Alpargatas con bordado palestino
Una joven catalana comienza a labrarse un nombre como zapatera artesana en Palestina gracias al diseño de unas llamativas alpargatas que combinan el calzado de esparto con el tradicional y colorido bordado palestino.
Entre patrones, metros y trozos de tela desechados vive Sarai Carbonell, de 26 años y originaria de Ripollet (Barcelona), en un piso compartido de Ramala con vistas a la bulliciosa plaza de Yaser Arafat.
Esta casa-taller (ahora también almacén de alpargatas, diseminadas por todas partes), es donde pasa las horas esta artesana y traductora de alemán que, desde hace casi dos años, también enseña castellano y catalán en el centro Hispano-Palestino de la ciudad cisjordana.
«La idea era combinar la suela típica de Cataluña, la espardenya, con una tela tradicional de Palestina, para combinar mis orígenes con el sitio donde vivo. La mezcla es muy interesante y ha sido muy bien recibida», cuenta a Efe con uno de los últimos pares que ha fabricado en sus manos, en las que asoman durezas fruto de largas sesiones de costura.
Carbonell llegó a Palestina por un fuerte compromiso político. Un corto viaje le abrió los ojos y el interés sobre la situación en la región y decidió regresar por su cuenta «para resolver preguntas».
«Quería comprender el contexto y llevarlo a España con un conocimiento de primera mano, no sólo con un saber de libro sino de vida», afirma.
«Me involucré, empecé a leer. En mi vida hubo un momento de cambio y decidí venir a Palestina», dice y explica creer «fuertemente en los derechos humanos, en este caso, en este lugar, donde son tan vulnerados y hay un contexto de apartheid».
Pero confiesa que le faltaba algo. Carbonell, que de niña regalaba a diestro y siniestro zapatos de cartón creados por ella y que de mayor sueña con ponerse unos «manolos» o algún diseño de su marca fetiche, Chanel, quería explotar su lado más creativo.
En Barcelona había hecho un curso de zapatos, una profesión que le apasiona pero «muy cara y difícil de llevar».
Así que, cuando supo que quería vivir en Palestina, contactó con Abu Amid, un maestro zapatero dueño de su propia marca, Rahala, y acordó que trabajaría para él a cambio de que él le desvelase los secretos de ese mundo al que no tenía acceso.
Dos años después, Sarai ha pasado a formar parte de ese extraño grupo de expatriados en Palestina no vinculados a la cooperación ni al periodismo -a los que se dedican la mayoría de internacionales en la zona- que han llegado atraídos por curiosidad o activismo y han terminado trabajando como camareros, teleoperadores, en empresas de software o negocios personales.
«Ha habido un boom inesperado con las alpargatas», cuenta la catalana sonriente, «las publiqué como una idea creativa en Facebook e Instagram sin intención de venderlas y de repente empezaron a llover pedidos».
Ahora, su marca «I Eat Shoes» ha tenido que rechazar un pedido de 50 pares para un empresario en Dubai y otros de Barcelona. Está decidida a centrarse por el momento en su ciudad de adopción, donde ha encontrado a un nuevo socio en un diseñador gráfico que quiere impulsar la venta de sus creaciones.
«Ha surgido una colaboración con una marca local, Cuptain. Las espardenyas son un concepto nuevo aquí y les gustó la fusión con Palestina», dice con ilusión.
Piensa hacer solo dos o tres modelos diferentes cada año y enseñar la técnica de la alpargata a los locales para «perpetuar la espardenya en Palestina» y contribuir al comercio local.
A pesar de la emoción inicial del gran impacto que ha tenido su zapato, Carbonell reconoce que le será difícil hacerse un hueco en un oficio que «ha quedado reducido a una elite adinerada».
«Esa elite es la que se puede permitir comprar los zapatos a mano, lo que ha causado que los estudios se hayan reducido o extinguido, como ha ocurrido en Barcelona, que el gremio de zapateros desapareció. Dejaron de hacer cursos y los estudios quedaron reducidos a una escuela de elite», lamenta.
Pero agradece la perspectiva que ha ganado al vivir alejada de Europa, en un contexto donde ha comprobado «que no todo tiene que estar vinculado una elite adinerada y se puede ser artesano».
«No todo se reduce a estudiar en la universidad sino que existen otras vías como estudiar con los zapateros. Y no todo se reduce a vender a la elite adinerada sino que puedes conseguir crear unos zapatos artesanos asequibles para todo el mundo», afirma satisfecha.
Por María Sevillano
Con información de:La Vanguardia
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