Hidráulica en el Antiguo Egipto
¿Cómo llegó a Egipto la ciencia? ¿Cuándo despuntó la aurora de aquella civilización cuya maravillosa pujanza nos revela la arqueología? ¡Ay! mudos están los labios de Memnon y ya de ellos no salen oráculos. El silencio de la Esfinge es enigma todavía mayor que el propuesto a Edipo. No aprendió ciertamente el antiguo Egipto cuanto a los demás pueblos enseñara, por intercambio de ideas y descubrimientos con los vecinos semitas. A este propósito dice el autor de un artículo publicado recientemente: Cuando mejor conocemos a los egipcios tanto más los admiramos. ¿De quién aprenderían aquellas artes pasmosas que con ellos murieron?… Nada prueba que la civilización y la ciencia naciesen y se desenvolvieran allí de modo semejante a como en los demás pueblos, sino que todo parece derivarse en continuado perfeccionamiento de las más remotas épocas. La historia demuestra que ningún pueblo aventajó al egipcio en sabiduría . No comisionaba el Egipto a la juventud escolar para aprender novedades en las demás naciones, antes al contrario, de todas partes acudían los estudiantes a Egipto ansiosos de conocimientos. La hermosa reina del desierto se recluía arrogantemente en sus encantados dominios y forjaba maravillas como si se prevaliera de mágica varilla.
HIDRÁULICA EGIPCIA
Dice Salverte que “la mecánica llegó entre los antiguos a un grado de perfección desconocido todavía entre los modernos; y ciertamente que tampoco los ha sobrepujado nuestra época en punto a invenciones, pues a pesar de cuantos medios han puesto en manos del mecánico los progresos científicos, hemos tropezado con insuperables dificultades en el intento de erigir sobre su pedestal uno de aquellos monolitos que cuarenta siglos ha erigían los egipcios numerosamente ante sus edificios sagrados”. El reinado de Menes, el rey más antiguo de que nos habla la historia, ofrece diversas pruebas de que los egipcios conocían la hidráulica mucho mejor que nosotros. Durante el reinado de aquel monarca, cuya época se hunde en los abismos del tiempo como lejanísima estrella en las profundidades de la bóveda celeste, se llevó a cabo la gigantesca empresa de desviar el curso del Nilo o, mejor dicho, de sus tres brazos principales, de modo que bañase la ciudad de Menfis. A este propósito, dice Wilkinson que “Menes calculó exactamente la resistencia que era preciso vencer y construyó un dique cuya imponente fábrica y enormes muros de contención desviaron las aguas hacia el Este, dejando el río encauzado en su nuevo lecho” Herodoto nos ha legado una poética y fiel descripción del lago Moeris, así llamado por el monarca egipcio a quien se debió aquella artificial sabana de agua.
Dice el famoso historiador que el lago medía 450 millas de circuito por 300 pies de profundidad y lo alimentaba el Nilo mediante canales que derramaban parte de las aguas procedentes de las inundaciones anuales, con objeto de aprovecharlas para el riego en muchas millas a la redonda. Había en el lago, muy hábilmente construídas, sus correspondientes compuertas, presas, esclusas y máquinas hidráulicas. Los romanos aprendieron posteriormente de los egipcios el arte de las construcciones hidráulicas; pero nuestros progresos en esta rama de la mecánica han revelado las muchas deficiencias de que adolecieron en varios pormenores, pues si bien conocían los principios y leyes generales de la hidrostática e hidrodinámica, no estaban tan familiarizados como los ingenieros modernos, con los enchufes y junturas de los tubos de conducción, según lo prueba que construyeran muy largos acueductos a flor de tierra, en vez de cañerías subterráneas de hierro. Sin embargo, los egipcios emplearon indudablemente procedimientos de mayor perfección en sus canales y demás obras hidráulicas; y aunque los ingeneros encargados por Lesseps de las obras del canal de Suez habían aprendido su ciencia de los romanos, como estos de los egipcios, recibieron con burlas la indicación de que tal vez en los museos del país hallarían medio de corregir algunas imperfecciones del proyecto. No obstante, los ingenieros lograron dar a aquella “larga y horrible zanja”, como llamó Carpenter al canal de Suez, la suficiente resistencia para convertir en vía navegable lo que al principio parecía cenagosa trampa para aprisionar buques.
Los aluviones del Nilo han alterado por completo en treinta siglos el área de su delta, que paulatinamente se adelanta mar adentro y extiende con ello los dominios del Kedive. En la antigüedad, la boca principal del Nilo se llamaba Pelusiana y hasta ella llegaba desde Suez el canal de Necho, abierto por el rey de este nombre. Después de la derrota de Antonio y Cleopatra en Accio, una parte de la flota pasó al mar Rojo por este canal, lo que denota la profundidad que le dieron aquellos primitivos ingenieros. Los colonos del Colorado y Arizona han fertilizado vastos terrenos, antes estériles, mediante un ingenioso sistema de riegos que mereció calurosos elogios de la prensa; pero no es tanto su mérito si consideramos que a unas 500 millas más arriba de El Cairo se extiende una faja de tierra que substraída a la aridez del desierto es, según Carpenter, el país más feraz del mundo. Dice sobre el particular este autor que “durante miles de años condujeron estos ramificados canales el agua dulce del Nilo para fertilizar aquella larga y angosta faja de tierra de la misma suerte que el delta, cuya peculiar red de canales data de los primitivos tiempos de la monarquía egipcia”. La comarca francesa de Artois ha dado su nombre al pozo artesiano, como si allí se hubiese empleado por vez primera este procedimiento; pero los anales chinos dicen que estos pozos eran ya de aprovechamiento común algunos siglos antes de la era cristiana.
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