El deseo constante de conseguir la inmortalidad en Gilgamesh
Ha desaparecido en nosotros hasta el deseo constante a lo largo de los siglos de conseguir la inmortalidad. En las excavaciones de Nínive a finales del siglo XIX, bajo las ruinas del templo de Nabu y en la biblioteca del palacio de Assurbanipal, se encontraron la mayor parte de las tablillas donde se grabó la epopeya de Gilgamesh, el protagonista heroico de la cual fue sin duda un personaje real. Según la Lista Real Sumeria, se trataría de un gobernante de la primera dinastía, de 2600 a. J.C.
La obsesión de Gilgamesh es conseguir la inmortalidad y para ello debe encontrar a Atrahasis, el único hombre inmortal que sobrevivió al Diluvio. En un jardín fantástico encuentra la planta de la inmortalidad, pero una serpiente se la arrebata. Su paralelismo en este caso con los libros sagrados de algunas religiones es asombroso.
No pretendemos ser irrespetuosos con las creencias religiosas, si bien brevemente entraremos en sus mitos, leyendas y cuentos. Afirmamos que las religiones son un misterio embalado en una adivinanza envuelta en un enigma.
Si bien Mark Twain sentencia: «Ha habido redentores en todas las épocas del mundo. Todo es un cuento de hadas, como el cuento de Santa Claus», es necesario tener en cuenta las leyendas y narraciones religiosas. Seguramente escudriñando entre sus crípticas líneas encontraremos respuestas a algunos de los misterios que nos circundan.
Cuando se habla de Jesús como un alto Iniciado en el devenir la historia humana, nos detenemos siempre con particular interés en el prodigio de la resurrección y su posterior reencarnación en el hijo de Dios.
Un relato de ciencia ficción nos diría que en los restos de los cadáveres humanos, una vez descompuestos en su lugar de enterramiento, o donde reposen, también en las incineraciones, se encuentran sustancias que contienen sodio, fosfato cálcico, potasio y magnesio. Esas pequeñísimas partículas, invisibles a simple vista, se integran en la atmósfera y, por absorción cutánea o a través de los alimentos o bien de la respiración, pasan al organismo humano, éste las transforma, actuando como un alquimista y, al procrear el ser que las ha absorbido, pasan a formar la configuración de otro ser, con lo que el ciclo de la reencarnación se repite constantemente.
Por S. R. Robledo
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