar en la jerarquía y le dio el título de Apostola Apostolorum, «la Apóstol de los Apóstoles», o más explícitamente «la primera Apóstol».

¿Por qué razón quiso Jesús resucitado aparecerse en primer lugar a una mujer?

Esta pregunta siempre ha sido una espina para los teólogos.

La explicación más pintoresca quizá fue una de las surgidas durante la Edad Media, cuando se propuso que decírselo a una mujer era la manera más eficaz de propagar rápidamente la noticia.

Los estudiosos admiten hoy día que las mujeres desempeñaron en el movimiento de Jesús una función mucho más amplia y más activa de lo que enseña habitualmente la Iglesia, y ello tanto en vida del fundador como más tarde, cuando la predicación se abrió a los gentiles.

Paradójicamente, tal vez el verdadero panorama del lugar que ocupaban las mujeres no se habría conocido nunca, a no ser por la controversia que suscitó la campaña a favor y en contra de la ordenación de las mujeres.

La misión de éstas perdió importancia cuando la Iglesia se formalizó como institución, bajo la influencia de Pablo.

Y este proceso también fue retrospectivo; en consecuencia, y aunque las mujeres no habían sido, en modo alguno, personajes secundarios del drama cristiano primero, Pablo y adláteres se encargaron de empujarlas a un puesto marginal de la Historia.

Desde luego, si nos atenemos exclusivamente a la impresión que comunican los Evangelios parecería que todos los discípulos de Jesús fueron hombres. Sólo en Lucas se menciona que le acompañaban mujeres, lo cual podría introducir alguna confusión cuando luego todo se llena de mujeres, aparentemente salidas de ninguna parte para ocupar los lugares centrales alrededor de la cruz.

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Por  Picknett y Prince

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