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Historia y Nación – Gibran Khalil Gibran

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A orillas de un arroyo que serpenteaba entre las rocas, al pie del Monte Líbano, se sentó una pastora, rodeada por su rebaño de ovejas flacas que pacían la hierba seca. Miró hacia el crepúsculo distante como si el futuro estuviera pasando por delante de ella; las lágrimas habían enjoyado sus ojos como gotas de rocío que adornan las flores. La pena le había entreabierto los labios para penetrar en ella y ocupar su corazón suspirante.

Después de la puesta del sol, cuando lomas y sierras se ocultaban entre las sombras, la Historia se plantó ante la doncella. Era un anciano cuyo cabello blanco caía como nieve sobre su pecho y sus hombros y en su mano derecha llevaba una hoz afilada. Con voz rugiente como el mar dijo: -La paz sea contigo, Siria.

La doncella se levantó, temblando temerosa, y preguntó: -¿Qué quieres de mí, Historia?-Señaló entonces a sus ovejas y dijo:-Ésto es lo que queda de un saludable rebaño que una vez llenó este valle. Ésto es todo lo que tu codicia me dejó. ¿Ahora has venido a saciar tu gula en ello? Tus pies atropelladores pisotearon estas tierras que una vez fueron tan fértiles hasta reducirlas a polvo estéril. Mis ovejas, que antes pacían flores y producían leche abundante, roen ahora cardos que las dejan flacas y secas.

Ten temor de Dios, Historia, y no me aflijas más. Tu sola presencia me ha llevado a detestar la vida y la crueldad de tu hoz me hizo amar a la Muerte. Deja que en mi soledad apure la copa de la amargura, mi mejor vino. Vete, Historia, al Occidente, donde se celebra la fiesta de matrimonio de la vida. Deja que aquí lamente el desamparo en que me has dejado.

Escondiendo la hoz entre los pliegues de su vestidura, la Historia la miró como un padre amante a su hijo y dijo: -Oh Siria, lo que he tomado de ti eran mis propios dones. Debes saber que las naciones hermanas tienen derecho a parte de la gloria que era tuya. Debo darles lo que te di. Tu condición es como la de Egipto, Persia o Grecia, porque todas ellas tienen rebaños flacos y pastos secos. Oh Siria, lo que llamas degradación es un sueño indispensable del que sacarás fuerzas. La flor vuelve a la vida a través de la muerte y el amor no florece sino después de la separación.

El anciano se acercó a la doncella, le extendió la mano y dijo: -Estrecha mi mano, Hija de los Profetas. Y ella estrechó su mano y lo miró desde atrás de un velo de lágrimas y dijo: -Adiós, Historia, adiós. -Hasta que nos volvamos a encontrar, Siria -respondió Historia-, hasta que nos volvamos a encontrar.

Y el anciano desapareció como repentino relámpago, y la pastora llamó a sus ovejas y retomó su camino diciendo para sí misma: ¿Habrá realmente otro encuentro? .

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