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En Belén, otra Navidad bajo la ocupación

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En esta época del año solemos evocar con nostalgia la magia que tenía en la infancia preparar el pesebre, o la ilusión con que los villancicos –y las ‘posadas’ en México– nos transportaban a la mítica Belén de “allá lejos y hace tiempo”.

Sin embargo, Belén es también el corazón de Palestina ocupada. En otras palabras, es parte de lo que la ONU definió como Territorios Palestinos Ocupados, ya que está al este de la frontera internacionalmente reconocida (pero que Israel desconoce).

Belén es una ciudad árabe palestina, con una historia cristiana (según la cual allí nació Jesús) y un presente donde las cruces de las iglesias conviven pacíficamente con los minaretes de las mezquitas, unidas en el dolor causado por la ocupación.

El Muro construido por Israel encierra completamente a Belén e impide su crecimiento natural. Las colonias israelíes que estrangulan la ciudad siguen robando más y más tierras y agua a las familias palestinas, a las que sólo les queda un 13% de su tierra. Más de 90.000 israelíes viven hoy en esas colonias.

Además, en Belén se asientan tres campos de refugiados/as, creados con miles de familias palestinas expulsadas de su tierra para fundar el Estado de Israel. Casi el 30% de la población de Belén es refugiada. Son unas 25.000 personas que viven en situación de hacinamiento, sobrepoblación escolar y malas condiciones sanitarias. Allí las tasas de desempleo y de pobreza son superiores al resto de la ciudad.

La población de Belén es de 30.000 habitantes, pero sumando las localidades contiguas de Beit Sahur y Beit Yala y los tres campos de refugiados es de casi 80.000. Considerando la alta tasa de natalidad palestina, no exageran quienes afirman que pronto la ciudad será llamada “el gueto de Belén”. Por eso algunos artesanos locales, expertos en el tallado de madera de olivo, hace años empezaron a agregar a las tradicionales figuras del pesebre un componente más: el Muro.

Belén históricamente estuvo unida a Jerusalén por lazos económicos, sociales, culturales y espirituales. Ambas son parte de la Tierra Santa para las tres religiones monoteístas. Sin embargo la ocupación israelí ha separado a ambas ciudades a través de distintos mecanismos. Aunque está sólo a 9 kilómetros, la gente de Belén no puede ir a Jerusalén sin un permiso especial, muy difícil de conseguir. Eso significó un perjuicio enorme para las familias repartidas entre ambas ciudades (ahora separadas por distintos documentos de identidad y permisos), para quienes trabajaban o estudiaban en Jerusalén, y sobre todo para la actividad turística, que era y aun es uno de sus principales ingresos.

Hoy la industria turística está casi monopolizada por operadores israelíes, que traen grupos de “peregrinos” de todo el mundo y les presentan su versión de Belén, ocultándoles la realidad del Muro, los checkpoints y las colonias en tierra robada, y jamás les ponen en contacto con la población palestina. Personas cristianas de todo el mundo visitan Belén en buses israelíes, con guías y mapas israelíes, creyendo incluso que están en Israel, y se van ignorando todo sobre el pasado y el presente de la ciudad, sin haber conocido siquiera la existencia de la comunidad cristiana palestina, que se reivindica como la más antigua del mundo y heredera directa de Jesús de Nazaret.

Es por eso que varias iniciativas locales están promoviendo un turismo responsable en Tierra Santa. Operadores turísticos y ONG palestinas trabajan para atraer visitantes con un programa que combina una visita informada a los tradicionales lugares de peregrinación con encuentros con la población local –incluidas las iglesias cristianas– para conocer de primera mano la realidad que se vive bajo la ocupación israelí. La propuesta suele incluir visitas a organizaciones locales, campos de refugiados y actividades de apoyo, como plantar o cosechar olivos.

Además, la población y autoridades de Belén hacen lo posible para recibir de la mejor manera, aun bajo circunstancias adversas, a las decenas de miles de visitantes que llegan de todo el mundo en estas fechas. Hay guirnaldas de luces en las principales avenidas, en las cúpulas de las iglesias y alrededor de la plaza central, donde reina un gran árbol de Navidad.

Aunque la ciudad trata a mantener la política fuera de las festividades religiosas, este año es imposible ignorar la ola de violencia que atraviesa Palestina. En el último trimestre, las fuerzas israelíes han asesinado a casi 140 jóvenes –la mayoría de ellos, ejecutados en la calle a sangre fría–, incluyendo unas 7 mujeres y 30 menores de edad; han detenido a unas 2.500 personas (incluyendo 400 niñas y niños) y han herido a unas 9.900. Muchas de las víctimas son de Belén, incluyendo dos jóvenes y un niño de dos campos de refugiados.

Por eso este año, líderes políticos, habitantes y activistas instalaron “el árbol de la Resistencia” frente a la histórica iglesia de la Natividad, en el corazón turístico de Belén. Se trata de un olivo centenario que fue arrancado de un terreno cercano por las fuerzas israelíes, y que la gente colocó en la plaza principal, frente al enorme árbol de Navidad. El olivo fue ‘decorado’ con cartuchos de gas lacrimógeno, fotos de jóvenes y niños recientemente asesinados o detenidos, hondas y kufiah, el pañuelo nacional palestino.

Alrededor del árbol, las activistas formaron una estrella con cartuchos de gas lacrimógeno y encendieron velas en los cilindros de metal, que fueron recogidos durante las protestas diarias que han tenido lugar en Belén en las últimas semanas.

En la ‘ceremonia de encendido’ de las luces, la alcaldesa de Belén, Vera Babun, dijo a la multitud: “Este árbol fue arrancado para construir el Muro de separación israelí. Este árbol es nuestro mensaje. Nosotros plantamos nuestras raíces porque estamos enraizados en esta tierra. Los olivos son los árboles de la vida. En este árbol vemos reflejados los ojos de nuestro pueblo, las esperanzas de nuestras mujeres y los sueños de nuestros hombres”.

“Aunque los israelíes hablan el lenguaje de la muerte, nosotros hablamos un lenguaje de vida”, afirmó la alcaldesa.

Para las y los palestinos de Belén -cristianas y musulmanes- celebrar la Navidad recibiendo a visitantes de todo el mundo es algo más que una apuesta de sobrevivencia económica: es también una forma de resistencia por parte de un pueblo al que los poderes coloniales de ayer y de hoy han tratado de borrar de la faz de esa tierra desde hace casi un siglo, y que sin embargo conserva su dignidad, su fe y su capacidad de esperanza.

Por Maria Landi
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