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ISIS, el peor enemigo del Islam

En medio de las atrocidades del grupo extremista, se renuevan los prejuicios y mitos sobre la violencia y la fe musulmana.

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Decapitaciones, persecución a cristianos, expulsiones masivas de chiítas. Todo bajo la forma del espectáculo. Así viene actuando el grupo terrorista ISIS (Estado Islámico de Siria e Irak, o ISIL, por Irak y el Levante) desde mediados del año pasado, montado sobre la intensidad de la Guerra Civil en Siria. El régimen dirigido por Abu Bakr, autoproclamado califa, esgrimió siempre el mismo argumento: «todos deben someterse a la fe del Islam, y cualquier opositor debe ser eliminado». Una idea sostenida en tiempos de Al-Qaeda, potenciada por un exhibicionismo hasta el momento desconocido. Ocupando la zona del centro-norte de Irak y el noroeste de Siria (unos 40 o 90 mil kilómetros cuadrados, según las imprecisas estimaciones), ISIS dice tener como objetivo la subsunción del mundo musulmán bajo un solo Estado. Controlan Mosul, Tikrit, Faluya y Tal Afar en Irak y Raqqa, Palmira, Alepo, Damasco, Al Hasaka y Sueida en Siria. El principal móvil, dicen ellos, es religioso. Pero ¿se ajusta a las creencias del Islam este conjunto de prácticas? ¿Se puede hablar ‘del Islam‘ como si fuese uno sólo, teniendo en cuenta que se trata de una religión de 1.200 millones de fieles que no se circunscribe sólo al mundo árabe?



No todo musulmán es árabe, ni todo árabe es musulmán. Dicho esto, que parece una obviedad, entender al islam sigue siendo una tarea compleja. Religión, cultura, lengua: ¿cuál es su diferencia específica? ‘No se trata sólo de una práctica religiosa. Hay una ligazón entre individuo y Dios, pero también con la civilización musulmana‘, explica Gabriel López, secretario académico de la Cátedra Edward Said y profesor de Historia contemporánea en la Universidad de Buenos Aires. ‘El islam construyó una civilización, y ahí tiene un fuerte peso la política: sostiene que no hay una división entre el aspecto personal de la fe que cada uno puede profesar con la ciudadanía. La forma política de organizar esto fue la del califato‘, agrega.

La conquista del islam sobre pueblos como Persia, Irak, Palestina, Siria y Egipto (con el dominio del poderoso Imperio Bizantino entre 633 y 645), se dio en sus inicios a través de este sistema de gobierno. Abu Bakr, el primer califa (sucesor del Profeta muerto en 632), tenía la autoridad que le venía desde Muhammad, y fue además el primero en compilar el Corán (hasta entonces recitado sólo de memoria). De allí en adelante, comenzaron las divergencias en torno de la línea sucesoria del Islam, llegando hasta el último califato que finalizó en 1924 con la caída del Imperio Otomano.

‘A partir de ese momento aparece la principal división, entre sunitas y chiítas. Se trata de una disputa por quién tiene el control político de la Umma (la comunidad musulmana), qué grupo es descendiente del Profeta‘, explica López. Esto no es menor, ya que la sucesión ha generado distintos tipos de disputas. Y, en los argumentos de ISIS, aparece como un factor clave: ¿quién representa la verdadera línea sucesoria? ¿Hay ‘guerras santas‘ en el islam, o son sólo una mala traducción del ‘jihad‘?

Las voces musulmanas de la Argentina son, en este sentido, una fuente de conocimiento inagotable: historiadores, sheijs, y estudiosos del Corán aclaran un poco el panorama, nublado por la complejidad del tema y la desinformación mediática.



El Islam en la Argentina

Con gran peso en el país, la comunidad musulmana se asentó a fines del siglo XIX. Resulta difícil, sin embargo, hablar de ella desde parámetros heterogéneos: en el ocaso de la argentina decimonónica, la principal migración provino desde la zona sirio-libanesa y el Levante. Profesaban todo tipo de culto (maronitas, judíos, musulmanes, ortodoxos) y fueron equívocamente englobados bajo el apodo de ‘turcos‘. Incluso Sarmiento, en su Facundo, llegó a comparar a La Rioja con Palestina.

Hoy se calcula que en la Argentina viven entre 400 y 500 mil musulmanes. Estos números estimativos surgen de los estudios de Ricardo Elía, secretario de Cultura del Centro Islámico de la República Argentina (CIRA), la primera institución que aglutinó a la comunidad musulmana en el país. Creada en 1931, funciona en una antigua casa porteña del barrio de San Cristóbal decorada con motivos y ornamentos islámicos desde las paredes hasta los sillones. A pocas cuadras de ahí, funciona la mezquita Al Ahmad, a la que concurren los musulmanes de la zona para su rezo diario. El más importante es el de los viernes al mediodía, que convoca a casi doscientas personas. También director del periódico La Voz del Islam, Elía asegura que el CIRA representa a todos los musulmanes sin distinción entre sunitas y chiitas, y sintetiza la postura de las demás autoridades islámicas nacionales: ‘Los de ISIS son cualquier cosa menos musulmanes‘, dice.



Además de que el Corán dicta que la fe debe ser voluntaria (no se puede obligar a nadie a profesarla), otro de los princiaples argumentos que los separa, dice, es el término de ‘Guerra Santa‘. En principio, porque es un equívoco desde el plano conceptual: en el mundo musulmán no existe la consagración de la santidad. ‘Al jihad lo llaman guerra santa porque lo comparan con otras religiones que sí hicieron guerras santas. En el islam no puede haber una guerra santa porque no hay sacerdotes y nadie puede santificar o consagrar‘, explica Elía. El término significa ‘esfuerzo‘ y hay dos tipos de jihad: al-Akbar y al-Asgar. El primer jihad del musulmán y el más importante es contra sí mismo, contra sus tentaciones. El otro es la defensa de la comunidad musulmana entera, la Umma. ‘Esa defensa viene dada por el consenso de todos los juristas y conocedores de la ley y no por decisión de un solo grupo‘, explica Elía, y completa que, además, ese jihad al-Asgar nunca puede ser una agresión.

Por Juan Brodersen 
Con información de NoticiasNet

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