Antisemitismo y judíos:conflicto con goyim y consigo mismos
Día a día se ve que el ensañamiento contra la población palestina va in crescendo, al igual que la opinión que los bien nacidos tenemos sobre el régimen totalitario y genocida sionista. Ellos, (las eternas víctimas de la maldad del mundo), dicen, (rasgándose las vestiduras), que albergamos odiosos sentimientos antisionistas, teniendo así la excusa perfecta para asumir su rol histórico predilecto,el de los injustamente perseguidos.
¿Por qué existe un «antisemitismo» y no existe algo semejante denominado «antiesquimalismo» o «antiarabismo»? ¿Se fundamenta el antisemitismo en la maldad y tontería de todos los pueblos que han convivido con los judíos o en el pueblo «elegido» en sí? El antisemitismo, palabra insulto utilizada por los profesionales del antirracismo, tiene sin embargo raíces políticas, económicas, históricas, sociales y religiosas. A nadie puede escapar el hecho, por lo demás revelador, de que la alta finanza internacional está en manos de judíos (Rotschilds, Rockefellers, Wartburgs, Schiffs, etc), así como el marxismo (Marx (Kissel Mordekay), hijo de un banquero judío; Zinoniev (Apfelbaum); Andropov (Lieberman); Kamenev (Rosenfeld); Trotsky (Bronstein); Kruschev (Pearlmutter), etc), la gran prensa mundial, medios de comunicación en general y la Meca del cine, Hollywood.
Ahora que el arma propagandística denominada «antisemitismo» vuelve a ser esgrimida a nivel mundial para justificar leyes anti-europeas en nuestros propios países o el comportamiento despótico de los judíos en Israel y otros países del mundo hay que coger al toro por los cuernos y leer de una vez por todas la versión que sobre el antisemitismo tienen los supuestos ¿»antisemitas»?, rompiendo de una vez por todas el monopolio informativo que sobre el «antisemitismo» nos ofrecen los judíos.
El discurso del «antisemitismo» es tan viejo como el propio judío. Un destacado escritor hebreo, Bernard Lazare, ha afirmado que el origen del «antisemitismo» está en el mismo judío. En todo caso, surge el gran interrogante, ¿por qué han sido maltratados los judíos por los egipcios, griegos, romanos, persas, españoles, árabes, rusos, turcos, alemanes, etc.? Lazare resume sus estudios al respecto en unas pocas palabras: el judío es insociable, y, además, le resulta simpático todo lo que tiende a disolver las sociedades tradicionales.
Esta puede ser una explicación para el histórico problema. Recordemos que los supuestos «antisemitas» siempre han afirmado que su actitud no respondía a un afán de persecución u odio hacia los judíos, sino más bien a un sentimiento de autodefensa.
A este propósito, ha escrito Rénán:
“La antipatía contra los judíos era, en el mundo antiguo, un sentimiento tan general, que no había ninguna necesidad de estimularlo. Aquella antipatía señala uno de los focos de separación que quizá no se rellenen nunca en la especie humana… Tiene que existir algún motivo para que ese pobre Israel haya pasado por tan dolorosos trances. Cuando todas las naciones y todos los siglos os han perseguido, es preciso que exista, algún motivo para ello.”
En otro pasaje refiere el mismo autor acerca del judío:
«Quería las ventajas de las naciones, sin ser una nación, sin participar en las obligaciones de las naciones. Ningún pueblo ha podido tolerar eso…, no es justo reclamar los derechos de miembro de la familia en una casa que no se ha ayudado a edificar, como hacen esos pájaros que se instalan en un nido que no es el suyo, o como esos crustáceos que toman el caparazón de otra especie.»
Sólo así podría explicarse el sentimiento despectivo con el que nos hablan de los judíos numerosos pensadores (Séneca, Tácito, Lutero, Voltaire, Goethe, etc.), cuando podrían contarse con los dedos de la mano los testimonios favorables a la idiosincrasia hebrea.
Roudinesco, Lazare, Steed y otros insisten en que el aislamiento del judío ha sido fomentado además por el triunfo de sus rabinos. Al lograr éstos que sus fieles se ciñesen al Talmud abandonando en parte la Torah, les encerraron en estrechas prácticas rituales y en el fariseísmo, anulándoles la fraternidad con los otros pueblos.
Al exacerbar su exclusivismo religioso, el judío se aísla de los demás y quiere vivir aparte. De aquí se deriva el que jamás haya tratado de hacer proselitismo. Indica Fejtö en «Dios y su pueblo» (París, 1960) que al judío le resulta inadmisible compartir a Dios con otros, y de su fe en la propia predestinación ha derivado el desprecio hacia los demás pueblos, que, a su vez, y por este motivo, le han despreciado a él.
Resulta, por ello, curioso cómo un autor judío, Leon Uris, en su obra «Exodo» pone las siguientes palabras en labios del personaje David Ben Ami: «Fíjate en los descendientes de los judíos españoles, Durante la Inquisición simulaban convertirse al catolicismo y rezaban las oraciones latinas en voz alta, pero al final de cada frase susurraban por lo bajo una oración hebrea» No percibe el novelista que precisamente esa mentalidad aumentó a la judería sus tribulaciones, ya que para los otros pueblos en general lo noble ha sido siempre lo contrario, tal como atestiguan los millares de mártires cristianos que en épocas de persecuciones prefirieron perder la vida a negar su fe.
Las costumbres judías tampoco han sido muy propicias para fomentar la comprensión por otros pueblos. Juvenal nos refiere cómo en el sábado el judío no es capaz de mover un dedo, ni siquiera por humanidad. Durante las veinticuatro horas del sábado no se podía realizar el menor trabajo, ni siquiera hacer un nudo, coser dos puntadas, escribir dos letras o andar más de dos mil pasos. Los rabinos llegaron incluso a discutir si era lícito comer un huevo puesto en sábado, pues evidentemente la gallina había trabajado en día prohibido.
Alberto Vidal en su libro “Tras las huellas de San Pablo”, (Madrid, 1963), recoge algunas de las prohibiciones del Talmud (Trat. Shabbath):
“¿Qué pesos puede uno transportar el sábado sin violar el reposo prescrito? Respondían (los rabinos): No es licito transportar ni un higo seco; la mujer no puede salir de casa llevando cintas, ni collares, ni pendientes nasales, ni ramos de flores, ni pomos de perfume, ni cajitas de mirra, ni algodón en el oído o en las sandalias, ni un niño en brazos. El sastre no puede salir con la aguja ni el escriba con su pluma. Pero se permitía salir con un diente postizo, y un cojo podía salir con su pata de palo, aunque algunos, como Rabbi José, lo prohibían”.
Aun hoy en día, el judío no gasta un céntimo en sábado. Los más severos ni siquiera fuman, pues en la Biblia se dice que no encenderán fuego. El judío ortodoxo—refería recientemente la conocida revista «Der Spiegel»—se niega incluso a avisar en sábado a una ambulancia o a los bomberos.
El nuevo «Estado de Israel», (en rigor de verdad,la Palestina usurpada), señalan, (los supuestos antisemitas), es la mejor prueba del exclusivismo de sus fundadores. Conocida es la resonancia mundial que tuvieron las leyes raciales de Nuremberg, durante el III Reich, y con arreglo a las cuales se prohibía el matrimonio de germanos con judíos. Pues bien, las «víctimas» de entonces, siguiendo los preceptos del Talmud, han establecido en el nuevo Israel una ley que prohibe terminantemente los matrimonios mixtos, es decir, con no judíos.
Los hebreos que huyeron a Palestina de Europa y de las persecuciones del III Reich, tampoco demostraron tener hacia los árabes la clemencia que para sí mismos habían reclamado. El acuchillamiento de toda la población árabe de Deir Yassin en abril de 1948, el asesinato del Conde Bernadotte, las matanzas de Nasirud-din, Wadi Araba, Qibiah, Deir Ayub, etc., y la expulsión de casi un millón de árabes de sus tierras, han motivado que un notable historiador, Arnold Toynbee, tras recordar que «lo más trágico en la vida humana es el que los hombres que han sufrido hagan sufrir a otros», haya comentado este hecho del siguiente modo:
«Las iniquidades cometidas por los sionistas judíos contra los árabes palestinos pueden compararse a los crímenes contra los judíos por los nazis.»(sic)
Corroboran el juicio de Toynbee las palabras que un destacado político israelí, Menahim Beigim, líder del partido Herut, expresó ante una conferencia de veteranos de guerra:
«Vosotros los israelitas no debéis ser sensibles matando a vuestros enemigos ni debéis sentir piedad de ellos. Tenemos que destruir la llamada civilización árabe para sustituirla por la nuestra encima de sus escombros.» (Y vaya que lo están logrando… sólo basta ver es estado en que se encuentran los territorios usurpados por los sionistas y los documentales de los continuos bombardeos y matanzas que se perpetran en contra de la población palestina).
Recordemos asimismo que una vez pasado el peligro, los judíos europeos tampoco demostraron tener agradecimiento hacia los países que les ayudaron durante la guerra mundial. Tal fue el caso de España. Veamos lo sucedido En marzo de 1942. Gracias a la intervención de la España en Vichy, las autoridades alemanas reconocieron la protección española sobre los 3.000 sefardíes residentes en Francia. En 1943, el mariscal Antonescu accedía igualmente, y con carácter excepcional, a que los sefarditas de Rumania quedaran bajo la protección del Gobierno español. Medidas similares fueron adoptadas por España en otros países. Isaac Weisman, delegado del Congreso Mundial Judío en Lisboa, manifestaría posteriormente ante una asamblea de esta organización en Atlantic City:
«En el principio de 1944 recibimos un telegrama urgente de nuestros amigos de la Agencia Judía en Estambul interesándonos para que Intercediésemos o auxiliásemos a cuatrocientos judíos sefarditas de origen español que se encontraban en el campo de concentración de Haldari, en Grecia, y los cuales iban a ser deportados por los alemanes hacia Polonia. En respuesta a nuestra petición, don Nicolás Franco, embajador de España en Portugal y hermano del general Franco, se puso en contacto inmediatamente con su Gobierno. Más tarde, el embajador nos informó que el Gobierno español había determinado proteger a los judíos en cuestión y había comunicado a los alemanes este propósito suyo. De esta manera los cuatrocientos judíos sefarditas del campo de Haidari fueron salvados de la deportación a Polonia. Las gestiones emprendidas por nuestra parte obtuvieron también del Gobierno español la decisión de tomar bajo su protección a todos los judíos sefarditas de origen español de los países ocupados, tanto si estuviesen en posesión de documentación española como si careciesen de ella.” (Lo que me pregunto es, ¿cómo es posible que un régimen que, (según todos los testimonios de «sobrevivientes» de los campos y agencias sionistas mundiales, y por sobre todo que es la «propaganda oficial» del «estado israelí»), se ha dedicado sistemáticamente a tratar de «aniquilar» hasta el último judío, haya liberado a miles de ellos por pedido de uno de sus aliados menores que, supuestamente, debía ayudarlo en la «solución final». Como mínimo es confuso y poco creíble, con lo cual queda claro que, lo que pretendía es estado alemán era tenerlos lejos de sus fronteras.
Años después, muchas de las personas salvadas por España olvidarían los peligros pasados. En mayo de 1949, al discutirse en la Asamblea de la ONU la propuesta hispanoamericana favorable a España, el delegado de Israel, Mr. Evan, cuyo voto resultó de excepcional importancia, manifestó en un discurso:
«Durante la época de terror del nazismo un millón de nuestros niños fueron lanzados a los hornos y cámaras de gas. No es que afirmemos en manera alguna que el régimen español tuvo parte directa en esta política de exterminio, pero sí afirmamos que fue un aliado activo y simpatizante del régimen responsable de esa política y como tal contribuyó a la eficacia de la alianza bajo un punto de vista global.» (sic)
El Jefe del Estado español, ante el premeditado olvido internacional de la labor realizada por España en favor de los refugiados, diría posteriormente en una entrevista concedida para el «Daily Mail» de Londres:
«Cuanto España hizo durante la contienda en el auxilio de los emigrados, salvamento de aviadores ingleses y de otros países, que con el auxilio español o por vía española se salvaron y alcanzaron sus patrias, ha respondido a un sentimiento natural del pueblo español, que por innato en él no aspira a reconocimiento. Grande fue, sin duda alguna, la ayuda que muchos judíos perseguidos del centro de Europa recibieron de nuestros representantes diplomáticos y que nos acarrearon incomprensiones, sinsabores y dificultades y, sin embargo, cuando debían acordarse de ello, en las reuniones internacionales, nos pagaron con ingratitudes».
Dentro de la comunidad judía, y en todas las épocas de la Historia, han surgido unas individualidades cuyo estudio seria más propio de un tratado de psicología. Estas figuras, que no se destacaron precisamente por su solidaridad hacia el resto de la judería, y cuya vida, por tanto, no fue fácil, son típicas de este pueblo. Sin necesidad de acudir al relato evangélico, podríamos señalar la impresionante vida del filósofo Spinoza. Que los grandes perseguidores de la judería, de Torquemada a Heydrich, hayan sido judíos constituye otro insondable misterio de la Historia. Recientemente, el «gran dragón» del Ku-Klux-Klan de Nueva York, Daniel Burros, se suicidó al divulgar el “New York Times”, que era judío y había estudiado durante varios años en la escuela de la sinagoga de Queens, en Nueva York. No menos curioso es el hecho de que James H. Madole, jefe de la organización antisemita norteamericana «Renacimiento nacional» anunciara en Nueva York que varios judíos forman parte de su asociación.
Una vez más, el «antisemitismo» está de moda. Pocos saben, sin embargo, que tal «antisemitismo» no es más que un arma hábilmente esgrimida por el judaísmo mundial con el objeto de desinformar y reeducar la opinión pública mundial.
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