De mi supuesta vida con Hamas
Yo apoyé al grupo terrorista Hamas. Así reza estúpidamente todavía en una página de Youtube, colgada por un autodenominado Foro Protector —de Israel, naturalmente— a propósito de la segunda flotilla de la libertad que pretendía romper inútilmente el cerco a Gaza, varios años atrás. Los propagandistas del sionismo manipularon un vídeo que había grabado y me hicieron decir lo que nunca dije: entre otros albures, ese manifiesto apoyo a una formación política a la que nunca había mencionado, con la que no simpatizo un ápice pero que había ganado las elecciones de 2006 en dicho territorio.
Hasta ahora, todos aquellos que hemos denunciado los excesos de la maquinaria de la guerra israelí contra la población civil de la zona, hemos sido convenientemente caricaturizados como antisemitas; olvidando por cierto que, históricamente, bajo el paraguas de la denominación de origen de los pueblos semitas no sólo se incluía a los judíos sino, entre otros pueblos, a los árabes. Y, dado que se trata de un término lingüístico y no étnico ni religioso, habrá que subrayar que engloba a todos aquellos que hablan o que hablaron las formas antiguas y modernas del acadio, el amhárico, el árabe, el arameo, el fenicio, el ge’ez, el hebreo, el maltés, el yehén y el tigriña.
Excusatio non petita, acusatio manifiesta, que diría el latino a cuya tradición si pertenezco. Sin embargo, comprendan que estemos hasta la coronilla de lugares comunes y, en román paladino, gilipolleces. ¿Qué relación guarda el atroz sufrimiento judío en el ghetto de Varsovia con la razón o la sinrazón de esa guerra sempiterna que tiene mucho más que ver con los intereses políticos o con la propiedad de la tierra y del agua, en Oriente Próximo, que con la religión, la cultura o la historia? ¿Cómo puede utilizarse de coartada el dolor inocente de Ana Frank para justificar a los niños palestinos muertos en la operación Plomo Fundido o en las azoteas, escuelas y hospitales de las últimas semanas en Gaza? ¿Es que acaso Goebbels era de la Organización para la Liberación de Palestina y no nos hemos enterado? Dos primos de mi padre, por cierto, murieron a manos de los nazis en el campo de concentración de Gusen y su memoria no me sirve para justificar otros crímenes de Estado, sino para condenarlos todos.
Nadie ignora que Israel constituye una democracia formal, un Estado de Derecho en toda regla, en donde además existe un segmento de la población que abomina de las prácticas inspiradas por la declaración Balfour de 1917 y aplicadas tras la Segunda Guerra Mundial, tras el holocausto y como justiprecio histórico por la diáspora judía. ¿Es posible la coexistencia? Sin duda. ¿Es viable? No lo parece. Hay muchos otros muros además del de piedra que impiden cualquier acercamiento de posturas. El miedo guarda la viña. Y los votos.
A quienes llevamos media vida asistiendo a la prolongada guerra de Oriente Próximo ya no se nos ocurre cuestionar esa formidable operación de quita y pon, similar a la que pudiera llevarse a cabo por cualquier carambola a la hora de restituir la península ibérica a los moriscos y a los restantes pobladores de Al Andalus, injustamente desposeídos de propiedades y costumbres tras la vulneración flagrante de las capitulaciones de Santa Fe por los Reyes Católicos y sus sucesores. Sin embargo, ¿no podemos siquiera cuestionar la utilización de los colonos como una especie de marcha verde sobre Palestina, vulnerando acuerdos bien concretos de Naciones Unidas en cuyo consejo de seguridad la sombra de Tel Aviv sigue siendo alargada?
La impunidad internacional de Israel, la corrupción de Al Fatah y la muerte de Yasir Arafat, a quien le falló finalmente la baraka, permitieron la irresistible ascensión de Hamas o de su actual brazo armado, las Brigadas de Azedim al Kasam. Del laicismo inicial de la OLP, hemos pasado al auge del Corán entre los combatientes contra sus poderosos vecinos e invasores; quizá porque la fe sea el único clavo ardiendo que les queda, dado que la mayor parte de las potencias occidentales han ignorado su causa, presionados por los lobbies de poder israelíes, por una contundente estrategia de comunicación y por la pericia del HaMossad le Modiʿin uleTafkidim Meyuḥadim, la inteligencia militar israelita más conocida por su apócope Mossad y que ha llegado a actuar ocasionalmente en España, como cuando asesinó en Tarifa a uno de los autores del siniestro atentado de las olimpiadas de Berlín.
Israel, junto con las monarquías saudíes, resultaron dos formidables mascarones de proa en el mantenimiento de un statu quo en la región, favorable a las potencias occidentales. Tras los sucesos de Libia, Siria o Egipto, el mapa de Oriente Próximo y del Mashrek está cambiando a marchas forzadas y quien parece ganar posiciones en dicho ámbito es Al Qaeda, que empieza a franquiciar antiguas mesnadas yihadistas en un polvorín en donde, hasta ahora, sólo se había hablado aparentemente de banderas y territorios. Es injusto que los seguidores de Bin Laden se apropien de esa bandera blanquinegra, verde y roja, que tan poca relación guarda con el mito de las huríes que aguardan a los muyaidines en la otra vida. Sin embargo, buena parte de los errores israelitas y occidentales, cometidos en torno a Palestina, empujan hacia las inmolaciones, la desesperación y el Allâh es Grande grabado en vídeo por un alucinado antes de cargarse a una muchedumbre. ¿Debemos seguir aceptando ese riesgo?
En las últimas semanas, por primera vez en décadas, la imagen de Israel se ha desplomado ante los poderes fácticos internacionales. A pesar, por supuesto, de que el grueso de las muertes las sigue poniendo Palestina y, en su mayoría, se trata de civiles con especial abundancia de mujeres y de niños. Hasta Naciones Unidas ha puesto el grito en el cielo aunque no parece probable que establezca sanciones serias sobre el Gobierno del aguerrido primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, empeñado en encontrar túneles de las milicias en las guarderías infantiles.
No hay equidistancia posible ante la evidencia estadística de la muerte en esta zona del planeta. Los combatientes palestinos han llegado a ser crueles, pero también se han visto históricamente masacrados sin que nadie mueva un dedo a su favor. ¿Quién se atreve a comparar las decenas de muertos entre los soldados israelíes, ante la sorpresiva resistencia de Gaza en la franja, con los casi tres mil muertos palestinos a granel? ¿Qué les importará a los caídos las razones que esgriman a su favor sus verdugos? Fue infame el asesinato a sangre fría de tres adolescentes como ahora lo es el secuestro y presumible homicidio de un soldado israelí, vulnerando las convenciones internacionales. Pero, ¿qué cara habríamos puesto si al día siguiente de que ETA matase a Miguel Ángel Blanco, el Gobierno de José María Aznar hubiera decidido el bombardeo indiscriminado de Ermua?
Nada es comparable, dirán desde cualquiera de los foros protectores los fabricantes de entelequias. Y justificarán lo injustificable, pero ganarán la partida, porque Palestina ha perdido ya su peor batalla, la del olvido: cada vez menos jóvenes, a esta orilla del mundo, recuerdan cuando su resistencia nos emocionaba y nos indignaba a partes iguales, como nos había indignado y emocionado al mismo tiempo la dignidad y rebeldía de los judíos frente a todas las persecuciones de la historia.
Quizá el mejor arma que tendría Israel contra Hamas no cause muertos. Se trata de las urnas. Si alguien se preocupara de contrastar las cifras de pobreza en Gaza frente a las de Cisjordania, tal vez el apoyo a Hamas no sería tan abultado. O si se subrayara el número de refugiados palestinos que viven todavía allí de las ayudas de Naciones Unidas en lugar de recibir el respaldo de los malos gestores de su Gobierno. Claro que a lo peor eso no interese porque no parezca claro de que Al Fatah vaya a recobrar las posiciones perdidas y la Yihad Islámica aguarda ahí el relevo, quizá más sangriento, más inoperante que el de Hamas. Pero, al mismo tiempo, más desesperado, casi terriblemente lógico. “El infierno son los otros”, insisten en citar a Jean Paul Sartre todos los actores de esta tragedia. Pero también el escritor francés nos enseñó que es imposible hacer política sin mancharse las manos. Las manos sucias, en este caso, son de sangre.
Jerusalén no tiene derecho a seguir traicionando la memoria pacífica del pueblo al que su Gobierno dice representar. Y los palestinos debieran saber que no es bueno escapar de las brasas para caer en el fuego. Todos aquellos que no estamos de acuerdo en la célebre máxima de “cuanto peor, mejor”, no podemos permitir que Palestina termine convirtiéndose en un siniestro emparedado entre Israel e Irán. Con el Premio Nobel de la Casa Blanca, por cierto, mareando más la perdiz que la Unión Europea.
Frente al muro de la historia, hay un nuevo checkpoint. O reconstruimos una verdadera paz y duradera, o los próximos colonos de la zona serán los carniceros. Aquellos que no fuimos compañeros de viaje de Hamas, pero tampoco navegamos a bordo del “Exodus”, nos gustaría pensar que todavía cabe un final feliz en ese polvorín mundial. Pero lo mismo nos lo secuestran; o nos lo masacran; o lo torturan; o lo humillan; o lo entierran, entre bonitos discursos y pomposas declaraciones de misses y de gobernantes a favor del alto el fuego, de los derechos humanos y del comieron perdices.
Por J.J. Téllez
Con información de Público
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