Seis historias poco conocidas del penal de Guantánamo
EEUU realiza el mayor traspaso de presos aprobado en el mandato de Obama, que prometió cerrar la cárcel hace seis años.
Los atentados del 11-S en Nueva York desencadenaron en Estados Unidos una doctrina de guerra preventiva contra el terrorismo que se materializó en la prisión de Guantánamo, en Cuba. El Gobierno del republicano George W. Bush abrió el centro en 2002, sorteando las salvaguardas internacionales, para albergar a sospechosos de terrorismo. Obama prometió que lo cerraría en 2010, pero seis años después, el centro de detenciones de Guantánamo sigue abierto. El Gobierno estadounidense ha trasladado a 15 de sus detenidos a Emiratos Árabes, el mayor traspaso aprobado durante su mandato. Pese a ello, el penal aún mantiene a 61 reclusos —ha llegado a albergar unos 780 presos— y no tiene visos de cerrar en un futuro próximo. El Congreso ha rechazado permitir el traslado a EEUU de aquellos reos considerados demasiado peligrosos para ser liberados. A continuación, un repaso por seis hechos sorprendentes de los 14 años de historia de la prisión.
EE UU ‘subastó’ reos de Guantánamo a varios países
Al día siguiente de ser investido presidente en 2008, Barack Obama se comprometió a cerrar en enero de 2010 el penal situado en Cuba. La filtraciones de Wikileaks revelaron después que el Gobierno estadounidense inició entonces duras negociaciones con varios países para que estos recibieran a presos. Entre ellos estaba España: la Administración Obama llegó a ofrecer al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero 85.000 euros por cada uno de los cinco presos acusados de terrorismo que España se había comprometido a acoger para mejorar las relaciones bilaterales. EE UU ofreció dinero a varios países europeos por los presos menos peligrosos, pues necesitaba con urgencia que acogieran a los que no podían repatriar a sus lugares de origen por posibles violaciones de derechos humanos: unos 60 de los 241 que había entonces en Guantánamo.
Mohamedou Ould Slahi, el preso que se convirtió en cronista del horror
Este mauritano de 45 años lleva 14 años detenido en la prisión de Guantánamo. A día de hoy, espera su liberación, que un juez federal americano ya ordenó en 2010. Ould Salhi, cuyos vínculos terroristas con Al Qaeda no han sido demostrados, decidió relatar en el verano de 2005 su experiencia en el campo de prisioneros. El resultado fue Guantanamo Diary, un espeluznante recuento de los aberrantes abusos que sufrió, que fue finalmente publicado —aunque parte del relato está censurado— en 2015 tras años de batallas legales. El preso fue seleccionado para el programa de Proyectos Especiales, aprobado personalmente por el secretario de Defensa de George W. Bush, Donald Rumsfeld. Un trato “especial” que incluía dejarle sin comer ni beber agua durante muchos días para luego forzarlo a comer hasta que vomitara, privarle del sueño u obligarlo a escuchar toda la noche, de pie; por ejemplo, canciones de heavy metal a todo volumen.
El recluso que prefirió Guantánamo a un traslado a Europa
El yemení Mohammed Ali Abdullah Bwazir cumplió en mayo 14 años —de sus 36 de vida— en el centro de detención norteamericano. El preso se negó en enero, instantes antes de subir al avión, a ser trasladado a un país europeo que no ha sido revelado, en el que quedaría en libertad. “La mayoría de hombres en Guantánamo harían lo que fuera por salir y se hubieran ido felices a ese país europeo”, dijo su abogado John Chandler, que aseguró que su cliente solo quiere ir a un país árabe. Bwazir fue arrestado en 2001 en Afganistán bajo el argumento de haber recibido entrenamiento de Al Qaeda, aunque no ha sido formalmente acusado de ningún cargo y se ha declarado dos veces en huelga de hambre por su detención indefinida. Su abogado explicó que Bwazir está deprimido y se mostró “reticente a aventurarse en un mundo nuevo” porque Guantánamo es su mundo y teme lo desconocido.
Programa ‘Penny Lane’: presos reclutados como agentes dobles
No lejos de las oficinas administrativas del centro de detención de Guantánamo, la CIA construyó ocho pequeñas viviendas que fueron bautizadas como El Marriot por las comodidades que ofrecían, frente a las miserables condiciones del penal. La explicación: un plan ejecutado por la CIA entre 2003 y 2006 para convertir en agentes dobles a algunos de los más peligrosos reclusos de Al Qaeda, según informaron en 2013 algunos funcionarios retirados y en activo. Presos de “alto valor” que recibían un trato de favor que incluía vivir en estos bungalows con cocina privada, ducha y televisión —algunos incluso recibieron material pornográfico—. El objetivo del plan era infiltrar a esos reclusos a sueldo en las células terroristas en las que participaban en sus respectivos países y convertirles en informantes del Gobierno norteamericano. No existen datos del número de reclutados, pero se estima que no se consideró a más de una docena, y solo un pequeño número acabó trabajando para la CIA.
Reclusos rehabilitados en Uruguay
El país sudamericano —que entonces presidía José Mujica— acogió a finales de 2014 a seis presos de Guantánamo declarados por EE UU como “de baja peligrosidad”. Una vez en libertad —tras diez años de detención sin cargos—, el cambio de estos cuatro sirios, un palestino y un tunecino fue impactante. A los pocos días se mostraron paseando por Montevideo afeitados y en camisa, una imagen que contrastaba con la que lucían, embutidos en un mono naranja, en el penal. Los seis comenzaron a aprender español y recibieron hasta 30 ofertas laborales, según el sindicato que los acogió. Eran muchos los que les visitaban para donarles ropa, alimentos y distintos objetos. Los seis de Guantánamo se ganaron la simpatía de la sociedad uruguaya. Tanto es así que cinco meses después la mitad de ellos tenía pareja y dos se casaron en junio de 2015 con sendas uruguayas convertidas al Islam. Pese a ello, su adaptación pasó por altibajos y algunos medios les acusaron de ser demasiado recelosos y rechazar ofertas de trabajo. El presidente entrante Tabaré Vázquez, anunció según llegó al poder —en marzo de 2015— que Uruguay no recibiría más presos de Guantánamo.
La salida de los últimos uigures
Uno de los mayores envíos de presos desde Guantánamo fue el de 17 chinos musulmanes, pertenecientes al grupo étnico uigur de la región autónoma de Xinjiang (extremo occidental de China), que fueron trasladados en 2009 hasta el remoto Palaos, una turística nación insular del Pacífico Norte. El entonces presidente de Palaos, Johnson Toribiong, lo definió como un “gesto humanitario que permitirá que puedan reanudar sus vidas con la mayor normalidad posible”. Un gesto que no salió gratis: Washington destinó una partida de 200 millones de dólares (142 millones de euros) al desarrollo de este antiguo territorio de EE UU, de apenas 21.000 habitantes, según fuentes oficiales. Fueron los últimos uigures, a los que EE UU no consideraba “combatientes enemigos”, en salir de Guantánamo. Antes lo habían hecho otros cinco compatriotas a Albania, en 2006. Esta etnia formaba parte del contingente de prisioneros que el país norteamericano no quería enviar a sus países de origen por posibles violaciones de derechos humanos, y por los que ofreció sumas de dinero a varios Estados.
Con información de El País
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