Luchar por pertenecer a la élite en Beirut
Un titular reciente de Vice, «La lucha por el derecho a la fiesta en Beirut», sitúa al lector en una posición interesante: no sabes si lo has leído anteriormente o simplemente si siempre se supo que estaba destinado a materializarse algún día en el sitio web de Vice.
Mary von Aue, la autora del artículo, nos presenta la «yuxtaposición de tensión política y frenesí de fiesta» tal como ocurre en «bares [que] ofrecen borracheras avivadas con cocaína en la misma calle donde se encuentra la sede de Hezbollah.»
Un panorama festivo más Hezbollah, todo en una sola ciudad ¿qué otra cosa podríamos desear para una sensacional falta de entendimiento de la región?
Según la versión de la historia de Líbano de von Aue, «nada ha sobrevivido a la guerra civil, la invasión extranjera, 800.000 refugiados [una subestimación importante] y un flujo regular de atentados dirigidos, como el panorama de los clubs de Beirut.» Von Aue sostiene, no sea que su público acuse a los fiesteros de apatía política, que la vida nocturna se ha simplemente «convertido en otro medio de la cultura de la disidencia.»
Sin duda, no sería muy difícil pensar en un ejemplo de «disidencia» y de resistencia al status quo más noble que la frecuentación de establecimientos opulentos conocidos por rechazar clientes por su apariencia física.
Para validar sus evaluaciones sociológicas, von Aue ha recurrido a Yousef Harati, dueño de un club, un «gran nombre de la vida nocturna de Beirut», cuyas pretensiones a la fama incluyen esta respuesta entrañable a una pregunta de una entrevista de Time Out Beirut: «¿Hay un truco para conseguir que su portero nos deje pasar? No decir que me conoces, porque todo el mundo me conoce».
Von Aue comienza su propia entrevista con Harati con la incisiva pregunta: «¿Cómo ha hecho Beirut para convertirse en una ciudad tan hedonista?»
Para empezar hemos reducido la identidad de la capital libanesa para excluir, ya me entiendes, a todos los no-hedonistas. Harati va directo a la cuestión:
«El hecho de que Hezbollah esté justo al lado es lo que hace que nos aferremos a la fiesta. Es el miedo y la frustración de no saber lo que va a pasar mañana lo que nos empuja… Lo contrarrestamos a base de fiestas, a pesar de los bombardeos y así se ha creado esta energía surrealista «.
‘Una combinación atractiva’
O sea que en cuestión de segundos el dúo von Aue-Harati ha logrado reducir Beirut a un «no Hezbollah» – a pesar del pequeño detalle del apoyo sustancial a la organización de muchas comunidades de la ciudad, incluyendo algunas facciones cristianas.
El lector casual de Vice también puede deducir de las frases de Harati que es de hecho Hezbollah quien está detrás de todos los recientes atentados, lo que no es el caso. (Luego reconoce, sin embargo, que el Estado Islámico sería mucho peor que el Partido de Dios para la vida nocturna libanesa.)
Pero la respuesta breve a por qué todo el mundo está tan locamente de fiesta en este país en conflicto es simple: no es cierto. Más allá de razones religiosas, la mayoría de los libaneses no disponen de los medios económicos para ello. Como proclama el organismo nacional de promoción de inversiones del Líbano en su página web:
«… los salarios en el Líbano son relativamente inferiores a los promedios regionales. Según el Banco Mundial, el 70 por ciento de la población genera un ingreso anual de menos de 10.000 $ anuales. [Esto] combinado con [una] fuerza de trabajo altamente cualificada constituye una combinación atractiva para cualquier empresa dispuesta a invertir en el Líbano «.
La actitud positiva del gobierno hacia los bajos salarios sugiere que las cosas no van a mejorar para dicha fuerza de trabajo en un futuro próximo. Además, los precios prohibitivamente altos asociados a casi todos los aspectos de la vida en el país evita que la mayoría de la gente pueda permitirse «borracheras avivadas con cocaína» para hacer frente a la conmoción política, y aún menos a su propia pobreza.
Por supuesto, los bombardeos intermitentes, las peleas callejeras y otras cosas similares significan que, incluso para la élite, la vida en el Líbano no es pan comido. Pero el problema de alabar el escapismo de los clubs como un acto heroico de rebeldía se hace especialmente ostensible cuando vemos, por ejemplo, quienes son los que luchaban por el derecho a la fiesta durante la guerra de 2006 de Israel contra el Líbano.
Después de la guerra, me encontré con más de un residente de los barrios cristianos de lujo que se jactaba de no haber permitido que los violentos ataques durante 34 días interfirieran con sus horarios de baile y bebida.
Naturalmente, las áreas en las que estas actividades se llevaban a cabo eran evidentemente inmunes a la masacre infligida a los suburbios más pobres y predominantemente chiitas del Sur de Beirut.
Posteriormente Johnnie Walker aprovechó la desastrosa ocasión con anuncios de whisky en que aparecía un puente bombardeado y las instrucciones: «Keep Walking».
Frivolizando la existencia
La entrevista de Vice concluye con el reconocimiento de Harati de que «Sé que esto puede sonar superficial, porque estoy hablando de vida nocturna, pero nuestro estilo de vida es importante porque está dando a la gente una salida y algo que les hace ilusión.»
Pero hay algo más en esta superficialización de la existencia en Beirut. Presentar a las élites de los clubes como los libaneses «reales» no sólo trivializa y degrada la realidad de todos aquellos que no encajan en el molde; también juega con nociones orientalistas de que el único tipo adecuado de árabe es el occidentalizado.
Como dije en un artículo de opinión de Al-Jazeera titulado «Orientalismo con un toque quirúrgico”, el New York Times y otras publicaciones afines al imperialismo se deleitan periódicamente con el grotesco materialismo exhibido por algunos beirutíes – con el que es más fácil identificarse en Occidente que, por ejemplo, con los niños libaneses masacrados a quemarropa por la aviación israelí.
La glorificación desvergonzada de la riqueza en Beirut – con sus tiendas glamorosas, clubes de playa de gama alta y «su distrito de vida nocturna al rojo vivo» existentes junto a la semi – y total miseria – implica inevitablemente el aval a la atroz disparidad económica, desacreditando la difícil situación no sólo de otros libaneses, sino también de los trabajadores migrantes esclavizados por sus amos libaneses y de los refugiados sirios despreciados como interferencias antiestéticas en el panorama callejero de moda de Beirut.
En cuanto al falso análisis de Vice de la vida nocturna de Beirut, no se puede negar que la ciudad acoge a muchos «noctámbulos impíos.» Pero el hecho es que en el Líbano, tal como está configurado actualmente, el «derecho» a la fiesta es realmente un privilegio de los ricos.
Parece que puede haber cosas mejores por las que luchar.
Por Belén Fernández
Traducción: Anna Maria Garriga
Con información de :Sin Permiso
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