¡No son las vidas, son las naciones!
Si pensamos en la pérdida de vidas y en el impacto ese fallecimiento, algunos decesos siempre tendrán mayor repercusión. La muerte de mi abuelo significó una gran pérdida personal, pero no tuvo el mismo impacto que la muerte de Norberto Napolitano. No por eso la vida de mi abuelo vale menos que la de Pappo.
La vida no tiene precio. Quien no acepte esta verdad universal observa la realidad a través de un prisma teñido de odio y resentimiento, el cual le devuelve una imagen donde algunos están por encima de otros, o directamente no existen. Esa es la lógica que operó tras los hechos de violencia ocurridos la semana pasada en Beirut y París, especialmente en quienes tomaron las banderas de los países árabes: una vida árabe vale menos que otra occidental.
Entonces, sobre la base de la distinción geográfica se recurrió a banalidades para demostrar cuanto menos valía una vida libanesa frente a una vida francesa en el mercado de la muerte. Y para justificar su distorsionado juicio, nos mostraron imágenes de símbolos nacionales teñidos de los colores azul, blanco y rojo en solidaridad con las víctimas parisinas. ¡Cómo si tiñendo el mundo de rojo y blanco recuperamos las vidas perdidas en beirutíes!
Previo al 11 de setiembre de 2001, y en otra geografía, todas las mañanas por la televisión de la escuela se leía el boletín de noticias. Esta era la forma de comunicar a los estudiantes las actividades desarrolladas en torno a la institución. La transmisión también era una importante herramienta de adoctrinamiento, ya que al final del bloque se reproducía la “promesa de lealtad” a la nación, que todos debían pronunciar de pie.
Esa nación no era mi nación; razón suficiente para no pararme y realizar junto al resto de la clase la promesa. Más allá de la mirada desconcertada de algún distraído, nadie cuestionó la conducta debido a mi condición de alumno de intercambio. Más importante aún, yo “juré” lealtad a la nación y bandera argentinas en el año 2000 junto a los compañeros de la Promoción XLIX del Liceo Militar Gral. Belgrano.
Ya en el año 2002, en una universidad de esa misma nación extranjera, recuerdo al altoparlante pedir a los presentes ponerse de pie para entonar las estrofas del himno. Nuevamente decidí quedarme sentado, conducta que fue repudiada verbalmente; a pesar de que todos conocían mi condición de estudiante internacional. ¿El momento político del país, fisonomía árabe u origen sudamericano pudo tener algo que ver?
“Desafiante director técnico sirio viste camiseta de Bashar Al Asad en Singapur” tituló el Times (Sudáfrica), y VOX Sports prefirió “Fajr realizó declaraciones políticas en conferencia de prensa”. “Todo el mundo pelea contra nosotros, y nosotros pelearemos contra todo el mundo a través del fútbol,” dijo Ibrahim, y agregó en referencia a la remera que vestía con un sonriente Asad envuelto en una bandera siria, “Este es nuestro presidente. Estamos orgullosos de él porque lucha contra todos los grupos terroristas”.
Esas declaraciones son de la previa al partido, y la historia continuó durante el partido, cuando la organización dispuso 30 segundos de silencio en homenaje a las víctimas de la violencia en París. Las consecuencias se hicieron oír en la conferencia de prensa posterior, cuando el técnico Ibrahim reclamó “Nadie se para un segundo por las víctimas sirias”, exigiendo el mismo trato para con las víctimas de E.I. en Siria.
Lo llamativo de la situación no fue la cara sonriente del presidente sirio en la camiseta de los deportistas, tampoco la politización de un evento deportivo en tiempos sensibles. Recuerdo a los lectores algunos momentos en que el fútbol se tornó una arena política: el partido durante las Olimpíadas de Londres 2012 entre Corea del Sur y Japón, el partido de ida entre Albania y Serbia en 2014 durante la clasificatoria para la Eurocopa 2016.
Más recientemente, en referencia al rechazo de los desplazados por la violencia en el Máshreq por parte de los gobiernos europeos, aparecieron en las tribunas de Europa y América del Norte banderas con el lema: Refugiados Bienvenidos. Se podrá cuestionar la correcta o incorrecta utilización del vocablo refugiado, pero eso no niega la transformación de los estadios de fútbol en arenas políticas, e Ibrahim lo entendió.
Aunque las diferentes etnias o lugares de nacimiento quieran distorsionar nuestro juicio, la vida no tiene precio y su pérdida es irrecuperable. Por eso, decir que una vida europea vale más que otra árabe, por omisión o ignorancia, equivale a decir que la vida árabe vale más que otra africana o asiática; o que una vida libanesa vale más que otra palestina, siria, libia, yemení o iraquí.
Es necesario reubicar el prisma y reflexionar sobre el estado del mundo. Un mundo donde los medios de comunicación construyen estructuras de pensamiento que reproducimos de forma inconsciente, subsumiendo el debate a la asignación de valor a un objeto invaluable. Una tarea por lo menos inútil, digna de un estúpido que no se percató de la crisis que atraviesa el Estado moderno, laico y homogéneo, democrático y jurídico.
Por Jodor Jalit
Con información de Diario Sirio-libanés
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