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¿Por qué EE.UU. no quiere ver la bandera palestina en la ONU?

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La bandera palestina desató una tormenta diplomática en la que Estados Unidos quedó del lado derrotado.

Pocos símbolos son tan poderosos y aparentemente tan inofensivos como una bandera, una tela coloreada que no sirve para agredir ni para proteger.

Sin embargo, el izamiento de la bandera palestina en el edificio de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en Nueva York por primera vez en los 70 años de existencia del foro mundial, desata pasiones y hasta lleva a algunos a decir que perjudica el estancado proceso de paz de Medio Oriente.

En coincidencia con el discurso del presidente de la Autoridad Nacional Palestina Mahmoud Abbas ante la Asamblea General, se cumplió con la resolución adoptada a principios de septiembre permitiendo que ondeen en oficinas de la ONU las banderas de observadores no miembros del organismo.

El despliegue ceremonial de la bandera palestina no implica una aceptación de su condición como Estado soberano -aunque el 80% de los miembros de la ONU si lo reconozcan.

Tampoco es una orden para que Israel cese el control militar en territorios que reclaman los palestinos.

Sin embargo, Estados Unidos -pese a que como principal promotor del proceso de paz regional reconoce que la solución definitiva del conflicto pasa por el establecimiento de un Estado palestino- asegura que «no beneficia» la dinámica regional.

Un estado, una bandera

El 10 de septiembre Estados Unidos, Israel, Australia y Canadá, acompañados por las Islas Marshall, la Federación Micronesia, Palau y Tuvalu, votaron en contra del proyecto para izar la bandera palestina que fue aprobado con el voto de 119 países y la abstención de 45.

«Nuestro voto contra esta resolución no es un voto para el statu quo o un rechazo a las aspiraciones palestinas de un Estado», dijo el portavoz del Departamento de Estado, John Kirby.

«Nuestro voto es un voto para que todas las partes interesadas tomen las medidas constructivas y responsables necesarias para lograr una solución de dos estados y terminen el ciclo de violencia y sufrimiento que ha persistido durante demasiado tiempo en Medio Oriente», agregó.

Para la embajadora estadounidense ante la ONU, Samantha Power, el despliegue de la bandera «no es una alternativa a las negociaciones directas (entre palestinos e israelíes) y no acercará a las partes a la paz».

La primera respuesta que dan algunos analistas al por qué de la postura de Washington es el supuesto deseo del gobierno de Barak Obama de no afectar más sus complicadas relaciones con Israel, su principal aliado en le región.

Desde la llegada casi simultánea al poder de Obama y Netanyahu en 2009 esa relación preferencial ha sufrido un distanciamiento pocas veces visto, coronadas con el crítico discurso contra las políticas de Obama que ofreció el primer ministro israelí ante el Congreso de EE.UU. en marzo.

Las diferencias entre Netanyahu y Obama se han exacerbado por el recientemente alcanzado acuerdo sobre el control del programa nuclear de Irán, que para los israelíes no soluciona la amenaza militar que consideran que representa para su país.

«Desagravio al aliado»

Washington asegura que el acuerdo impedirá a Teherán dar aplicaciones militares a su programa nuclear, pero para muchos dentro de la oposición republicana y otros sectores conservadores la Casa Blanca no ha atendido las preocupaciones israelíes.

Pero para la política estadounidense, Israel no es un tema sólo de política exterior, sino un asunto interno, dada la gran e influyente comunidad judía que vive en EE.UU.

Aunque representan alrededor de un 2% de la población, la comunidad judía tiene un gran peso económico y goza de una gran influencia en política y sus niveles de participación electoral son muy altos (cerca del 80% de ellos vota, según cifras del Censo).

De hecho, el «desagravio» al aliado israelí ha sido uno de los puntos que más han explotado en sus campaña los precandidatos presidenciales republicanos, para quienes es la máxima evidencia de lo que consideran errores en el manejo de la política exterior de Obama.

Tradición bipartidista

Por su distanciamiento con Netanyahu y por la existencia de otros problemas más apremiantes, el presidente Obama no aspira dedicar la recta final de su gobierno a impulsar el diálogo de paz en Medio Oriente.

Su predecesores, Bill Clinton y George Bush, cumplieron sin éxito con esa tradición estadounidense de dedicar los últimos esfuerzos diplomáticos a la «solución definitiva» del conflicto palestino-israelí.

Obama está atareado con contener el poder de Rusia en el Cáucaso, la creciente influencia de China o lidiar con la amenaza del autodenominado Estado Islámico en Medio Oriente, y optó dejar como su legado diplomático desmontar la cincuentenaria enemistad con Cuba.

Por eso, la iniciativa simbólica de los palestinos es vista como una manera de rescatar del olvido un proceso afectado por operaciones unilaterales militares israelíes, como los ataques contra milicianos de Hamas en la Franja de Gaza en 2014 que dejaron alrededor de 2.000 palestinos y 70 israelíes muertos.

En abril los palestinos lograron entrar como «Estado Palestino» en la Corte Penal Internacional de La Haya, una movida que también provocó malestar en Washington y Tel Aviv.

En ese entonces, la vocera del Departamento de Estado, Jen Psaki, usó palabras similares al describir la decisión como «contraproducente» «que dañaba «la atmósfera necesaria para lograr la paz»

Meses despúes, desde Washington se repiten los mismos argumentos.

Pero el observador palestino ante la ONU, Riyad Mansour, reconoció que izar la bandera no termina la «ocupación (israelí) ni resolverá el conflicto inmediatamente», pero cree que mostrará el apoyo de la comunidad internacional.

Por Carlos Chirinos
BBC Mundo

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