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Judíos conversos en Al-Andalus

judíos ritual matanza
Judíos en el ritual de la matanza. Miniatura siglo XV

En los tiempos en que los musulmanes conquistaron la Península, algunos grupos dispersos de visigodos cristianos habían huido al montañoso norte de Hispania y habían fundado en aquella zona de difícil acceso pequeños condados independientes.

Desde allí, generación tras generación, habían continuado luchando contra los musulmanes, en una guerra de partidas, una guerrilla.

Durante mucho tiempo lucharon solos.

Pero, más tarde, el Papa de Roma proclamó una cruzada, y grandes predicadores exigieron con encendidas palabras que el Islam fuera expulsado de las tierras que había arrebatado a los cristianos.

Entonces, cruzados procedentes de todas partes se unieron a los belicosos descendientes de los anteriores reyes cristianos de Hispania.

Cerca de cuatro siglos habían tenido que esperar estos últimos visigodos, pero ahora avanzaban abriéndose paso hacia el sur.

Los musulmanes, que se hablan ablandado y refinado, no pudieron resistir su ímpetu; en pocas décadas los cristianos reconquistaron la mitad norte de la Península, hasta el Tajo.

Amenazados cada vez con mayor dureza por los ejércitos cristianos, los musulmanes pidieron ayuda a sus correligionarios de Africa, salvajes y fanáticos guerreros, procedentes muchos de ellos del gran desierto del sur; el Sáhara.

Éstos detuvieron el avance de los cristianos, pero también persiguieron a los príncipes musulmanes cultivados y liberales que habían gobernado al‑Andalus hasta entonces, ya que no iba a tolerarse por más tiempo el relajamiento en cuestiones de fe; el califa africano Yusuf se apoderó del poder también en al-Andalus.

Mensaje a la Judería

Para limpiar el país de todos los infieles, hizo llamar a los representantes de la judería a su cuartel general de Lucena y les habló del siguiente modo:

«En el nombre de Dios, el Misericordioso.

El Profeta garantizó a vuestros padres que seríais tratados con tolerancia en las tierras de los creyentes, pero bajo una condición, que está escrita en los libros antiguos:

Si vuestro Mesías no había aparecido transcurrido medio milenio, entonces, así lo aceptaron vuestros padres, deberíais reconocerlo a él, a Muhammad, como profeta de los profetas que relega a la oscuridad a vuestros hombres de Dios.

Los quinientos años han pasado. Por lo tanto, cumplid el acuerdo y convertíos al Profeta. ¡Haceos musulmanes! o ¡abandonad mi al-Andalus!»

Muchos judíos, a pesar de que no podían llevarse ninguno de sus bienes, se marcharon.

La mayoría se trasladaron al norte de Hispania, puesto que los cristianos, que ahora volvían a ser señores de esas tierras, para rehacer el país destruido por las guerras, necesitaban los conocimientos superiores de los judíos en cuestiones de economía, su laboriosidad en la industria y sus muchos otros conocimientos.

Les garantizaron la igualdad ciudadana que sus padres les habían negado, y además muchos otros privilegios.

Sin embargo, algunos judíos se quedaron en la Hispania musulmana y se convirtieron al Islam.

De este modo querían salvar sus bienes, y más tarde, cuando las circunstancias fueran más favorables, irse al extranjero y retornar de nuevo a su vieja fe.

Pero la vida en su país natal, en la benigna tierra de al‑Andalus, era dulce, y aplazaban su partida.

Y cuando tras la muerte del califa Yusuf llegó al poder un príncipe menos estricto, siguieron vacilando.

Y finalmente dejaron de pensar en marcharse.

Seguía vigente para todos los infieles la prohibición de residir en al-Andalus, pero bastaba como demostración de fe dejarse ver de vez en cuando en las mezquitas y pronunciar cinco veces al día la profesión de fe: Allâh es Dios y Muhammad su profeta.

En secreto, los antiguos judíos podían seguir practicando sus costumbres, y en al-Andalus, donde teóricamente no había ni un solo judío, existían sinagogas judías escondidas.

Estos judíos clandestinos sabían que su secreto era conocido por muchos y que su herejía, si se declaraba una guerra, tendría que salir a la luz.

Sabían que si empezaba una nueva Guerra Santa estaban perdidos.

Y cuando diariamente rezaban por la preservación de la paz, tal y como su ley les ordenaba, no lo hacían sólo con los labios…

Por L.Feuchtwanger

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