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Afganistán: ganar la guerra y perder la paz

Único superviviente del atentado contra el líder anti-talibán Masud, preludio del 11-S, Masud Jalili acaba de publicar ‘Los susurros de la guerra’.

Masud Jalili, embajador de Afganistán en España ©Jaime Villanueva
Masud Jalili, embajador de Afganistán en España ©Jaime Villanueva

Decir que Masud Jalili (Jabal Sarat, Afganistán, 1950) es un testigo de la Historia no es una exageración. Poeta e hijo de uno de los poetas afganos más famosos, Ustad Jalilulá Jalili, filólogo, diplomático y guerrillero, estaba sentado junto a Ahmed Sah Masud cuando fue asesinado por dos falsos periodistas tunecinos, con explosivos adosados a una cámara y a sus propios cuerpos, enviados por Osama Bin Laden al norte de Afganistán, dos días antes de aquella mañana de septiembre en la que el atentado contra las Torres Gemelas puso fin al siglo XX. Único superviviente del ataque, 15 años después, aún se le ilumina la cara cuando habla del León del Panshir o “el comandante” de la Alianza del Norte, como se refiere a él. Actual embajador de Afganistán en España, Jalili acaba de publicar en español y en primicia mundial Los susurros de la guerra (Alianza Editorial), un diario epistolar a su mujer, escrito durante un viaje en burro por el Afganistán que pudo haber sido y no fue, en la década de los 80, en plena invasión soviética.


Pregunta. ¿Podría repetir ese viaje ahora?

Respuesta. Desde luego que no. Debería llevar muchos guardaespaldas. Primero, porque mi mujer no me dejaría. Segundo, porque, desgraciadamente, hay partes de mi país que ahora son distintas porque lo que ahora tenemos ya no es una guerra tradicional, es una guerra terrorista, no sabes cuando le das la mano a alguien quién es. El terrorismo está provocando un efecto muy malo: está haciendo que se pierda la confianza en la gente, no confías ya ni en tu secretario, a lo mejor alguien le ha lavado el cerebro. Así que sería difícil, excepto que lo hiciese en helicóptero.

P. En el libro, hay ecos de un Afganistán que pudo ser y no fue…

R. Sí, pero la guerra de los 80 hirió de muerte la cultura de mi país. Teníamos una cultura muy fuerte, éramos todos buenos musulmanes, pero no islamistas. Esa es la diferencia. Durante mis viajes, la gente era muy amable, muy generosa, mayores y jóvenes me conocían, recitaban los poemas de mi padre. La guerra hirió la cultura, pero las nuevas generaciones van volviendo poco a poco a esa cultura… Cuando los jóvenes van a Kabul a oírme hablar sobre la guerra, les digo: ‘Dios mío, seguís teniendo humanidad’. Y veo lágrimas en sus ojos.

P. ¿Cómo recuerda el asesinato de Masud?

R. Yo era entonces embajador en India. Él me llamó para que fuera y fui. Me encontré en una pequeña habitación, asediados por los talibanes, con una pequeña vela. Hablamos sobre política y a las tres de la mañana le leí una poesía maravillosa. En Afganistán tenemos una tradición, cuando abrimos cierto libro de poesía muy importante, lo leemos al azar y lo que sale es nuestro futuro. Abrí el libro y el último verso del poema era: “Porque no os vais a volver a ver nunca más”. Al día siguiente, murió. En la mañana de ese día, me comentó que dos árabes iban a hacerle una entrevista y me pidió que estuviera con él, que yo era su amigo, un muyaidín. Nos sentamos hombro con hombro, uno de los terroristas llevaba una cámara y otro, no. En la explosión, murió. Yo perdí un ojo, capacidad auditiva en un oído y la metralla me inundó un pulmón.

P. ¿Cómo no sospecharon?

R. Fue el primer atentado suicida. No sospechamos nada y menos de periodistas, siempre habían sido buenos amigos nuestros. Lo que siempre recordaré es que cuando uno de ellos estaba preparando la cámara, sabía que iban a morir, el otro también lo sabía, pero yo no lo sabía, ni el comandante. El de la cámara me miró y nunca, nunca olvidaré esa sonrisa venenosa en su cara. Cuando se acercaba el fuego de la bomba, digamos, era todo como azul, olía mal y noté la mano de mi amigo

P. ¿Quiénes son peores para usted: los soviéticos o los talibanes?

R. Son dos guerras diferentes. La guerra contra los soviéticos era una guerra en la que intentábamos conquistar la libertad de la tierra. En la de ahora, hay que conseguir, además, la libertad de la mente. Odio más la guerra de ahora. Antes conocíamos al enemigo, ahora no.

P. ¿Qué opina del incremento del yihadismo en el mundo, pese a la muerte de Bin Laden?

R. Ya que esta guerra es distinta, si no podemos detenerla, lo que no es fácil, seguirá creciendo. Al Qaeda, Daesh [acrónimo árabe del Estado Islámico], los talibanes, todos son musulmanes, pero no todos los musulmanes son talibanes. Por eso soy optimista, creo que el mundo será capaz de detenerlos, pero lo primero es que lleva tiempo. Lo segundo, mucho dinero. Tercero, inteligencia. Cuarto, combate.

P. Ganaron la guerra, pero perdieron la paz.

R. Tiene razón. Ganas la guerra y pierdes la paz, pierdes ambas cosas. Pero estamos mejor.

P. ¿Qué opina de la intervención militar occidental en Afganistán?

R. Nos dejaron solos en 1992. En cambio, después del 11-S, Estados Unidos se dio mucha prisa en llegar a Afganistán por su propio interés, 100% estadounidense, pero aún así había un 110% de interés por nuestra parte en que viniesen. Y vinieron, nos prestaron ayuda y cambiaron muchísimo el país: no teníamos soldados, ahora hay 300.000, de ellos 4.000 mujeres, 150.000 policías, 40 universidades donde solo había una, Constitución, Parlamento, 77 parlamentarias, escuelas, 50 canales de televisión y 180 de radio. En ningún país musulmán del mundo hay tanta libertad como en Afganistán. Incluso con el estómago vacío.

P. ¿A pesar de que hayan vuelto los talibanes a ciertas zonas y haya presencia del Daesh?

R. No podrán hacerse con el país.

P. ¿Hay esperanza para Afganistán?

R. El libro entero gira en torno a la esperanza. Ahora el miedo se ha hecho un hueco, pero creo que la vela de la esperanza no se apagará en mi país.

Por Cecilia Ballesteros
Con información de El País

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