El ocaso de un faraón
Con la vida del ex mandatario egipcio que se extingue, condenado a cadena perpetua tras haber sido el tirano de su pueblo, su país intenta emular al ave fénix
Gobernó con mano de hierro el país que ancla la historia de la humanidad milenios atrás en un periodo luminoso. Pero él fue un ídolo nacional que pasó a ser llamado tirano por multitudes, las mismas que terminaron echándolo. Hosni Mubarak fue considerado como un símbolo de la solidez de los regímenes árabes hasta que se ganó la etiqueta de dictador. En 2011, tras 30 años en el poder fue expulsado por una sociedad exigente y desafiante que se organizó en internet. Hoy cumple una sentencia de cadena perpetua en la prisión de Torá, considerado un ser humano sólo porque todavía respira.
Su nombre completo es Muhammad Hosni Sayyid Mubarak y nació el 4 de mayo de 1928 en el seno de una familia de la burguesía media. Como tantos otros dictadores, Mubarak tiene una carrera militar: a los 19 años ingresó a la Academia Militar Egipcia con la intención de convertirse en soldado. Dos años después se graduó de Ciencias Militares y fue admitido en la Academia de Aire de El Cairo donde se tituló en Ciencias de la Aviación. A partir de entonces se destacó en Fuerza Aérea Egipcia. Recibió entrenamiento especial en la Unión Soviética. Su destacada participación en operativos bélicos le concedió la condición de Mariscal del Aire y el título de Teniente general.
En 1975 Hosni Mubarak fue nombrado vicepresidente de la República por el entonces mandatario, Anwar al-Sadat, con quien estableció una relación estrecha. Las capacidades diplomáticas del militar rápidamente se hicieron evidentes al participar en complicadas negociaciones y mediaciones internacionales. Durante este periodo, también fue designado en la vicepresidencia del Partido Nacional Democrático (PND).
En el corazón del poder
El 6 de octubre de 1981 la trayectoria de Mubarak dio un giro inesperado. En el marco de un desfile conmemorativo, el presidente al-Sadat fue asesinado. Aunque Mubarak se encontraba a lado del mandatario, únicamente sufrió una herida superficial en la mano. Como era de esperarse, se le designó como sucesor del fallecido jefe de Estado.
Durante su Gobierno implementó programas de recuperación económica, se dedicó a mejorar las relaciones entre países árabes y mantuvo una política positiva con las potencias, gozando así de del favor de Occidente. Al convertirse en un aliado estratégico para el régimen estadounidense, Mubarak logró sacar a Egipto del aislamiento regional para convertirse en un actor trascendente.
Además de consolidarse como un apreciado intermediario entre Israel, los países árabes y Estados Unidos, tuvo una influencia positiva en la aplicación de los Acuerdos de Oslo para la autonomía para Gaza y Jericó. Asimismo, fungió como mediador en la guerra entre Irak e Irán. Esto último le valió la readmisión de Egipto a la Liga Árabe, de la que había sido expulsado años atrás.
Sin embargo, aunque en política exterior Egipto se erguía como un actor influyente, al interior Egipto comenzó a convulsionar. Uno de los mayores problemas que su Gobierno enfrentó fueron los ataques del terrorismo islámico integrista que influyeron determinantemente en la caída del turismo y a su vez golpearon la economía egipcia.
Mubarak fue reelecto en cuatro ocasiones, la última vez en 2005 a pesar de la enmienda constitucional que permitía la concurrencia de otros candidatos a las elecciones. En realidad, la ratificación del dictador obedecía más al protocolo que a la verdadera acción democrática.
La tensión y el hartazgo de la población eran cada vez más evidentes. Aunque la economía generaba crecimiento, se enriquecía desmedidamente a la oligarquía y se no distribuía mayor beneficio al pueblo. La inequidad social, el autoritarismo, la corrupción generalizada y las maniobras sucesorias a favor de su hijo, Gamal Mubarak, también despertaban rabia.
Las redes sociales que fueron el medio de desahogo de una sociedad cansada e indignada pronto se convirtieron en protagonistas de la caída del último “faraón”. Motivados por las manifestaciones que explotaron en Túnez a principios de 2011, los jóvenes egipcios salieron a las calles, tomando la Plaza de Tahrir como un ícono representativo de la lucha popular.
El perfil de los manifestantes eran mayoritariamente jóvenes con algún tipo de estudio, expuestos a medios de comunicación, que con el uso de teléfonos móviles e internet, lograr organizar su movimiento. Las protestas estallaron el 25 de enero de 2011 y exigían la salida del dictador Mubarak, la instauración de un régimen democrático, así como la reivindicación de los derechos humanos y las libertades ciudadanas.
Las ganas de libertad
En contraataque, Mubarak bloqueó Internet, y por consecuencia las redes sociales. Lejos de apaciguar la lucha, esta medida avivó la efervescencia en contra del régimen dictatorial. Tras la fallida estrategia, el debilitado mandatario anunció un nuevo Gobierno. Éste realmente consistía en una reubicación de los miembros de su gabinete, de manera que él quedara en el poder tras bambalinas. Por segunda ocasión, el intento por extinguir las eufóricas manifestaciones fracasó rotundamente.
No cedía y propuso establecer un diálogo con las fuerzas políticas para realizar modificaciones a la Constitución. Tras el estallido de una huelga general, anunció que él no se presentaría como candidato a las próximas elecciones, pero dirigiría la transición. Una vez más, decenas de miles de personas reprobaron los arreglos propuestos por de dictador.
De manera paralela a estas estrategias y aferrado al poder, Hosni Mubarak impulsó una violenta represión en El Cairo y otras ciudades egipcias que resultó en más de 800 muertos. El 11 de febrero de 2011, después de 18 días de manifestaciones prodemocráticas, el legendario dictador dimitió, entregando el mando a las fuerzas armadas.
Así como el poder se le esfumó de las manos, su salud también se le escapa Desde que fue detenido en abril de 2011, había estado hospitalizado en una suite de lujo. Al iniciar su juicio fue transferido a un hospital militar en las afueras de El Cairo y tras recibir la sentencia fue enviado al hospital de la prisión en la que cumpliría su pena.
De acuerdo con las autoridades carcelarias, desde su llegada a la prisión, el ex mandatario padece problemas cardiacos, dificultades para respirar y está muy deprimido. Asimismo, su abogado, Farid el Dib confesó que su cliente no confiaba en los médicos y temía que intentaran matarlo. Mubarak se encuentra en una condición crítica, prácticamente esperando el final.
Paradójicamente, los egipcios que lo echaron para deshacerse de la dictadura, han votado en unas elecciones presidenciales cuyos resultados aún no se definen, y en las que los dos candidatos punteros claman victoria: un militar y un islamista. Dos personajes que vienen de dos mundos que, podría pensarse, los egipcios no quieren como referencia para marcar el destino de su país.
Por Gilda Colin Bracamontes
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