Siria: los costos de un pueblo en guerra
Una mujer siria, residente en Jaramana, a pocos kilómetros de Damasco, relató en forma exclusiva desde su país cómo es la vida cotidiana en medio de las bombas, la muerte y la destrucción. La desesperación de muchos sirios por abandonar el infierno es una de las aristas más dramáticas del conflicto. Hasta el momento, ingresaron a la provincia de Córdoba, (Argentina), muy pocos ciudadanos de ese país en calidad de refugiados.
Los días de Wafaa Batal transcurren entre el miedo y la esperanza en Jaramana, ciudad ubicada a 10 kilómetros al sudeste de Damasco, capital de Siria. A través de su hermana, instalada en Córdoba, (Argentina), desde fines de 1989, la mujer aceptó relatar para este diario sus vivencias en medio de la guerra. Sus palabras describen, certeramente, el precio que deben pagar los ciudadanos de un país cuando las palabras son reemplazadas por las armas.
A lo largo de la hora y media que dura la comunicación vía skype con Jaramana, Malak Batal, la hermana de Wafaa, no puede contener la emoción y de a ratos algunas lágrimas surcan sus mejillas. Así ocurre cada vez que le llegan novedades de su familia, acosada por una guerra que parece interminable.
El esposo de Malak arribó a Córdoba en 1987 tentado por un amigo. Dos años más tarde, una vez que estuvieron garantizadas las posibilidades laborales del jefe de familia, llegaron Malak y sus dos pequeñas hijas. Ella puso a disposición su departamento ubicado en barrio General Paz para establecer el contacto, oficiando de traductora.
Por momentos, se hace difícil mantenerse ajeno a la consternación que desde tan lejos transmiten las palabras de Wafaa. Malak sigue con mucha atención y ansiedad el relato y ante algunas novedades, suelta frases en su idioma de origen que, por su elocuencia, no dejan lugar a dudas sobre el horror y la preocupación que encierran.
La zona de Jaramana, donde Wafaa vive junto a sus tres hijos, conforma el área metropolitana de Damasco. Malak explica que el núcleo principal de viviendas donde viven sus parientes fue fundado por el gobierno del ex presidente Hafez al Assad a comienzos de la década de 1990, convirtiéndose en un conglomerado urbano que no dejó de crecer desde entonces. Aunque habitualmente no establecen relaciones sociales entre sí, musulmanes, cristianos y drusos (minoría religiosa de Medio Oriente) conviven pacíficamente en ese lugar. La familia de Wafaa y Malak es cristiana católica.
El último censo realizado en 2004 asigna a Jaramana una población de 115 mil habitantes, aunque según las últimas estimaciones ese número creció a más de 250 mil personas en la última década. La más significativa explosión demográfica en esa ciudad, con mayoría cristiana y drusa, se produjo a partir del arribo de miles de cristianos asirios que en su momento buscaron huir de otro horror, el de la guerra en Irak.
Tanto Wafaa como Malak coinciden en expresar mucha expectativa de que la intervención de Rusia en el conflicto los libere de lo que ellas consideran mercenarios que se apoderaron de su país para saquearlo y dividir a la sociedad. Los días en que la rutina de los sirios tenía mucho en común con cualquier país occidental ahora quedaron muy atrás.
Wafaa cuenta desde Jaramana que para el suministro de energía eléctrica su ciudad está dividida en tres sectores, que deben padecer un agobiante cronograma: en forma rotativa, dos horas de servicio y cuatro horas de corte, así todos los días. En Damasco ocurre algo parecido: tres horas de luz y a continuación tres horas en las que cada uno debe arreglárselas como puede. La mayoría de los sirios aprendió que, por estas épocas, los generadores de energía son un artículo de primera necesidad para sus viviendas.
En cuanto al agua corriente, también es un problema insufrible: día por medio, en Jaramana cortan el suministro durante toda la jornada. Los ataques contra las redes de energía eléctrica o las plantas potabilizadoras suelen ser moneda corriente.
Vidas alteradas
Es domingo a la mañana en Córdoba, mientras en Jaramana avanza la tarde. La comunicación se inicia a las 11.30 (17.30 hora de Siria) y a lo largo de una hora y media solamente se interrumpe durante algunos segundos. Mientras en Argentina la gente descansa, para los sirios el domingo es un día laboral (sus días de descanso son viernes y sábados).
Aunque todo parece normal a lo largo de la conversación, Wafaa cuenta que a lo lejos pueden escucharse cada tanto algunas detonaciones. Los habitantes de Jaramana están acostumbrados a que la tensa calma de cada día pueda interrumpirse repentinamente. La rutina casi siempre es la misma: tras una explosión sobrevienen gritos, el ulular de sirenas y las espantosas imágenes de civiles que terminan muertos o mutilados si son sorprendidos por un misil en la calle, o desprevenidos dentro de un edificio.
En su fluido árabe, Wafaa deja entrever que está muy experimentada en las técnicas de supervivencia en medio de proyectiles, esquirlas y bombazos indiscriminados. Cuenta que los habitantes de Jaramana tratan de que las ventanas de sus dormitorios no den a la calle y buscan permanecer la mayor parte del tiempo en los sectores ubicados en el centro de las viviendas. Las construcciones de esa ciudad no están dotadas de sótanos como los que tienen la mayoría de los edificios de Damasco.
En un momento determinado del diálogo, parte desde Córdoba la traducción al idioma árabe de una pregunta inevitable: ¿perdieron algún amigo o conocido en medio de la guerra? Es en ese momento que Malak se quiebra cuando recibe la respuesta desde Siria. Ocurre que su hermana le acaba de recordar que, a fines de 2013, dos médicos que atendían a la familia fueron decapitados por combatientes de Daesh (denominación árabe del Estado Islámico) en el hospital Al Basel de Deir Atiyah, población ubicada a casi 90 kilómetros al norte de Damasco.
Deir Atiyah fue recuperada por las fuerzas leales al gobierno de Bashar al Assad tras varios días de combate. Esa es una pequeña población de mayoría cristiana de la que es oriunda la familia Batal.
Sobre el episodio en el que perdieron la vida los médicos amigos de la familia de Wafaa y Malak, es posible encontrar referencias en algunas crónicas periodísticas. Informes de las agencias de noticias AFP (francesa) y Sana (Agencia Árabe Siria de Noticias), del 28 de noviembre de 2013, dan cuenta de que fuentes del Ministerio de Sanidad y del ejército de Siria acusaron a “rebeldes” de haber cometido “una masacre” durante los enfrentamientos en el hospital Al Basel de Deir Atiyah, “matando a cinco doctores, cinco enfermeras y dos conductores de ambulancia”.
Miedo, incertidumbre y esperanza
Pese a los numerosos trastornos que provoca el clima de guerra, Wafaa y su familia tratan de sobrellevar su vida de la manera más normal posible. Ella es profesora universitaria de Francés, su hija es profesora de Matemática y el mayor de sus hijos varones es ingeniero electrónico y en telecomunicaciones. El hijo menor, mientras tanto, cursa las últimas materias de Farmacia en la universidad pública de Damasco.
Resulta muy difícil imaginar que la vida puede transcurrir con toda naturalidad mientras la tragedia de la guerra pende sobre cada ciudadano sirio. Sólo es cuestión de acostumbramiento, aunque el miedo está presente todo el tiempo, tal como lo manifestó Wafaa ni bien comenzó la comunicación. Miedo e incertidumbre, porque nadie sabe cómo será el mañana. Pero la esperanza templa los ánimos y ayuda a seguir adelante.
Uno de los grandes problemas que afrontan los ciudadanos sirios es que les resulta muy complicado salir de su país en forma legal. Las dificultades se acrecientan como consecuencia de que varios consulados cerraron y muchos ciudadanos con parientes en el exterior tienen que cruzar hacia Líbano para dar curso a los trámites de visas. El Consulado argentino es uno de los pocos que permanece abierto.
Mientras transcurre la comunicación con Jaramana, en otro espacio del departamento que habita Malak en el barrio General Paz permanece un televisor encendido. En la pantalla es posible observar la emisión de Syrian Drama TV, un canal que integra la red pública de la televisión siria. Gracias a un servicio satelital, la hermana de Wafaa en Córdoba sintoniza permanentemente una variada oferta de canales de Medio Oriente.
Una especie de telenovela propia del horario vespertino da la sensación de que la TV pública siria sigue con una programación normal. Salvo por un par de detalles: mientras transcurre el programa, en la parte inferior de la pantalla se puede leer un videograph con información permanente sobre la marcha del conflicto, en tanto que cuando llega la pausa, sale al aire una larga propaganda del régimen sirio: durante casi cinco minutos aparecen imágenes de ejercicios militares acompañadas por una canción patria, con el claro objetivo de exaltar anta la población las virtudes, preparación y equipamiento de las fuerzas armadas del país.
Los Assad, entre el odio y el amor
Malak, de 50 años, recuerda siempre los tiempos en los que su país era “el más lindo de todos, una tierra que dejaba asombrada a la gente que iba a visitarla”. Está convencida de que el comienzo del conflicto fue como consecuencia de los intereses extranjeros ávidos de los recursos sirios como el gas y el petróleo. “Siria tiene mar, desierto y muchas rutas para el comercio, es un paso obligado para todos”, enfatiza.
La opinión que tiene Malak sobre el gobierno de su país de origen se asemeja mucho a la reflexión de muchos argentinos cuando hacen un balance sobre los gobiernos de estas latitudes: “No niego que haya corrupción, pero antes de la guerra la gente miraba y sentía el progreso”, dice. Desde su punto de vista, Haffez al Assad (padre de Bashar, el actual presidente) puede ser equiparado con las figuras de Juan Domingo Perón y Hugo Chávez. “Fue un presidente con mucha sabiduría, porque levantó el país”, asegura Malak, pero también resalta algo a lo que los sirios, sobre todo los cristianos, le dan un significado primordial: la convivencia de todas las religiones bajo un gobierno que lleva varias décadas en el poder.
Antes de llegar a la presidencia, Hafez al Assad ejerció la comandancia de la Fuerza Aérea y fue ministro de Defensa del gobierno encabezado por Ahmad al Khatib en representación del partido Baath, que llegó al poder en 1963 profesando una ideología de corte socialista y nacionalista panárabe. En 1970, el Baath pasó a conformar un régimen riguroso de partido único, cuando Assad encabezó el golpe de Estado que lo llevó a ocupar la presidencia hasta su muerte en el año 2000, a consecuencia de un ataque al corazón.
El fundador de la dinastía gobernante basó su poder en un férreo control de las fuerzas armadas y de los puestos clave de la alta burocracia estatal, que quedó en manos de la minoría alauita (rama del Islam chiíta a la que pertenece la familia Assad). Juan José Vagni, especialista en temas de Medio Oriente de la Universidad Nacional de Córdoba y el Conicet, señala que “hasta mediados de los años ’70 el partido Baath sirio mantuvo una relación amistosa con su par iraquí, pero la dinámica política que adquirió cada régimen profundizó sus diferencias”.
Vagni señala que “la economía siria es bastante cerrada, se trata de un típico sistema dirigido o centralizado” y agrega que las principales ramas de la actividad económica están concentradas en grupos de poder afines al gobierno y a la minoría alauita. Wafaa y Malak quizás sintetizan la ilusión de muchos sirios de que las cosas en su país vuelvan a ser, como mínimo, tal como eran antes de la guerra, cuando la inflación desenfrenada y el desabastecimiento no golpeaban brutalmente su estilo de vida.
Una de las principales particularidades de Siria es su gran diversidad confesional, aunque los musulmanes son mayoritarios porque conforman el 90 por ciento de la población (el 70 por ciento son suníes y el 16 por ciento chiítas-alauitas). Los cristianos, que representan casi el 10 por ciento (con predominio de los ortodoxos griegos sobre los católicos), se sintieron respetados desde el punto de vista confesional, en virtud de las bases laicas sobre las que se asentó el régimen de Assad.
Vagni considera que “la convivencia confesional permitió la estabilidad sociopolítica y la contención de grupos que, como los Hermanos Musulmanes, lucharon durante décadas para la instauración de un Estado islámico”. Ese grupo fundamentalista representó uno de los grandes problemas internos que el gobierno sirio enfrentó de manera implacable.
Cuando se le pregunta a Malak el motivo por el que a fines de los ’80 su esposo y ella decidieron emigrar a la Argentina, recuerda que desde los primeros años de esa década las cosas venían cambiando en su país, justamente por el clima de violencia generado por la puja entre el gobierno y los Hermanos Musulmanes. Los críticos del régimen de Assad siempre traen a la memoria el aplastamiento de una sublevación islamista en la ciudad de Hama por parte de tropas gubernamentales, con un saldo estimado entre 10 mil y 20 mil muertos, aunque algunos elevan esa cifra a 40 mil.
La tragedia de los refugiados
Según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), “cerca de 10 millones de sirios fueron desplazados interna o externamente desde 2011, afectados tanto por la acción de las fuerzas gubernamentales como de diversas milicias”. El organismo de la ONU agrega que “el destino de los refugiados, en primera instancia, fueron países vecinos como Líbano (1.200.000), Turquía (830.000) y Jordania (612.000), al tiempo que otros 6.500.000 fueron desplazados en el interior del propio territorio sirio”.
A partir de esos datos, el Centro de Investigaciones y Estudios de Cultura y Sociedad (Ciecs), dependiente del Conicet y la UNC, elaboró un informe en el que cuestiona que “a pesar de la magnitud del drama humanitario de los refugiados, mientras se contuvo en las fronteras mesorientales trascendió escasamente en la opinión pública internacional. Hoy, cuando parte de esos emigrantes se encuentra en las puertas de la ‘próspera, civilizada y segura’ Europa, el asunto conmueve y se proyecta sobre el escenario político global, revelando así una vez más las limitaciones de la llamada ‘conciencia occidental’”.
El informe del Ciecs agrega que “la desaparición de las estructuras estatales, como es el caso de Irak, Siria y Libia, termina generando una vorágine de nuevos conflictos que alteran no sólo un escenario regional inmediato sino que afectan con el tiempo a otros espacios más lejanos”.
A continuación, pone de relieve que “las intervenciones externas, legitimadas o no por Naciones Unidas, justificadas o no para el derrocamiento de dictadores, sumadas a los propios factores locales, fueron catalizadores de destrucción y disgregación de los estados, abriendo la puerta a un sinfín de fuerzas desestabilizadoras preexistentes y nuevos actores regionales”.
Por Gustavo Di Palma
Con información de La Voz
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