Jesús de Nazaret,los evangelios y la historia
Volviendo atrás en el tiempo, el texto apócrifo que aparece en el Evangelio de los hebreos y en el Evangelio de Tomás, que se hunde en lo más profundo de la tradición sapiencial judía, está relacionado con el centro del secreto que envuelve todos los evangelios, y que no es más que el intento de encontrar el significado exacto de la palabra, la obra y la persona del enigmático Jesús: «El que busca que siga buscando hasta encontrar. Cuando encuentre, se turbará. Cuando esté turbado, empezará a admirarse. Cuando empiece a admirarse, reinará. Cuando empiece a reinar, encontrará descanso (Tomás 1).»
Nos encontramos ante un mundo incomprensible, lleno de misterios, y podemos decir, parafraseando a Holler, con «una sacrosanta ininteligibilidad».
A lo largo de toda la tradición cristiana, ésta sólo toma sentido cuando la interpretamos dentro de un contexto mágico, situándola en un estadio superior, cuando el contexto puede formar parte de un mundo que intuimos pero al que sólo se puede entrar en determinadas circunstancias, concordantes con estados modificados de conciencia.Por otra parte, Sigmund Freud estaba fascinado por el humor, y en 1905 escribió un divertido y desconocido libro: El chiste y su relación con lo inconsciente. Vamos a emularlo con la siguiente historia, donde se cuenta que lo magnífico, lo grandioso, oculta muchas veces lo real que tenemos delante:
Sherlock Holmes y el doctor Watson se van de campamento. Montan su tienda bajo el cielo estrellado y se ponen a dormir. En algún momento de la noche, Holmes despierta a Watson y le dice:
—Watson, mire las estrellas y dígame qué ve.
—Veo millones de estrellas —respondeWatson.
—¿Y qué deduce de eso? ¿Qué quiere decir eso? —le pregunta Holmes.
—Bien, si hay millones de estrellas y aunque sólo unas pocas de ellas tienen planetas, es muy posible que haya planetas como la Tierra allí afuera. Y si existen algunos planetas como la Tierra, también es posible que haya vida.
—Watson, no sea estúpido —le replica Holmes—. Significa que alguien nos ha robado la tienda.
Así, llevados por nuestra deontotonía o conciencia del deber, y teniendo la convicción de que el Jesús histórico existió y que sus prodigios, sus actos sobrenaturales, sus hechos extraordinarios, que parecen tomar su energía en los cielos, entran dentro de las facultades del hombre eterno autodesarrollante, y que del conjunto de textos más antiguos de la humanidad tenemos un concepto único, exclusivamente religioso, filosófico y literario de la tradición, intentaremos con los datos recopilados a lo largo de los años y empleando una dosis mínima de imaginación dar una explicación realista.
Albert Einstein, demostrando a los pocos meses de diferencia de su famoso artículo sobre la relatividad la realidad del movimiento browniano, dijo: «La imaginación es la herramienta más poderosa que posee el ser humano.» Procuraremos, pues, que la magnificencia de lo acontecido no nos haga perder de vista lo que tenemos delante de los ojos y a veces no vemos, precisamente, por ser tan evidente.Intentaremos mostrar de forma mucho más cercana y real la figura y obra del llamado Salvador, quien dijo Él mismo: «Los que están conmigo no me han entendido» (Hechos de Pedro 10).
La anomia no es ajena a la religión cristiana. La extraordinaria sucesión de vicisitudes que acontecieron en el momento del nacimiento de Jesús, su significado profundo, sorprendió a los testigos del suceso, que no sin dificultad debieron de comprender que se trataba de un suceso divino; manifestaciones de carácter sobrehumano que en algún momento pueden hacernos dudar, pero debemos tener en cuenta precisamente lo dudoso del relato histórico, basado con casi toda seguridad en leyendas paganas.
Una carta inédita que Albert Einstein remitió al filósofo Eric Gutkind en 1954 nos describe el pensamiento del sabio:
«La palabra de Dios, para mí, no es más que la expresión y el producto de las debilidades humanas, y la Biblia, una colección de leyendas dignas pero primitivas que son bastante infantiles.»
En realidad, hoy, quienes creen en Dios no creen realmente en Él; creen que deberían creer en Dios y, en consecuencia, son algo fanáticos a este respecto, debido precisamente a su duda y al tener que reafirmarse constantemente en sus convicciones.
Aunque parezca pueril, la primera y elemental cuestión es centrar las tres figuras fundamentales de esta historia: un Dios humano, Yahvé; un Dios teológico, Jesucristo, y un personaje histórico, Jesús de Nazaret. La religión cristiana, presentada siempre como monoteísta, en realidad parece politeísta: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
No podemos pasar por alto los hechos que de forma sincrónica se produjeron en un período muy breve de tiempo, entre tres acontecimientos en principio no relacionados entre sí: la explosión de la primera bomba atómica en Hiroshima (1945), el descubrimiento de la escritura gnóstica de Nag Hammadi (1945) y el desenterramiento de los manuscritos esenios del mar Muerto en la cueva de Qumrán (principios de 1947).
Estas grandes señales —nos resistimos a llamarlas «coincidencias»— nos hacen ver de forma inequívoca que es una marca, una señal, que nos ha sido enviada desde los orígenes del hombre eterno. El rollo de la guerra de Qumrán (1QM) habla de la última batalla de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas. Los escritos de Nag Hammadi hablan repetidamente del Apocalipsis.
Estos descubrimientos hicieron cambiar los criterios de los literalistas, aquellos que interpretaban la historia de Jesús como la crónica literaria de acontecimientos históricos, origen por tanto del cristianismo romano. La existencia de otro cristianismo radicalmente distinto perseguido por la Iglesia romana, los llamados «gnósticos», tomó un protagonismo hasta entonces oculto y en consecuencia desconocido.
El hecho de llamar «agnóstica» o «apócrifa» a una literatura no oficialista del judaísmo y el cristianismo no tiene mucho sentido, teniendo en cuenta que en la época que se produjo no había nada agnóstico ni apócrifo porque no había nada canónico. Nada era falso, todo respondía a la verdad. Todo lo relatado era principal, era lo que sucedía, o había sucedido, narrado desde una vertiente u otra.
Los documentos encontrados son de difícil interpretación, al estar muy fragmentados. Por ejemplo, del dossier bíblico de Qumrán, con más de ochocientos rollos, encontrados en las once cuevas sólo son bíblicos unos doscientos, y solamente se ha rescatado un libro entero, el Gran Rollo de Isaías, el resto forma un dossier de fragmentos de diversos tamaños.
Mohammed Adib Issa, el pastor beduino que descubrió con quince años los manuscritos de Qumrán dentro de unas ánforas al tirar unas piedras a una cueva y sonar sospechosamente, pronunció como últimas palabras antes de morir:
«Sólo le pido a Dios que me libere, por fin, de la maldición que me persiguió toda mi vida.»
Murió de un cáncer que lo destruyó poco a poco durante años, solo, pobre de solemnidad, tan pobre en un campo de refugiados de Jordania que ni siquiera pudo pagarse su estancia en un hospital, ni una inyección de morfina que paliara sus terribles dolores. Murió pensando que había sido víctima de la maldición de un genio que había salido del ánfora donde encontró los pergaminos.
También los papiros gnósticos de Nag Hammadi, trece códices encuadernados en piel, parte de ellos vendidos en el mercado negro y comprados por la fundación C. G. Jung, que contienen elfamoso evangelio de Tomás (el resto fue nacionalizado por el gobierno egipcio —en 1977 apareció toda la colección en inglés—), fueron escritos aproximadamente en 400 d. J.C. y son copias exactas de otros escritos sobre el año 150 d. J.C.
Encontramos también restos de la inmensa biblioteca que narra lo sucedido incluso antes de Jesucristo en otras partes del mar Muerto: la cuevas de Murabba’at y Nahal Hever y la fortaleza de Massada y también en La Guenizá de El Cairo, con copias medievales que dan fe de tradiciones antiguas como la de Ben Sirá.
Con toda seguridad, en otros lugares dispersos irán apareciendo documentos que atestigüen ese período tan fértil en acontecimientos mágicos. No tiene una explicación coherente la tardanza por parte de la Iglesia católica en dar a conocer las partes traducidas que obran en su poder. Por otro lado, restos de documentos bíblicos, por así llamarlos, algunos muy importantes, se hallan en manos de anticuarios e inversores de Estados Unidos, Suiza y Alemania, valorados en millones de dólares, muchos de ellos sin traducir, comprados para especular, como se puede hacer con la pintura o la escultura, esperando el momento oportuno de mayor demanda, según las características de los acontecimientos sociales que se produzcan.
El trabajo al respecto de Jack Miles en su libro Dios, una biografía nos muestra que, al parecer, existió un Yahvé que en sus orígenes se nos presenta con un comportamiento autoignorante, una gran dosis de narcisismo y un poder absoluto. Después de varias catástrofes divinas, Yahvé pierde interés por todo, incluso por sí mismo; tenemos a un Dios caprichoso e incognoscible.
Nos encontramos con un Dios raro, un Dios que castiga con terribles males y que su reinado, si bien ofrece recompensas finales, no permite la menor interrupción democrática, es un reinado totalitario, dictatorial, en el que hasta el amor es impuesto.
La ciencia y la religión no se superponen, son dos campos distintos, aunque tengamos tendencia a interconectarlos: una se dedica a intentar explicar el mundo natural y la otra aborda el mundo espiritual, el de la moral, el mágico. En la realidad la ciencia tiene tendencia a adentrarse en el mundo espiritual, y la religión a dar explicaciones al mundo de la ciencia. Einstein dijo: «La ciencia sin religión es coja; la religión sin ciencia es ciega.»D’Aquili y Newberg, en su libro The mystical mind, cuentan el siguiente relato:
Un bosquimano de Kalahari fue picado por un mosquito, Tras la picadura del mosquito, el bosquimano se fue en seguida al médico occidental para que le diese un medicamento que previniese la malaria. El bosquimano le dijo al médico que tras esa cita tenía que ir a ver al hechicero de la tribu. El médico no podía entender por qué el paciente iba a visitar a un consejero espiritual si tenía tanta fe en la medicina occidental moderna. El bosquimano le replicó: «Voy a ver al médico porque me ha picado un mosquito, y voy a ver al hechicero porque quiero saber por qué.»
Por S. Río
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