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Gaza, los niños y las comparaciones adecuadas

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Gaza, los niños y las comparaciones adecuadas

Una vez declarado el cese el fuego (26/8/14), los medios ya se olvidaron del asunto y se dedicaron a cubrir otros temas. Igual con razón, pero en muchos casos sólo para perpetuar el silencio que envuelve la tragedia de Gaza. Yo aún no he podido olvidar.

Aún siento la garganta apretada como durante los 51 días de la operación Borde protector, cuando iba buscando las palabras correctas para describir esa masacre (véase La Jornada, 15/8/14).

Aún siento el corazón roto pensando en la suerte de los niños palestinos y tratando de contrarrestar los indignantes intentos de absolver a Israel y culpar a la resistencia palestina por su muerte (véase La Jornada, 29/8/14).

Aún le doy la vuelta a toda una serie de comparaciones –unas más adecuadas que otras– que por sí solas no explican nada, pero a veces ayudan a entender.

Si bien, por ejemplo, comparar a Israel con la Alemania nazi, más que moralmente inaceptable es un grave error histórico (y político), el solo hecho de que hay quienes lo hacen (entre ellos mismos, judíos) es un claro síntoma de que algo está podrido en el Estado de Israel.

Y una de las cosas que justamente reveló Gaza fue la creciente fascistización de Israel (The American Conservative, 6/8/14), tanto a nivel de la sociedad como de las instituciones, denunciada desde hace años por activistas como Michel Warschawski o Uri Avnery, pero igualmente sorprendente.

Algunas comparaciones son productos de la rabia o la desesperación; otras de la observación y el análisis. Hay unas que son fruto de todas estas cosas a la vez.

Imagínense qué tan enojado estuvo John Kerry con Benjamin Netanyahu por boicotear sus esfuerzos de paz para decir que por falta de concesiones reales a los palestinos “Israel se volverá un Estado de apartheid” (The Daily Beast, 27/4/14).

La analogía, que sonó emotiva –y luego fue retirada– es, sin embargo, bien difundida, fundamentada y, según autores como Ben White (Israeli apartheid: a beginner’s guide, 2009), refleja bien la realidad.

A unas semanas, Frederik de Klerk, el último presidente sudafricano bajo el apartheid, salió en defensa de Israel diciendo que esta comparación era muy injusta (Israel Muse, 27/5/14).

Pero ya hace unos años otro prominente político sudafricano, Ronnie Kasrils, tras visitar Cisjordania y Gaza, dijo que la segregación allí era “definitivamente peor que el apartheid” (Naomi Klein, et al., The case for sanctions against Israel, 2012).

Imagínense: ahora comparar a Israel con Sudáfrica resulta injusto para… el antiguo régimen blanco de allá. Hasta le dan las ganas a uno de salir en su defensa (¡sic!).

¡No voy a comparar! ¡No voy a comparar…!, fue el grito desesperado de la periodista estadunidense Laura Flanders y su mantra cotidiano en este verano caliente de noticias.

Según la ley de medios en Estados Unidos, no se puede comparar muerte a muerte o masacre a masacre: “No puedes decir, por ejemplo, ‘palestino’ y luego ‘yazidi’. No puedes comparar. No puedes comparar…” (Counterpunch, 15-17/8/14).

De por sí es difícil comparar el asesinato de 512 niños palestinos con algo más: alcanzados por Israel en sus casas, en los hospitales, mientras dormían en las escuelas-refugios de la ONU o se escondían en la playa, cuando ya no había adónde más huir.

Y los 3 mil niños heridos, mil discapacitados, mil 500 huérfanos, 400 mil traumatizados requiriendo atención sicológica y miles de desplazados internos (del lado israelí murió un niño por un proyectil desde Gaza).

¡Desplazados! Si hay alguna figura paradigmática de todo el conflicto marcado desde 1948 por el despojo colonial israelí, es un niño palestino nacido en un campo de refugiados.

Para reflejarlo, Naji al-Ali, dibujante que creció en un campo de refugiados en Líbano, creó a Handala, un chamaco descalzo, niño-testigo de la brutalidad de la ocupación, símbolo del sufrimiento de todo el pueblo (A child in Palestine, 2010).

Hoy, sin embargo, no eran los dibujos, sino las crudas fotos de niños descuartizados por bombas, que transmitían el mensaje de la cotidianidad política palestina. Censuradas en Israel y en la mayoría de los medios, circulaban a través de Twitter, cuyos usuarios se solidarizaron masivamente con Gaza (Electronic Intifada, 21/8/14).

Ramzy Baroud, investigador británico nacido en un campo de refugiados en Gaza, observó que los trending hashtags #GazaUnderAttack y #GazaResists cambiaron incluso en #GazaHolocaust, usado por gente que nunca se imaginaba hacer este tipo de comparaciones (Counterpunch, 13/8/14).

@Farah_Gazan, una joven palestina que tuitea desde Gaza, se volvió un fenómeno en Twitter. Se autodenomina la moderna Ana Frank. ¿Es adecuada su comparación con aquella joven judía, autora del famoso diario? O, ¿quiénes somos para ponerle nombre(s) al sufrimiento de los jóvenes en Gaza?

Una niña de 14 años que sobrevivió a Lluvia de verano, Eco de retorno, Nubes de otoño, Invierno caliente, Plomo derretido y fue herida en Borde protector dijo que hubiera preferido morir a pasar por otra masacre ( Democracy Now!, 21/8/14).

Sabía lo que decía: en Israel, ya a finales de julio todos hablaban de la siguiente guerra. Según un alto mando militar, de vez en cuando en Gaza –qué bonita comparación– hay que cortar el pasto (destruir la infraestructura y matar un poco de gente).

Gideon Levy, el veterano periodista, una de las pocas voces críticas y la persona más odiada en todo Israel ( Haaretz, 27/8/14), describió así la reacción de la gente a la muerte de los niños en Gaza:

Después del primero nadie pestañeó. Después de 50 ni un pequeño temblor. Después de 100 dejaron de contar. Después de 200 culparon a Hamas. Después de 300 a sus padres. Después de 400 inventaban excusas. Hasta los 478 nadie se fijaba en nada, hasta que cayó uno nuestro (…)

Y concluía: Hay que ser sincero: en Israel los niños palestinos son vistos como insectos. Es horroroso, pero no hay otra manera de hablar del ambiente aquí en el verano de 2014 (Haaretz, 24/8/14).

Iba a decir que la deshumanización de los judíos y su presentación –entre otros– como insectos fue un preludio ideológico para el Holocausto, pero…

¡… no voy a comparar! ¡No voy a comparar!

Maciek Wisniewski*
* Periodista polaco
Con información de :La Jornada

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