García Lorca, ayer y hoy
Federico García Lorca (1898-1936) me acompañó desde la infancia. Y luego lo leí y releí, con devoción, en mi adolescencia. Me aprendí de memoria estos versos que, muchos años después, aún conservo frescos y gráciles, con sus mágicas metáforas y sus hermosas imágenes: “El lagarto está llorando./ La lagarta está llorando./ El lagarto y la lagarta/ con delantalitos blancos./ Han perdido sin querer/ su anillo de desposados./ ¡Ay, su anillito de plomo,/ ay, su anillito plomado!/ Un cielo grande y sin gente/ monta en su globo a los pájaros./ El sol, capitán redondo,/ lleva un chaleco de raso./ ¡Miradlos qué viejos son!/ ¡Qué viejos son los lagartos!/ ¡Ay, cómo lloran y lloran,/ ¡ay!, ¡ay!, ¡cómo están llorando!”
García Lorca me habla siempre desde su Romancero gitano, libro inigualable en el que combina, magistralmente, lo culto con lo popular. También desde Poeta en Nueva York, su obra maestra, su Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, el Diván del Tamarit y sus obras de teatro: Bodas de sangre, Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores y La casa de Bernarda Alba. Hace tiempo que no releo su teatro, pero siempre releo su poesía, que es grande y noble y maravillosa desde su inaugural obra juvenil: Libro de poemas (1921), que anuncia ya al gran poeta.
Entre los muchos chistes serios y a veces impertinentes que hizo Borges, estuvo el que escandalizó no sólo a los españoles, sino a todos los que amamos la obra del español. Dijo Borges que García Lorca era sólo un poeta menor al que le había favorecido su muerte trágica. Lo he dicho en otras ocasiones: en las opiniones literarias no hay que dejarse impresionar ni siquiera por Borges, quien tenía ciertos prejuicios y fijaciones que solían nublar su inteligencia. García Lorca es un poeta mayor, uno de los más grandes poetas de nuestro idioma. En sus obras dramáticas es también un poeta. Su mayor aportación es haber conseguido que lo popular se integrara a lo culto en un ensamble perfecto. Es falso que sus andaluces sean de pandereta, como dijo también Borges con gran injusticia y malignidad.
García Lorca es siempre un poeta lírico, incluso en su tragedia Bodas de sangre. Es poeta incluso en sus magistrales conferencias, y hasta en sus entrevistas solía serlo. “La poesía es algo que anda por las calles”, dijo en una entrevista. Y nadie mejor que él lo sabía. Alguien lo llamó “mago de la palabra”. Eso era y eso es: un mago de la palabra.
En su Romancero gitano hay ciertos poemas inolvidables: “Romance de la luna, luna”, “Preciosa y el aire”, “Romance sonámbulo”, “La casada infiel”, “Romance de la pena negra”, “Muerte de Antoñito el Camborio”, “Romance del emplazado” y “Romance de la Guardia Civil Española”. De todos, el más popular es “La casada infiel”, pero el mejor es el “Romance sonámbulo”, por toda su belleza y complejidad.
Hay quienes creen que García Lorca es un poeta fácil y no es así: es uno de los poetas más complejos de nuestra lengua. Sus lectores son incluso jóvenes, cuando están enamorados: El “Verde que te quiero verde” es un verso musical icónico, pero lo que sigue después en el poema es una historia trágica que muchos lectores no advierten. En el “Romance de la Guardia Civil Española” hay también dos versos inolvidables: “Tienen, por eso no lloran,/ de plomo las calaveras.” Y en su “Gacela de la terrible presencia”, ¿cómo olvidar estos versos: “Yo quiero que el agua se quede sin cauce./ Yo quiero que el viento se quede sin valles./ Quiero que la noche se quede sin ojos/ y mi corazón sin la flor del oro”? Es insuperable y está extraordinariamente vivo.
Es un poeta vivo y vital, lleno de verdad y deslumbramiento. Sus primeras composiciones (las del Libro de poemas y Poema del cante jondo) nos llevan a un mundo donde el lenguaje popular y las imágenes de la tierra nos transportan a la España profunda. Vaya el siguiente dato muy ilustrativo. En 2001 se publicó en España la antología 50 poemas del milenio, cuya característica es que fueron los lectores quienes votaron por sus poemas preferidos para ser incluidos en dicha muestra. Entre ese medio centenar de poemas emblemáticos, los lectores situaron en cuarto sitio, sólo después de poemas de Pablo Neruda y Miguel Hernández, el poema “Gacela de la terrible presencia”, de García Lorca, perteneciente a su libro Diván del Tamarit. También eligieron, en el lugar 23, “La aurora”, de Poeta en Nueva York. Quien desee seguir leyendo libracos de Jojo Moyes y ese tipo de cosas, muy su gusto, pero esto no le quita que se esté perdiendo de algo extraordinario: el lenguaje concentrado y mágico de la poesía de García Lorca.
Por Juan Domingo Argüelles
Jornada de Poesía
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