Autoelogio – Al-Mutanabbi
Ardía mi corazón por quien tiene un corazón helado
y, por su causa, mi cuerpo y mi estado eran los de un enfermo.
¿Qué he de hacer? ¿he de ocultar un cariño que debilita mi cuerpo
mientras las naciones pretenden amar a Sayf al-Dawla?
si el amor nos unía por su misma fuerza,
ojalá que por el poder del amor nos conjuremos (contra todos).
Le visité, y las espadas indias estaban envainadas,
pero al mirarle, vi que chorreaban sangre.
El es la mejor de las criaturas todas de Dios
y el mejor de los mejores en un ataque.
Muere el enemigo al que tú persigues victorioso,
mientras escondes tu aflicción y tu misericordia.
De ti ha desaparecido el pavor, y has escogido entregarte,
cosa que no hacen ni siquiera los héroes.
Te obligas a algo a lo que nadie se obliga,
y ni la tierra ni los montes pueden ocultar a los enemigos.
¿No es cierto que cada vez que persigues a un ejército, hay una huida
y que tras sus huellas las intenciones te llevan?
Tomas sobre ti, en cada combate, el deber de hacerlos huir
¿que vergüenza te deparan, si huyen por su cuenta?
¿No consideras dulce la victoria si no es aquélla
en la que las blancas espadas y las locuras se dan la mano?
Tú, el más justo de los hombres, salvo en lo que a mí toca,
en ti habita la disputa, pues tú mismo eres querella y juez.
Pido refugio a tu justa mirada;
que te des cuenta de que la grasa en algunos es puro nervio.
¿Qué provecho saca del mundo, hermano,
quien iguala la luz con las tinieblas?
Todos habrán de saber, entre los que se juntan en nuestra compañía,
que yo soy el mejor de los colaboradores.
Yo soy aquel cuya buena educación puede ver un ciego,
y escucha mi bien decir hasta un sordomudo.
Yo duermo muy tranquilo ajeno a las licencias (en mis versos),
mientras velan gentes a las que los errores y las rivalidades arrastran.
Hay un ignorante que, con su pertinaz ignorancia, me hace reír,
(pero eso será) hasta que una mano y una boca depredadoras le alcancen.
Si ves que asoman los colmillos del león
no se te ocurra pensar que el león sonríe.
Esa vida es la mía, por la voluntad de su dueño,
yo la he alcanzado con gloria, y su espalda es sagrada.
Sus dos pies son uno solo y sus manos, una,
y actúan según quieren la palma y el pie.
Como afilada espada he marchado entre ejércitos numerosos,
y cuando al fin daba un tajo, era la bofetada de una ola de sangre.
Caballos, noche y desierto me conocen,
y la espada, la lanza, el papel y la pluma.
Por los desiertos hice compañía a la soledad yo solo,
tanta era que se asombraron de mí alcores y colinas.
Traducción al español por Montserrat Abumalham sobre la edición de Nasif al-Yaziyi
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