El inquebrantable Khaled: Una historia de valor y resiliencia
Ya habían huido de los bombardeos en Dara’a, Siria. Sin embargo, una mañana de primavera de abril de 2013, mientras Khaled, de 15 años, y su familia estaban sentados desayunando, un proyectil de mortero explotó solo a unos metros de la casa donde se refugiaban.
“Salimos todos de la casa para ver dónde había caído la bomba” recuerda Khaled. “Y en ese momento, nos cayó encima una segunda bomba”.
Khaled perdió sus dos brazos en la explosión. Su madre, que se encontraba a su lado, fue alcanzada por la metralla y falleció en el momento. Tres de sus cinco hermanas también fueron heridas por la metralla.
“Estaba consciente” cuenta. “Había sangre por todas partes y todo el mundo gritaba. Me miré los brazos y me dije: ‘Esto es imposible. Estoy soñando’. Todavía no me creo lo que pasó. ¿De verdad perdí a mi madre?”
Ahora, mientras me siento junto a él en Irbid, Jordania, me cuesta imaginar por lo que ha pasado este guapo y sonriente adolescente – de tan sólo 17 años-. “Mi vida era hermosa en Siria”, relata. “Acababa de empezar a trabajar en un negocio de ropa y tenía grandes planes para mi futuro. Luego empezó la crisis y desde entonces ha sido avanzar un paso y retroceder 10”.
A finales de 2012, cuando los enfrentamientos cerca de su ciudad natal Al-Gharbia se hicieron insoportables, Khaled huyó a Jordania junto con sus padres y sus ocho hermanos. Llegaron al campo de refugiados de Za’atari, pero su madre, Adeeba, padecía asma y sufría ataques agudos, condición crónica que se veía empeorada por el ambiente seco y lleno de polvo. Como no podían seguir allí, tomaron la fatídica decisión de volver a su hogar.
Unos meses más tarde, la familia se enteró de que su ciudad iba a ser atacada. Se trasladaron a un pueblo cercano, en un intento de protegerse, pero fue allí donde cayeron las bombas esa fatídica mañana de abril.
Después de la explosión, Khaled estuvo más de una semana ingresado en un hospital local de Dara’a. Allí, el personal médico no pudo hacer nada más que suturarle las heridas, así que la familia regresó a Jordania y Khaled y sus hermanas fueron transferidos a un hospital de Irbid, donde pudieron recibir el tratamiento especializado que necesitaban.
Después de una semana de tratamiento intensivo le dieron el alta. Entonces empezaron a buscar donantes que le pudieran proporcionar brazos protésicos.
El primer par que recibió venían de un donante que vivía en el Golfo, pero los brazos rellenos de silicona eran demasiado pesados para los músculos debilitados de Khaled y terminó devolviéndolos. Entonces lo enviaron a una clínica de rehabilitación en el centro de Irbid, gestionada por una Asociación sin ánimo de lucro germano-siria, que le facilitó nuevas prótesis. Actualmente, Khaled recibe fisioterapia en esta clínica tres veces por semana.
Con un hermano y dos de sus hermanas mayores casados y viviendo en otro sitio, Khaled comparte un pequeño piso de tres habitaciones en Irbid con su padre, sus tres hermanas y dos hermanos. Describe su situación económica como muy difícil ya que dependen de los vales del Programa Mundial de Alimentos para comer y tienen que esforzarse cada mes para conseguir el dinero suficiente para el alquiler y las facturas.
Una evaluación realizada el año pasado determinó que la familia obtendría asistencia en efectivo de ACNUR de 120 dinares jordanos (170 dólares) cada mes, pero la falta de fondos ha provocado que sólo hayan podido recibir el dinero a partir de agosto. Un total de 22.500 familias sirias en Jordania se benefician actualmente de la asistencia en efectivo mensual de ACNUR, mientras 9.750 familias se encuentran en la lista de espera debido a la falta de fondos disponibles. El actual llamamiento para salvar vidas de ACNUR ha conseguido recaudar hasta ahora 4,7 millones de dólares, lo suficiente para proporcionar asistencia a 3.100 familias, aunque se necesitan más fondos desesperadamente.
Aunque la asistencia ayuda a aliviar algunas presiones financieras de la familia, Khaled aún está asumiendo los retos diarios que presentan sus heridas. “Tengo que adaptarme a una nueva vida y encontrar un modo de vivir que encaje con mi nueva situación”, dice. “Nunca pensé que podría perder los brazos, pero deprimirme no me los va a devolver”.
Khaled ha aprendido a hacer lo máximo posible por sí mismo, incluyendo –como cualquier otro adolescente – mandar y recibir constantemente mensajes en el móvil y responder a las frecuentes llamadas a través de unos auriculares inalámbricos.
La mayoría de las tardes, Khaled pasa el tiempo con sus amigos y navega por internet. A veces, visita el centro de Irbid para compartir, de forma esporádica, un narguile o shisha, una pipa de agua de tabaco perfumado. También sigue con su afición de hacer videos de música en su portátil para acompañar canciones populares árabes, aunque su ordenador ha sufrido algunos daños recientemente y ahora no funciona.
Para algunas cosas, como comer y vestirse, depende de la ayuda de su padre y sus hermanas menores, pero Khaled no les permite que lo consideren una persona dependiente.
“Mi familia no me trata como una persona con discapacidad. Me tratan de manera normal”, dice. “Si veo que se sienten tristes por mi situación, hago chistes y me río con ellos para demostrarles que estoy bien”.
La clínica le ha dado unos brazos protésicos nuevos y más ligeros, pero sólo sirven para guardar las apariencias ya que no le permiten agarrar objetos como a él le gustaría. La mayor parte del tiempo los deja en un estuche en el rincón de la habitación que comparte con sus hermanos. Lo que anhela es tener prótesis electrónicas inteligentes que le permitirían ser más independiente. Pero dado que cuestan varios miles de dólares, sabe que las posibilidades de obtenerlos son escasas.
Aun así, Khaled se niega a perder la esperanza. “Conseguir brazos nuevos es ahora el primer paso para alcanzar mis sueños, para reanudar mi trabajo y mi futuro. Quiero abrir una tienda de ropa, encontrar una esposa que me apoye y esté a mi lado y empezar una familia”.
Por Charlie Dunmore
Con información de :ACNUR
©2015-paginasarabes®