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El cáncer en el Egipto de los faraones

el cero en Egipto
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Edwin Smith fue un notable egiptólogo que desarrolló buena parte de su trabajo en la segunda mitad del siglo XIX. Se formó en los más importantes centros de París y Londres y adquirió gran importancia en el estudio de la lengua egipcia.

Pero no sería todo ello lo que le otorgaría honor y renombre sino la adquisición de un papiro a un comerciante de la ciudad de Luxor.

El egiptólogo entendió enseguida que este papiro de más de cuatro metros y medio de longitud era un tratado de medicina, pero su sorpresa fue mayúscula al comprobar que lo que tenía entre las manos se estaba convirtiendo en el documento médico más antiguo del que se tenía conocimiento en el mundo, con casi cinco mil años de antigüedad.

El que ha pasado a la historia como el papiro de Edwin Smith demuestra que los egipcios tenían un conocimiento bastante exacto de órganos humanos tales como el corazón, el hígado, el bazo, los riñones y los uréteres, y la vesícula, además de tratar con mucha más racionalidad de la que se les suponía ciertos procedimientos quirúrgicos.

Y es que este papiro está formado por un número determinado de casos, que la mayoría de las veces eran lesiones traumáticas que fueron tratadas con cirugía.

Pero hay un hecho que resulta más sorprendente aún y es que en el papiro aparece la primera descripción escrita de un cáncer. En éste se describen ocho casos de cáncer de mama, que son tratados con cauterización, aunque el escrito dice de la enfermedad que “no tenía tratamiento”.

Desde entonces, el conocimiento sobre el cáncer ha crecido muchísimo tanto en la detección como en el tratamiento, aunque la enfermedad sigue siendo una de las principales causas de mortalidad en occidente.

Según la Sociedad Americana del Cáncer, éste provoca en torno al 13 % de todas las muertes, lo que supone un número próximo a los ocho millones de fallecimientos en el mundo cada año. De todos ellos, más del 90 % están provocados por un proceso denominado metástasis.

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Se conoce como metástasis a la diseminación de un tumor primario a otros órganos distantes y sanos.

Para que esto ocurra las células cancerígenas tienen que ser capaces de penetrar en los vasos sanguíneos o linfáticos próximos al tumor para acceder a la circulación sanguínea -forzando al sistema circulatorio a producir nuevos vasos, mediante un proceso denominado angiogénesis- e invadir tejidos sanos.

Clásicamente se habla de tumor benigno para referirnos a aquellos que no son capaces de metastatizar a órganos distantes y de tumor maligno, al que sí que es capaz de hacerlo.

Es decir, los tumores benignos crecen sólo localmente y por lo tanto es más sencillo su tratamiento, mientras que los tumores malignos son capaces de propagarse, haciendo mucho más compleja la lucha médica contra la enfermedad.

Para que la metástasis ocurra se tienen que dar una serie de reacciones agrupadas en lo que se conoce como cascada metastática, que acaba en la formación de un tumor secundario.

Esto sólo es posible si se producen ciertas alteraciones moleculares que dan lugar a la expresión de algunos genes.

Uno de los primeros genes que se vio que estaban relacionados con procesos de metástasis es el que da lugar a la proteína “twist”, que se encarga de activar o desactivar ciertos genes.

Esta proteína se encuentra disponible en el desarrollo embrionario, donde su función es imprescindible ya que controla la producción y migración de todos los tejidos, pero que desaparece después para permanecer ausente durante el resto de la vida.

Pues bien, se ha visto que en un gran número de tumores que acaban metastatizando, esta proteína se encuentra activa.

También el español Joan Massagué, junto a su equipo, ha identificado un paquete de 18 genes implicados en la aparición de metástasis, de los cuales la acción conjunta de sólo cuatro es capaz de desencadenar el proceso.

De las proteínas a las que dan lugar estos genes ya se conocía su implicación en procesos inflamatorios y tumorales, pero ahora, además, se sabe de su papel en la diseminación del cáncer.

Y mucho más recientemente, en Diciembre de 2008, un grupo de investigadores británicos publicaba que la expresión de una proteína denominada Fosfolipasa C?1, que está relacionada con la activación de ciertos tipos de lifoncitos -linfocitos Th-, jugaba un papel determinante en procesos de metástasis.

El avance de la ciencia en este sentido debe despertar en nosotros moderada ilusión. Es probable que en un futuro a medio plazo se conozcan todos los genes implicados en el cáncer y usar este conocimiento para su tratamiento, pero ese día queda aún en el horizonte.

Por Juan Antonio Garrido

Fuente : El Almería

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