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Los magos venidos de Oriente

Reyes Magos
Reyes Magos

En el Nuevo Testamento hallamos la tribu de Media en Irán, al norte de Babilonia, que ejercía funciones sacerdotales y se dedicaba a la astrología; se los consideraba sabios y hechiceros.

Nos encontramos con magos como Simón de Samaria, de él decían sus seguidores «éste es el poder mismo de Dios, el que llaman el Grande», ya que los tenía asombrados con sus prodigios, y con una contienda de magos en la isla de Pafos: el mago Bar Jesús, también llamado Elimas, se enfrenta con Pablo (Saulo), y éste, invocando al Espíritu Santo en una lucha de poderes mágicos, lo deja ciego.

Pero los más grandes jorguines sin duda son los magos de Oriente.

Herodes en persona los llamó en secreto para informarse de sus capacidades; debió de quedar sorprendido de su grandeza y poder, pues a partir de ese momento la preocupación del rey por el recién nacido llegó a ser obsesiva.

«Los magos entraron en la casa, vieron al niño y lo adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.» Ésta es la narración de Mateo; los otros dos evangelistas sinópticos, Marcos y Lucas, no hacen ninguna mención a los magos.

¿Quiénes fueron esos magos? ¿Existieron en realidad? ¿De dónde venían?

¿Sólo hicieron tan largo viaje para ofrecer unos humildes presentes materiales?

¿No transmitieron al niño «índigo» ningún tipo de conocimiento?

Sólo podemos limitarnos a narrar la historia desde sus distintas versiones, sin encontrar una explicación razonable, ni siquiera empleando una imaginación desbordante.

No sabemos los criterios de los que cerraron el canon de la Biblia, para no incluir unos relatos y en cambio añadir otros, posiblemente para no dar lugar a interpretaciones heréticas.

Pero los escritos apócrifos, y los que podemos llamar heterodoxos, por ser contrarios o diferir del punto de vista oficialista religioso establecido, marcan un sentir especial, distinto, nos transfieren un conocimiento mágico que nos invade y nos transporta a otro estadío superior, en oposición al meramente religioso.

Transmiten otro saber, otra realidad, que nos ha sido ocultada, nos ha sido robada, nos hacen sentir que la comunicación directa con Dios es posible, sin la intermediación de ningún tipo de jerarquía eclesiástica.

Al leerlos, la sensación que se experimenta en el plexo solar de bienestar, comunicación y armonía con esa gran fuerza que lo invade todo nos hace pensar que son ciertos y que narran verdades ocultas superiores.

En los escritos apócrifos sí encontramos amplias referencias a los magos de Oriente.

Se observa que en el capítulo XVI del Pseudo-Mateo (siglo VI), que parece un arreglo en latín para uso de occidentales, dice:

«Sin más demora los magos entraron en el refugio, donde encontraron al Niño Jesús, le abrieron entonces sus tesoros. Cada uno le ofreció un jarro de oro que sacaron de sus cofres. Dos, buscando en su tesoro, ofrecieron mirra e incienso, el tercero oro.»

En el «Evangelio árabe de la infancia» que deriva de una fuente siríaca que puede datarse del siglo V (existe también una versión griega, pero seguramente el texto latino fue traducido del siríaco en una época muy temprana), «los magos llegaron de Oriente a Jerusalén según lo había predicho Zoroastro y aportaron oro, incienso y mirra».

También encontramos en el «Libro armenio de la infancia » la siguiente descripción:

«Los magos llegaron llenos de gozo a la entrada de la cueva, vieron al Niño en el pesebre de los animales y se postraron ante él, le ofrecieron sus presentes. Gaspar, rey de la India, esparció precioso nardo, mirra, canela, incienso y otros aromas y esencias olorosas. Y de inmediato se expandió un perfume de inmortalidad. Baltasar, el rey de los árabes, ofreció al Niño oro y plata, piedras preciosas, magníficas perlas y zafiros de gran valor, y por último, Melchor, el rey de los persas, aportó mirra, áloe, muselina púrpura y también cintas de lino.»

En el libro apócrifo La cueva de los tesoros encontramos posiblemente la más antigua referencia a los magos; se dice:

«Adán llevó oro, incienso y mirra a la cueva del tesoro después de su caída y allí los habría depositado. Pasaron luego las generaciones hasta que, en armonía con las instrucciones que Set recibió de Adán, los magos Hormizd de Makhodzi, rey de los persas; Jazdegerd, rey de Saba, y Peroz, rey de Seba, llevaron los presentes a Betlehem y se los ofrecieron al niño Dios.»

De La cueva de los tesoros tenemos dos versiones, una en árabe y otra en siríaco; posiblemente son una manipulación por los primeros cristianos de los textos judíos cristianizados.

En este relato aparecen por primera vez imágenes de la crónica iconográfica cristiana, como la calavera que la tradición coloca junto a la cruz de Jesús. 

Según el libro sirio, Adán fue creado en el centro de la Tierra, y allí está enterrado, donde más tarde sería crucificado Jesús.

El término «mago» creó verdaderos problemas a la incipiente Iglesia. En aquella época, «mago» podía hacer referencia tanto a un vendedor de pócimas milagrosas, como a los sabios astrólogos caldeos, los taumaturgos gnósticos de Alejandría o a los sacerdotes de culto mazdeísta, los brujos y los adivinos.

La leyenda de los magos de Oriente está salpicada de curiosas y crípticas historias, desde que su número eran doce (al ser un número impreciso, en muchas representaciones en las catacumbas y en otras manifestaciones escultóricas el número que aparece es según la apreciación y conocimientos del artista), hasta la existencia de reliquias corpóreas que después de un peregrinar por Turín, Moncenisio, Borgoña, Lorena y Renania, Alemania y Suiza, descansan por fin en Colonia.

Nos estamos moviendo entre un mundo mágico, dudoso, y otro mundo que seguramente tiene una explicación terrenal, mucho más racional y sencilla, a la que intentaremos acercarnos.

No menos interesante es la descendencia de los magos; muchas familias importantes de Europa durante los siglos XIV y XV aseguraban que eran descendientes de los famosos magos.

El más famoso es el Preste Juan, rey cristiano de un lejano país de Asia. Éste envió cartas al emperador de Constantinopla, Comneno, y a Barbarroja, así como al papa Alejandro III, en las que hacía gala de su condición de mago y describía la existencia en sus dominios del unicornio y el fabuloso animal de forma humana de cintura para arriba y de caballo hacia abajo, el sagitario.

Por Santiago R.

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