Rubén Darío y las puertas de Oriente
Ya desde el siglo XIX se fueron estableciendo algunas de las imágenes centrales de lo que seria la concepción imaginaria del mundo árabe a través de la literatura. Esta vendría, en primer lugar, vía España. De historias que tendrían como escenario Córdoba o Granada. De moras enamoradas de caballeros cristianos que veían, ante la reconquista, como los ocho siglos de dominación daban paso al llanto, al dolor y al exilio.
Sin embargo, Rubén Darío (1967-1919) , el príncipe de las letras castellanas fue quien además de renovar la música del verso español, le abrió una dimensión insospechada a las referencias culturales, que abarcaron no sólo el simbolismo francés, sino que fijaron, a través de Francia, el lujoso exotismo de otras tierras. La recamada fantasía de cortes orientales y danzarinas con el rostro oculto por un velo aún mas perturbador.
En 1892, en el prólogo del libro del poeta español Salvador Rueda, En tropel, elabora una enumeración vertiginosa de todos aquellos territorios físicos y mentales por los cuales viaja la Musa, con el pie descalzo de la Primavera o simplemente desnuda, como ninfa en el bosque. Pero Darío deja atrás Grecia y Roma y dedica cinco estrofas a quien desde el Oriente ya será un tópico proverbial de la poesía latinoamericana :
“Pájaro errante, ideal golondrina,
vuela de Arabia a un confín solitario,
y ve pasar en su torre argentina
a un rey de Oriente sobre un dromedario;
rey misterioso, magnífico y mago,
dueño opulento de cien Estambules,
y a quien un genio brindara en un lago
góndolas de oro en las aguas azules.
Ese es el rey mas hermoso que el día,
que abre a la musa las puertas de Oriente;
ese es el rey del país Fantasía,
que lleva un claro lucero en la frente.
Es en Oriente donde ella se inspira,
en las moriscas exóticas zambras;
donde primero contempla y admira
las cinceladas divinas alhambras;
las muelles danzas en las alcatifas,
donde la mora sus velos desata;
los pensativos y viejos califas
de ojos obscuros y barbas de plata.”
Rubén Darío : Poesia (Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1985)
Reflexionemos sobre aquellos versos de un Rey, con un claro lucero en la frente, que abre a la musa las puertas de Oriente. Efectivamente Rubén Darío las abrió de un modo espléndido, en un torbellino incandescente de luces y ritmo, de “lirios, perlas y aromas”; de ilusión, “extasiada y muda”, cuando en mayo de 1907, y desde París, ya no canta a la Musa, sino a “La hembra del pavo real”; para crear así uno de los símbolos sexuales de su poesía, a través de esta transfiguración humana de una hembra del reino animal:
LA HEMBRA DEL PAVO REAL
En Ecbatana fue una vez …
O mas bien creo que en Bagdad …
Era en una rara ciudad,
bien Samarcanda o quizá Fez.
La hembra del pavo real
estaba en el jardín desnuda;
mi alma amorosa estaba muda
y habló la fuente de cristal.
Habló con su trino y su alegro
y su stacatto y son sonoro
y venían del bosque negro
voz de plata y llanto de oro.
La desnuda estaba divina,
salomónica y oriental:
era una joya diamantina
la hembra del pavo real.
Los brazos eran dos poemas
ilustrados de ricas gemas.
Y no hay un verso que concentre
el trigo y albor de palomas,
y lirios y perlas y aromas
que había en los senos y el vientre.
Era una voluptuosidad
que sabia a almendra y a nuez
y a vinos que gusto Simbad…
En Ecbatana fue una vez,
o mas bien creo que en Bagdad.
En las gemas resplandecientes
de las colas de los pavones
caían gotas de las fuentes
de los Orientes de ilusiones.
La divina estaba desnuda.
Rosa y nardo dieron su olor …
Mi alma estaba extasiada y muda
y en el sexo ardía una flor.
En las terrazas decoradas
con un gesto extraño y fatal
fue desnuda ante mis miradas
la hembra del pavo real.
Escribirá también un prólogo a una versión de los Rubaiyat y en un libro titulada Parisiana, publicado en Madrid en 1927, saludara con gran alborozo la versión al francés de “Las mil noches y una noche”, obra del Dr. J.C. Mardrus. El elogio concluye con éste exaltado reconocimiento:
“De mi diré que libro alguno ha libertado a mi espíritu de las fatigas de la existencia común, de los dolores cotidianos como este libro de perlas y pedrerías, de magias y hechizos, de realidades tan inasibles y de imaginaciones tan reales. Su aroma es sedativo, sus efluvios benignos, su gozo refrescante y reconfortante. Como cualquier modificador del pensamiento, brinda el don evasivo de los paraísos artificiales sin el inconveniente de las ponzoñas, de los alcoholes y de los alcaloides. Leer ciertos cuentos es como entrar a una piscina de tibia agua de rosas. Y en todos se complacen los cinco sentidos, y los demás que apenas sospechamos”:
De estas puertas que se abren y de esa fuente que vivifica la sequedad retórica de nuestra poesía neo-clásica, vendrían muchos frutos. El modernismo será la gran escuela de aprendizaje y flexibilización de nuestro idioma. En el caso colombiano seria injusto no mencionar al poeta Guillermo Valencia y su libro Ritos, aparecido en 1914 en Londres, donde dos poemas, por lo menos, miran y recrean el mundo árabe : son ellos “Los camellos” y “Balada”. Del primero su música verbal avanza con majestuoso ritmo :
“Dos lánguidos camellos, de elásticas cervices,
de verdes ojos claros y piel sedosa y rubia,
los cuellos recogidos, hinchadas las narices,
a grandes pasos miden un arenal de Nubia”
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“Son hijos del Desierto : prestóles la palmera
un largo cuello móvil que sus vaivenes finge,
y en sus marchitos rostros que esculpe la Quimera
¡sopló cansancio eterno la boca del Esfinge!”
Pirámides, caravanas, huesos que blanquea el desierto :
“Sólo el poeta es lago sobre este mar de arenas,
sólo su arteria rota la Humanidad redime”.
El segundo poema, un tanto más truculento, narra la historia de Al-Mojahed, califa de Granada, quien enfermo hace venir un moro , “de los confines del Oriente” el cual sangrará los brazos de mujeres, quizás miembros del harem, para que el Califa, al beber la copa, recobre la salud, como de hecho sucede. Después de este despliegue, un tanto cinematográfico, el “Envío” del poema resulta mas convencional:
“Si a las mías que la buscan
tu mística mano alargas,
alentará mi espíritu ya muerto
con la frescura de su amor, ¡oh Hada!”.
Por J.G.C. Borda
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