Las flores de los poetas de al-Andalus
En jardines y huertos crecen especies vegetales llegadas de Oriente hace un millar de años
«Andalucía y España no han sido otra cosa que un vasto jardín en el que las flores y los árboles hacían alarde de los colores más seductores y de sus frondas más umbrías». Es la forma en que el investigador de la Universidad de Argel, Henri Pérès, describe los paisajes de la península Ibérica en un libro titulado ‘Esplendor de al-Andalus’. Demostraba como desde hace más de un millar de años las especies vegetales han evolucionado junto al hombre y sus culturas, y como ocho siglos de presencia árabe en el sur de Europa, son el origen de la mayoría de las especies florísticas ornamentales, agrícolas y forestales, que hoy pueblan campos, huertos y jardines. Unas porque las trajeron directamente de Oriente, como las palmeras y granados, otras fueron desarrolladas y utilizadas por los andalusíes, tanto por los nazaríes en el Reino de Granada, como en los territorios cordobeses, béticos y levantinos de los Omeyas y Almóhades.
Ya no existen jardines andalusíes en lo que una vez fue al-Andalus, pero sí las plantas que los formaron. Casi no es posible conocer cuáles fueron las especies que utilizaron los árabes en España porque la mayoría de los libros de botánica y agricultura fueron pasto de las llamas de la Inquisición, y otros desaparecieron de las bibliotecas en la huída de andalusíes y moriscos a otras tierras, pero los arquitectos y artesanos dejaron testimonios de la vegetación existente en los grabados realizados en las yeserías de casas y palacios, sobre todo en la Alhambra y Medina Azahara, y los poetas plasmaron en sus poemas la belleza de las plantas, sus flores, colores y aromas, en versos expresados en los libros que se salvaron de la quema y recopilados por otros escritores posteriores, incluso por monjes en sus monasterios.
Pérès, asegura que fue a partir del siglo XI cuando «el gusto por la ornamentación floral y por la naturaleza se extiende a todas las clases sociales». Es el momento en el que las grandes casas se rodean de jardines, y las plantas son algo más que parte de un huerto del que extraer alimento.
Palacios
Un paseo por los jardines y palacios de la Alhambra muestra hasta qué punto las flores y las plantas estaban presentes en la vida de los habitantes de al-Andalus. Las yeserías del conjunto monumental están repletas de representaciones vegetales que no están diseñadas al azar, sino que son el reflejo de la realidad vegetal del momento, como en Medina Azahara, donde la imagen vegetal era la clave de la ornamentación. Sus constructores quisieron reflejar en el interior de los palacios, lo que había en el exterior: las plantas. Antonio Muñoz Molina, en ‘La Córdoba de los Omeyas’ recoge un poema que expresa esa cualidad: «La ciudad de Madinat al-Zahra resplandece al sol de la mañana, entre campos de olivos plateados. A la sombra de cipreses y palmeras, jardines de ensueño rodean inmensos salones mezclando mirto y romero, adelfas y nardos, lirios y rosas en tapices multicolores».
En la Alhambra, los poetas árabes hablan de mirtos (arrayanes) rosas, granados y lirios, pero también de las infraestructuras para el mantenimiento de la ornamentación vegetal, como en el caso de los jardines alhambreños a los que se refería Ibn Cabirol: «Y junto a los canales, hincadas, corzas huecas para que el agua sea trasvasada y rociar con ella en los parterres las plantas, y asperjar los juncos de aguas puras y el huerto de los mirtos con ellas abrevarlo».
Las especies
Una gran parte de las especies vegetales ornamentales más preciadas de las que se utilizan en la actualidad en las ciudades del sur de Europa fueron trasladadas por los árabes desde Oriente. Abderramán I fue quien ordenó traer desde Siria árboles que no crecían en al-Andalus. Fue el responsable de que hoy haya palmeras y granados en tierras andaluzas. El primer rey andalusí, Abd al-Rahmam, dejó clara la procedencia de estas especies al dirigirse metafóricamente a una palmera en sus jardines andaluces: «Creciste en un país donde eres extranjera y, como yo, en el más alejado rincón del mundo habitas. Qué las nubes del alba te concedan frescor en esta lejanía. Y siempre te consuelen las abundantes lluvias». La palmera es la especie más significativa de la flora de al-Andalus, a medio camino entre las plantas de carácter agrícola y las ornamentales.
Aunque es lógica la existencia de decenas de especies que se utilizaban para poblar huertos y jardines, la falta de datos hace que la lista confirmada no sea muy extensa. Entre las que siempre se citan en los poemas andalusíes están mirtos, margaritas, camomilas, violetas, narcisos, lirios, matiolo, alhelíes, azucenas y, lógicamente, el granadino, pero también flores más humildes pero de gran belleza, como la flor de las habas.
El granado es el símbolo de un reino y una de las especies que desde Siria se han convertido en plenamente ibéricas. Al-Rusafa tenía uno plantado en Málaga que le regaló desde Siria la hermana de Abderramán, y se dice que de ese ejemplar se plantaron huertos enteros en toda Andalucía. El poeta Ibn Sad al-Jayr dice de una granada madura «abre la boca como un león para dejar ver los dientes tintos en sangre».
Un manto púrpura
La rosa es otra de las flores que procede de Oriente, al menos en sus variedades ornamentales y cultivadas, ya que existen diversas especies de la familia de las rosáceas que forman parte de la flora silvestre de la península Ibérica. Para los habitantes de al-Andalus las rosas eran la esencia de sus jardines donde predominaba el púrpura y el blanco. En el siglo X trajeron el arte de destilar los pétalos de rosa y utilizaban el mes de abril para la fabricación de perfumes, extraer aceites y hacer conservas de rosas. La literatura andalusí describe la rosa como una flor que «muestra túnicas rojas, cuyo manto está calado».
Es un símbolo de sensualidad y noches de verano. Los jazmines pueblan cada jardín de Andalucía desde que los árabes los recuperaron de territorios de la antigua Roma y los pusieron en valor. Es una planta que los poetas andalusíes califican de una forma muy delicada y especial cuando describen un cenador cubierto por una planta de jazmín: «Es un cielo sobre él que hay pequeños escudos blancos plateados y pequeñas lanzas. Son estrellas de plata».
También con connotaciones sensuales, las violetas se llevaban la palma. Es una especie que existía ya en los bosques y zonas umbrías de campos y caminos, pero fueron los jardineros árabes quienes las convirtieron en flores para el amor. En algunos textos los poetas les encuentran parecido con «las huellas de un mordisco en la mejilla o en el seno de la bienamada».
Las violetas se cultivaban por centenares en los jardines de Granada. Con la especie Viola odorata se vuelcan los poetas andalusíes, que las describen como «alas de mariposa teñidas con moras de jardín».
La flor más poética, la que los escritores andalusíes asimilaban con los enamorados es el Jacinto, Narcissus tazetta. Los ramilletes de jacintos son las primeras flores que aparecen tras el invierno, incluso durante esa estación si no ha sido muy fría. La unión de varios colores en un único ramillete, como ocurre con algunas especies de narcisos, inspira sensaciones a los escritores, al menos a los de la Andalucía de hace siglos: «El amante y la amante se reúnen en su color blanco y amarillo».
Copas blancas
Las azucenas son «son ojos de oro puro y párpados de perlas en una rama de esmeralda verde». La blancura de las campanitas de azucena, Lilium candidum, llamaron la atención de los jardineros árabes y cuidaron la especie que ha llegado hasta la actualidad como una de las flores más preciadas en la ornamentación de jardines, pero también de hogares y eventos. La azucena tiene su paralelismo con la especie del litoral, Pancratium maritimum, llamada azucena marítima, que crece en playas de dunas de Andalucía Oriental, en Motril, Adra y el Ejido.
En los estanques, los nenúfares. Es una planta silvestre, procedente de los espacios lagunares existentes en toda Andalucía y que los árabes extrajeron de sus ecosistemas para decorar sus estanques, ya que cubrían parte de la lámina de agua con grandes hojas verdes sobre las que aparecen las grandes flores blancas. Son el refugio de una gran variedad de especies de vertebrados, como ranas y otros anfibios, y de invertebrados, moluscos de agua dulce, larvas de insectos y organismos acuáticos. Los poetas árabes dicen que «son botellas de cristal… una copa de perla, en cuyo centro se hubiera fijado un engaste de jade».
El mirto, el arrayán, es una de las especies que siempre se asimilan a la cultura árabe andalusí. También es una especie silvestre naturalizada por los árabes, que hicieron de ella uno de los símbolos de sus jardines.
En la actualidad, los setos de gran parte de la ciudad de Granada están formados por arrayanes, como los que se encuentran en los exteriores de la Alhambra, y los que rodean el estanque que lleva el nombre de la planta. Los textos de los poetas de al-Andalus reflejan el gusto por esta especie de flor blanca: «La nube ha revestido al mirto de galas verdosas que tienen botones de azmicle y de alcanfor». «Su fragancia, al difundirse serena y alegra el ánimo, lo que puede hacer creer que ha sido cortada en el Paraíso».
Hay lirios blancos y azules, silvestres y cultivados. Al igual que con otras especies los jardineros de al-Andalus pusieron en valor algunas variedades que se han mantenido a través de los siglos y que, incluso, se han situado entre las preferidas para su plantación en jardines, parques y parterres. Los lirios azules, Iris germánica, eran especialmente deseados para los palacios. Sobre sus colores se contaba entre poetas y botánicos una curiosa pugna en la que el lirio azul, «ha desechado con repugnancia el traje blanco, color de su hermano, para vestirse con un manto azul cuyo destello parece tomado de la bóveda celeste. Si el pavo real se lo pusiera, sería felicitado como un rey por las otras aves».
Puede considerarse como una de las flores más humildes, pero compite en belleza con la mayoría de las especies ornamentales más apreciadas, es la flor del haba (Vicia faba), una planta originaria de Asia y que fue traída a Andalucía por los árabes y convertida en especie agrícola y ornamental. La flor del haba es blanca marcada con tonos azulados y líneas moradas. Los escritores andalusíes no la dejaron pasar. «Se diría un lunar en la mejilla de una mujer blanca de piel fina».
Por Juan Enrique Gómez
Con información de Ideal
©2013-paginasarabes®