Hiba Abouk: Cómo saltar por una ventana pintada en la pared
‘El desconsuelo de los insumisos’ le devolvió el sueño de ser actriz.
Cuando alguien está preso en una mazmorra sin posibilidad alguna de escapar solo existe una forma de sentirse libre. Se pinta con la imaginación en la pared una ventana abierta de par en par en la que se vea un cielo con nubes blancas y un velero navegando un mar azul; hay que encaramarse a esa ventana, abrir los brazos y echarse a volar. Puede que la actriz Hiba Abouk se evadiera así de su cárcel cuando en la adolescencia comenzó a sentirse prisionera en el seno de su propia familia de árabes tunecinos llegados a España en 1976. El padre había sido broker en Francia y siguió trabajando con éxito en Madrid hasta que en 1994 lo perdió todo, incluso la casa de la calle de Arturo Soria de esa ciudad en la que había nacido Hiba, en 1986, la menor de cuatro hermanos.
La familia no era muy religiosa. Hacía el Ramadán, celebraba la fiesta del cordero y poco más, aunque también trataba de cumplir con algunos ritos cristianos para integrarse en nuestras costumbres sin abandonar las suyas, de modo que Hiba, siendo española, creció sin tener claro a qué cultura pertenecía. A los cuatro años ingresó en el Liceo Francés donde había alumnos de varios países, allí recibió durante 14 años una educación exquisita, y sin sentirse discriminada se dio cuenta muy pronto de que la falta de libertad la hacía distinta de sus compañeros. El riguroso control, que durante su adolescencia ejerció sobre ella la familia, llegó a ser insoportable. Sus hermanos la tenían sometida a una férrea vigilancia. Estaban pendientes de cualquier paso que diera, con quién hablaba, quiénes eran sus amigas. Apenas podía salir de casa y si lo hacía tenía que recogerse a una hora muy temprana, no podía usar perfumes ni pintarse los labios, ni quedarse a dormir en casa de alguna compañera. Era impensable que pudiera tener amigos.
El miedo a sus hermanos la obligó a llevar una doble vida. Hiba comenzó a dibujar su propia ventana azul en la pared de esta cárcel familiar. Primero con 12 años tuvo un amigo secreto, Julián el Gordo, con quien descubrió la verdadera fraternidad y con 17 vivió una pasión, también clandestina, con un compañero que después sería director de cine. A escondidas leía a Camus, Voltaire, Sartre y a Simone de Beauvoir, pero la ventana se le abrió de par en par cuando en el Liceo la profesora Isabelle Truchet la animó a hacer teatro. Sin que su familia se enterara, el escenario le servía para escapar, incluso de sí misma, siendo la Gimena de El Cid de Corneille, la seductora adolescente de La noche de la iguana, y otros personajes de Molière y de Genet hasta alcanzar el papel de protagonista en Antígona, de Anouilh.
Aunque soñó que ese pudiera ser su camino, al terminar el instituto dudó entre preparar el ingreso en la Escuela Superior de Arte Dramático o matricularse en Filosofía y Letras. Finalmente, optó por estudiar Filología árabe en la Universidad Complutense de Madrid. Era una manera de hacer inmersión en su cultura, de tener presentes a los suyos y de encontrar los medios para quererles a pesar de todo, pero antes debía dar el salto definitivo por la ventana abierta.
Huída de casa
El 30 de octubre del 2004, al cumplir los 18 años, se fue de casa. Sabía que esa decisión la iba a mantener muy alejada de su familia, de sus costumbres, del olor de su hogar y que, sin duda, la persecución de los hermanos se redoblaría hasta llegar al terror, pero Hiba estaba dispuesta a afrontar el desafío. Como necesitaba dinero para seguir los estudios se empleó de camarera en un bar de la calle Echegaray donde conoció y se enamoró de un gitano llamado Antón, que tocaba el cajón en un cuadro flamenco, y con el que convivió cuatro años. Al final lo tuvo que dejar, y no porque después de una reyerta en que a un primo suyo le pegaron un tiro en la pierna con el estrés se quedara calvo, sino simplemente porque no le gustaba leer. Después trabajó de niñera, dio clases particulares de francés, distribuyó publicidad en los buzones y en las aceras. En medio de esta lucha por sobrevivir cayó en sus manos, como una revelación, el libro de Malika Mokkedem El desconsuelo de los insumisos,que le devolvió el sueño de ser actriz. Se presentó a las pruebas de la Escuela Superior de Arte Dramático en septiembre del 2007, con 20 años, aprobó con muy buena nota, y decidió dedicarse en cuerpo y alma al teatro.
Comenzaron a llamarla para trabajar en películas y series de televisión. Mientras rodaba El Príncipe, que le dió fama, se licenció por fin en Filología árabe. Era el primer título universitario que entraba en casa, algo que nunca pudieron haber imaginado sus padres y hermanos ya por fin reconciliados. Ahora, Hiba Abouk vive en París. El talento y el éxito unidos a su extraordinaria belleza la mantienen a salvo de cualquier rechazo radical, cristiano o islámico. He aquí una actriz árabe española, que un día pintó una ventana azul en el muro y a través de ella echó a volar.
Por Manuel Vicent
Con información de El País
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