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Los abandonados molinos del río Guadaira

Los molinos del río Guadaira, en un limbo entre mantenerlos o darles uso. «Forman la identidad de la Alcalá moderna», apunta un historiador.

Alcalá de Guadaíra (Sevilla) ©El Mundo
Alcalá de Guadaíra (Sevilla) ©El Mundo

Los molinos del río Guadaíra forman la identidad de la Alcalá moderna. Esta es la paradoja que expone Antonio García Mora, historiador y presidente honorario de la asociación cultural Padre Flores, al final del recorrido por la ribera. Un patrimonio histórico que ha inspirado a poetas y pintores, que sirvió de motor de la economía local y que ahora se encuentra en una especie de limbo entre simplemente conservarlos o darles algún uso.

Construidos en cadena a lo largo del río, un documento que habla sobre los arrendamientos de los mismos en el siglo XVII relata que había 40 molinos activos en esa época. A partir de ese momento, se fueron abandonando, inutilizando o destruyendo, llegando hasta 1971, cuando el último, el de Pelay Correa, cesa su actividad esporádica.

La progresiva industrialización de la manufacturación del pan fue la causa determinante de que el abundante molinar de la localidad cayera en el olvido, pero no la única. Hubo intentos a mediados del siglo XIX de innovar en este campo, con la harinera de la familia De La Portilla incorporando una máquina de vapor a su instrumental y sustituyendo al anterior molino de la Caja. Tal fue el impacto que provocó esta empresa que unos versos del poeta flamenco ‘Demófilo’ cantan que «yo te estoy queriendo más/ que granos de trigo muele/ la máquina de Alcalá». Esta iniciativa cerró a principios de siglo pasado y hoy sus restos permanecen ocultos en la maleza.



En la otra orilla de este proyecto derruido se alza aún el molino del Algarrobo, que fue sometido a un proceso de recuperación en 2003 para que recobrara su imagen original. Se conserva en buen estado su torre, que aguanta después de siete siglos. Sin embargo, la casa del molinero ha desaparecido totalmente, con la vegetación abriéndose paso.

Sobre esto hace un inciso Antonio García, que se queja de que poco a poco se está perdiendo la vegetación autotóctona, la morera y la azofaifa, árboles caducos que cumplían una función de proteger a las familias molineras de inclemencias estacionales. El césped y arbustos de clásico parque europeo van restando exclusividad al parque, como se observa claramente en el complejo deportivo de San Juan, cercano al parque Oromana por el campo de feria.

En el bosque, se encuentra un molino de cubo reconvertido en mirador, el de Oromana. Esta forma de darle uso se concibió en la Exposición Universal de Sevilla de 1929, cuando también se construyó el hotel Oromana. Al molino en cuestión le taparon las aceñas, por donde caía el agua que movía la rueda, para así crear una terraza con vistas al río Guadaira.

En este lugar surge la pregunta de si es cierto que el amplio molinar alcalareño tiene la antigüedad que muchas fuentes sostienen, donde aluden a los conquistadores árabes e incluso a los romanos. Antonio García responde que no hay forma certera de saberlo, ya que jamás se han efectuado excavaciones arqueológicas allí, aunque documentos de los siglos XIV y XV hablan de ellos, por lo que se puede concluir que son molinos cristianos sobre bases musulmanas.

La casa del molinero se mantiene unos metros más alta del nivel del molino-mirador de Oromana. La razón de ello reside en las riadas que asolan el Guadaíra en los meses de lluvias (de noviembre a marzo), para que el desbordamiento no alcanzara el hogar. El molino también estaba preparado para ello, con materiales que pudieran ser recogidos facílmente y con un piso extra en el que refugiarse si les sorprendía la crecida. El historiador comenta que esto no solía pasar («los molineros leían el río»), pero que alguna que otra vez quedaban atrapados durante días.

Por último, justo enfrente, se encuentra el molino de Benarosa. En este caso, el movimiento de las aguas empujaba los rodeznos situados en el río, lo que a su vez movía las ruedas que molían el trigo. Estos rodeznos ocupan todo el ancho del río, por lo que sirven de puente entre una y otra orilla.

El nombre de Benarosa, con una toponomía de origen andalusí (Banu Arosa), nos indica que es anterior al siglo XIII, cuando se completó la reconquista de Sevilla por parte de los cristianos. La primera referencia documental del mismo data precisamente de 1253, cuando Alfonso X dona el «que se llamó en tiempo de moros el molino de Abén Aharoça», citando el texto histórico, a «don Pedro Pérez, notario de la reina doña Juana».

Subiendo por un inclinado sendero que se aleja del agua, la correspondiente casa del molinero, que además de vivienda particular servía como almacén. Se trata de un sitio amplio y confortable comparado con el molino, lugar angosto y sometido a humedades.



Todo este recorrido muestra un molinario abandonado, que se mantiene en pie pese al implacable paso del tiempo. Diversas iniciativas políticas y ciudadanas han intentando darle algún tipo de función a este patrimonio, pero todo termina siendo un brindis al sol. Los obstáculos de que prosperen se centran sobre todo en lo económico, ya que el mantenimiento de una zona así requiere mucho dinero y un cuidado constante. No ayudan tampoco las mencionadas crecidas del Guadaíra, que obligarían a un uso estacional de los molinos o a que se pudiera recoger rapídamente lo que se dispusiera allí.

Antonio García sugiere la casa del molinero como emplazamiento adecuado para actividades económicas o culturales, pero advierte que la presencia tendría que ser continua y estar acompañada de la correspondiente vigilancia para evitar robos o vandalismo.

Por Rafael Gandullo
Con información de El Mundo

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