El guadamecí omeya se instala de nuevo en Córdoba
Adornó los más importantes palacios; decoró las principales estancias de los principales; sirvió de presente para embajadas, reyes europeos, emperadores bizantinos y califas abasíes, y las más hermosas princesas guardaron su joyas en joyeros decorados con guadamecí. Nació en Córdoba como arte suntuario en el esplendor de la ciudad, con los Omeyas, y desde aquí se irradió a todo el califato, al norte de Africa, al Oriente y a la Europa del Medievo. Experimentados y cualificados artesanos curaron las pieles de carnero y oveja y las cubrieron de plata. Inquietos artistas –mezcla de dibujantes, pintores, matemáticos, creadores, filósofos y con gran espiritualidad– plasmaron en esta noble base figuras geométricas envueltas en la cultura islámica, en una intensa búsqueda de Dios, y en el centro desarrollaron impresionantes escenas con ornamentación vegetal, animales permitidos y caracteres árabes, los alifatos. Este arte desapareció con los Omeyas, pero quedó en el recuerdo de los habitantes del antiguo Al-andalus, en el reino de Córdoba, donde se siguió trabajando el cuero, realizando cordobanes, pero con técnicas distintas, realizados principalmente por conversos. El XVII lamentó su defunción. Ya no quedaba recuerdo siquiera del guadamecí omeya.
Hace cerca de medio siglo un joven de 18 años, estudiante de arte, y con unas inquietudes artísticas y espirituales muy motivadas, descubrió en casa de un profesor piezas trabajadas en cuero. Se quedó impresionado. Estos trabajos lo llamaban. Comenzó a estudiar y descubrió los guadamecíes omeyas, de lo que no quedaba nada. Investigó apasionadamente, con una inquietud en aumento. Y descubrió sus técnicas.
Hechizado por estas obras de arte de elevada espiritualidad comenzó a trabajar en ellas, perfeccionándose, dedicándole 24 horas al día con ahínco. Y consiguió piezas que atraen durante horas, durante toda la vida. Piezas únicas, con elementos actuales, pero guardando el atractivo que imantan las figuras dibujadas minuciosamente en ellas. De estas obras emana paz, intemporalidad, Dios. Y es una obra que nunca se acaba. Va exigiéndole al espíritu más, otra, otra, continuar- nuevas obras.
Este hombre es Ramón García Romero. Ha rescatado el guadamecí omeya; ha encontrado su vida entre figuras geométricas, líneas imposibles, ornamentación vegetal, elementos cristianos, conceptos judíos y sosiego para el espíritu. Sus obras –puede tardar un año o más en realizar una pieza– son adquiridas por príncipes árabes, personas del mundo financiero, de gente de la cultura y están colgadas en palacios, museos, mansiones. No tienen precio, pero hay que ponérselo. Son obras de arte invalorables. Son obras con miles de horas, invalorables. Pero tienen precio y se pueden adquirir. Y se pueden ver en la Casa Museo Arte sobre Piel de Ramón García Romero.
Y abajo, en el sótano del museo –no se puede ver– trabaja un hombre que no ve el sol ni la luna. Trabaja durante horas y horas. Porque el sol y la luna forman parte del guadamecí que está creando en ese momento, el nuevo guadamecí omeya.
Por Antonio T. Pineda
Con información de Diario Córdoba
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