Los tres últimos deseos de Alejandro El Grande
Se había erigido en el dueño del mundo. Sin embargo, a sus 33 años la muerte se hallaba prendida a su sombra.
Muy pronto doblaría la cerviz para no levantarla nunca más.
¿Qué había sucedido? ¿Cómo se había acabado la luz más esplendente de la historia de la Humanidad?
Este es un misterio que ha sobrevivido al paso de los siglos y que amenaza con no desvelarse jamás.
Los cascos de su caballo hollaban las tierras de Babilonia.
A su paso sucumbían ejércitos pero florecían los pueblos.
Desde Macedonia hasta la India se hallaba trazada la línea de la gloria, de la casi divinización de un hombre como jamás hubo otro entre los que habían poblado la Tierra: Alejandro Magno.
Sobre su vida, sobre sus gestas, ha quedado testimonio en la memoria de los hombres, en el fuego eterno de las estrellas.
Sobre su muerte, sobre su prematuro e insospechado fin, la piadosa mano de los dioses depositaron el velo del misterio, la tela oscura de los hechos ocultos que nadie hasta la fecha ha podido desvelar.
Alejandro Magno fue amado por los hombres y fue amado por los dioses.
Aquéllos explicaron sus últimos instantes con diversos testimonios, contradictorios entre sí las más de las veces; éstos,simplemente se lo llevaron pronto al Olimpo, porque esa era su verdadera patria, el lugar reservado para los más grandes.
Tres siglos después de la muerte de Alejandro Magno, acaecida en el año 323 a. C., Plutarco nos describe a la perfección los últimos instantes de su vida.
El día 18 del mes de Desio (inicios del actual mes de junio), tras una fiesta, Alejandro contrae unas calenturas y busca el cuarto de baño para acostarse.
Al día siguiente experimenta una mejoría, porque se baña, se instala en su habitación, juega a las tablas con un amigo, ofrenda sacrificios a los dioses…, y sólo por la noche le vuelven las calenturas.
El día 20 debe sentirse peor, porque vuelve a instalarse en el cuarto de baño.
El día 21 se agrava su estado; la fiebre no cede y la noche es un infierno para él.
A lo largo del día siguiente se entrevista con sus generales
(¿Es consciente de la irreversibilidad de su estado y reparte el poder?)
La calentura hace temblar su cuerpo de forma violenta.
Los médicos disponen que se le traslade a la zona de la piscina.
Durante el día 24 se recrudece la calentura.
Sus hombres de confianza no se mueven de su lado.
Lo mismo ocurre la jornada siguiente, pero entonces Alejandro permanece con los ojos cerrados y mudo.
El 26, ante los rumores de la muerte del general, los macedonios se sublevan contra los favoritos orientales y corren a palacio para comprobar por sí mismos el estado de Alejandro.
Dos o tres días después, quien ya no ve, ni habla, y ni siquiera oye, rinde su alma a los dioses del Olimpo, lugar en donde permanece desde entonces.
Dos semanas antes, Alejandro era un ser pletórico de energías, sano y con grandes ilusiones de expansión y de conquista.
¿Qué pudo ocurrir para que la guadaña que iguala a todas las personas tropezase con su cabeza y la cercenase de manera tan irremisible?
Hay tesis, con escaso fundamento, que culpabilizan a la leucemia o a heridas de guerra como causas inmediatas de la muerte del eximio emperador.
La leucemia se lleva mal con un joven aguerrido, de mejillas sonrosadas, sin el más mínimo signo de debilidad o la más leve sombra en el magnetismo que irradiaba entre su tropa.
Hasta última hora, Alejandro participó en fiestas y en competiciones gastronómicas en las que el vino y las viandas corrían destempladamente.
Ningún síntoma de los descritos por Plutarco nos permiten imaginar que la leucemia se llevara por delante al insigne conquistador.
De cualquier modo, Fritz Schachermeyr, el historiador que sustenta esta teoría, no abunda en detalles y su opinión languidece por falta de consistencia.
Otro carácter muy diferente presenta la tesis que atribuye a heridas de guerra el magno deceso.
Gran estratega e inteligente planificador, Alejandro era sobre todo un líder indiscutible que no agotaba su presencia en la arenga inicial, sino que encabezaba los ataques y se metía en las refriegas para chocar con el enemigo, espada en mano, yelmo coronado de vistosas plumas, clámide al viento, rodela destellante y loriga aurífera.
Su presencia en el lugar más peligroso infundía un ardoroso valor a sus hombres que pelearon y vencieron muchas veces contra ejércitos mejor pertrechados y más numerosos que ellos.
Un comportamiento semejante le había permitido erigirse en dueño del mundo en tan solo trece años de reinado.
Su vida discurría veloz y el riesgo lo envolvía en todas las acciones que emprendía.
Su piel blanca y sonrosada conoció frecuentemente el beso del acero enemigo.
Los síntomas que tan minuciosamente describe Plutarco bien podrían estar causados por la infección de una reciente o antigua herida de guerra que provocaría una mortal septicemia.
Pero aunque en aquella época proliferaban las muertes por esta causa entre los jóvenes dedicados a las artes marciales, no es menos cierto que la medicina conocía cómo conjurar los riesgos de las heridas y sólo el descuido o un mal tratamiento podían conducir a un desenlace fatal.
Alejandro llevaba junto a él a los más competentes galenos, y los ojos de éstos escrutarían cada centímetro de la piel del héroe con el celo y la minuciosidad que el personaje requería.
La teoría de muerte por infección de heridas es posible, pero mínimamente probable.
La misma pequeña probabilidad hay que aplicar a las versiones que atribuyen a la fiebre tifoidea, a la malaria o a la fiebre del Nilo la responsabilidad de abatir al hombre más poderoso de todos los tiempos.
Hay alguna similitud entre los síntomas descritos por Plutarco y estas enfermedades que ya eran muy comunes hace dos mil quinientos años en la parte de Asia conquistada por Alejandro.
El diagnóstico hubiera sido preciso y contundente de haber contraído una de ellas, abortando cualquier especulación al respecto y clarificando para la historia una cuestión que ha intrigado y seguirá intrigando durante los siglos venideros.
Sudores, debilidad, agotamiento, fiebre alta, dolores abdominales que le obligaban a pasar largas horas en la zona de los baños…, son síntomas genéricos, atribuibles a multitud de enfermedades.
Modernamente, científicos e investigadores sacan conclusiones utilizando argumentos que por su simplicidad mueven a sonreír.
Tal es el caso del doctor John Marr quien, muy seriamente, autentifica la muerte de Alejandro como consecuencia de la fiebre del Nilo por el simple hecho de que el rey macedonio, según cuenta Plutarco, unos días antes de caer enfermo, miró al cielo y vio una bandada de aves que se atacaban entre ellas y se provocaban mutuamente la muerte.
Para Marr esto no fue una premonición, según acostumbran a interpretar los augures de todas las épocas, sino más bien un anticipo de los estragos que produce la fiebre del Nilo, que ataca a las aves antes que a los seres humanos, tal como ocurrió en Nueva York en 1999.
Una aproximación más ecuánime a las funestas causas que acabaron con la vida de Alejandro Magno la obtenemos con la contemplación de la sintomatología tan minuciosamente legada hasta nuestros días; pero sin olvidar las circunstancias vitales por las que atravesaba el personaje en el momento de contraer su mortal enfermedad.
Conocidos minuciosamente los síntomas, cabe argumentar sobre los condicionantes personales del rey conquistador.
Casado con Roxana, había contraído segundas nupcias con Estatira, hija mayor de su gran enemigo Darío III.
Con anterioridad a ambos casamientos, y tras los mismos, Alejandro mantenía estrechas relaciones, no sólo de amistad, con Hefestión, al que conocía desde la niñez.
Frío y distante para las relaciones amorosas, albergaba, sin embargo, hacia Hefestión una tierna y apasionada inclinación que provocaba el recelo, la desconfianza y el repudio de sus dos jóvenes y bellas esposas.
¿Pudo alguna de ellas concebir una terrible venganza para ambos amantes?
¿Fue el veneno, ofrecido por frágil mano, la causa del magnicidio?
Lo cierto es que ocho meses separan la muerte de ambos amigos.
Uno y otro enferman tras comer y beber desmesuradamente.
Con menos vigilancia sobre su persona y por tanto más vulnerable, Hefestión pudo recibir una mayor dosis de veneno y su vida se extinguió en cuestión de horas.
Rodeado de una corte de refinados prohombres asiáticos, perfectamente conocedores de los dañinos productos que se le podrían suministrar, la siniestra asesina -todo apunta a Roxana, oscura y rencorosa- se vería precisada a suministrar el veneno en pequeñas cantidades, lo cual explica que la agonía de Alejandro se prolongase durante, al menos, quince días.
Sustentador de esta última teoría, Graham Phillips, comisario de Scotland Yard, ha investigado el caso como si de un crimen reciente se tratara.
El proceso de análisis llevado a cabo ha quedado recogido en un libro del que es autor el mencionado comisario: “Alejandro Magno, asesinato en Babilonia”.
Phillips se halla plenamente convencido de que fue la estricnina el veneno empleado por la despechada esposa.
Los tres últimos deseos de Alejandro El Grande
Encontrándose al borde de la muerte, Alejandro convocó a sus generales y les comunicó sus tres últimos deseos:
1 – Que su ataúd fuese llevado en hombros y transportado por los mejores médicos de la época.
2 – Que los tesoros que había conquistado (plata, oro, piedras preciosas), fueran esparcidos por el camino hasta su tumba, y…
3 – Que sus manos quedaran balanceándose en el aire, fuera del ataúd, y a la vista de todos.
Uno de sus generales, asombrado por tan insólitos deseos, le preguntó a Alejandro cuáles eran sus razones.
Alejandro le explicó:
1 – Quiero que los más eminentes médicos carguen mi ataúd para así mostrar que ellos NO tienen, ante la muerte, el poder de curar.
2 – Quiero que el suelo sea cubierto por mis tesoros para que todos puedan ver que los bienes materiales aquí conquistados, aquí permanecen.
3 – Quiero que mis manos se balanceen al viento, para que las personas puedan ver que vinimos con las manos vacías, y con las manos vacías partimos, cuando se nos termina el más valioso tesoro que es el tiempo.
Al morir nada material te llevas, «EL TIEMPO» es el tesoro más valioso que tenemos porque Es Limitado. Podemos producir más dinero, pero no más tiempo…
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