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1235: el descalabro tras la conquista

Historia. 1235 es una fecha bisagra en la historia de nuestras islas. Podríamos decir que fue entonces cuando se cerró la rica herencia oriental que nos dejaron los fenicios, los cartagineses y los árabes –los romanos pasaron por las islas casi de puntillas y no cuentan– para entrar en tiempos que con los cristianos fueron oscuros, menos felices. Eivissa y Formentera entraron a partir de entonces en un largo túnel del que no saldrían hasta muchos siglos después.

Torre de l´Homenatge ©Josep María Subirá
Torre de l´Homenatge ©Josep María Subirá

El 8 de agosto de 1235, día de San Ciriaco, fue una fecha bisagra que determinó nuestra historia y todavía hoy la celebramos, aunque, a pie de calle, pocos recuerden qué conmemoramos. En tal efemérides, todos los años, las fuerzas vivas organizan actos solemnes y memoriales, aunque para muchos de nosotros solo es el día de sa berenada, popular merendola que ya no es lo que era cuando, tiempo atrás, tras la marchosa banda de don Victorino, acudíamos en festiva procesión a Puig des Molins con vino, tortillas y monumentales sandías. De la gesta histórica sabemos poca cosa. Kitab Raw al-Qartas cuenta que el sitio de Madina Yabisa duró 5 meses, mientras que el bando cristiano habla de un paseo militar y se inventa una romántica leyenda de furtivos amores, traición y venganza. Cuentan que el hermano del jeque, cabreado por que este se agenciara a su mujer, descubrió un pasaje secreto a los cristianos para que entraran en la ciudadela. Se supone que es el que nos muestran en la calle de Sant Ciriac. donde hay una capilla con la imagen del santo y el oscuro agujero de la traición que probablemente no lleva a ningún sitio. Los arqueólogos podrían sacarnos de dudas, aunque mejor será dejar que la gesta conserve su literatura.





De la toma de la ciudad, el ‘Llibre dels feits’ apunta detalles significativos: «Quan hagueren los genys parats, lo fenèvol e el trabuquet tiraren al castell e a la vila, e havia-hi tres murs, un sobre el altre; el fenèvol, que no tirava tant, tirava a la vila, e el trabuquet al castell». Según esta descripción, si tenían a la vista los tres muros, el ataque no pudo hacerse como se ha dicho desde Puig des Molins y es Soto, sino con visión frontal o de poniente, cosa que parece confirmar la estimación que se hace de las diferentes distancias que los ingenios bélicos alcanzaban: los fundíbulos machacaban la ciudad, mientras los trabuquetes disparaban al Castillo. Las pendientes de Puig des Molins y es Soto, por otra parte, hubieran hecho impracticable el asiento y uso de las catapultas y del todo imposible alcanzar desde allí la Vila. Aunque cabe también la posibilidad que el ataque se hiciera por distintos flancos.

Dejando de lado aquellos hechos, aquí quiero insistir en algo que se conoce menos, la situación que tenían la isla y la ciudad antes de 1235 y la que siguió a la conquista. Por lo que sabemos, los tiempos de la Ibiza árabe fueron, con diferencia, más prósperos y felices que los que trajeron los cristianos, y prueba de ello es que la voz reiterada de la población devino desde entonces un coro de lamentaciones. La isla sumaba unos 6.000 habitantes y, por lo que cuentan Al Himyari, Al-Makkari y Al-Idrisi, la ciudad era bella y floreciente, mientras que la isla tenía tierras feraces, fuentes y arroyos, abundantes viñas y pinares que proporcionaban madera para la construcción naval, 10 buenos fondeaderos, salinas inagotables, y una población industriosa que explotaba granos y frutos como higos, dátiles, uvas, membrillos, azafrán, miel y ganado. Tal vez no era un paraíso, pero algo tuvo de arcadia feliz.

El credo islámico era dominante, pero los musulmanes toleraban a las ‘gentes del Libro’, judíos y cristianos. De la presencia de los primeros sabemos por documentos hebreos y por la toponimia intramuros; y de la de los cristianos, por el eremitorio de agustinos que en el siglo IX tuvo la Mola. Y también porque desde la taifa de Denia se decidió en el siglo XI vincular las iglesias cristianas insulares a la sede barcelonesa.

Incluso la lengua árabe convivió con un latín romanizado y, en cuanto a la cultura, la isla dio científicos como Ibn ‘Utman al Yazaâr, apodado Al-Yâbisi, el ibicenco. Y poetas como Idris ibn al-Yamani Al-Sabbini, Al-Attar, Al-Yabsisi y Al-Abdari.

Lo que siguió tras la conquista catalana fue un absoluto descalabro que las crónicas no pueden disimular. Las islas sufren una despoblación tan acusada que se tienen que hacer campañas de repoblación con gentes que llegan desde Tarragona; toda la mano de obra en los campos, obras públicas y salinas, es de moros cautivos que viven en condiciones de esclavitud; la agricultura y el comercio pierden pujanza, la cultura se desmorona y, en términos generales, la calidad de vida empeora. En la debacle influyen muchos factores, la destrucción ocasionada por la contienda y el desbarajuste y la mutación estructural que conlleva la propia conquista. De un día para otro, desaparecen las formas de vida islámicas sin que las nuevas tengan tiempo de implantarse. Se paraliza el aparato productivo y el comercio.





Reparto de la ciudad

Y en todo caso, dejando de lado cualquier otra consideración, la ocupación prioritaria de los nuevos señores de la isla –Guillem de Montgrí, Nuno Sanç y Pere de Portugal– es el reparto de la ciudad y de la isla, lo que significa que, con los bienes del saqueo, se resarcen del gasto que tuvieron por los hombres y las armas empleadas en la expedición. Y pesa, sobre todo, el nefasto modelo socio-económico que imponen. Los criterios de organización social musulmana que se basaban en la condición igualitaria de todos los ciudadanos se sustituye, tras la conquista, por un mundo basado en la propiedad concentrada en manos de una oligarquía feudo-señorial, es decir, de una sociedad jerarquizada que ejerce derechos vasalláticos sobre las personas. La consecuencia es una recesión generalizada, una situación de colapso y hasta tal punto crítica que los conseñores tienen que hacer las concesiones que incluye la ‘Carta de Franqueses’, beneficios, derechos y privilegios que tratan de incentivar a los nuevos repobladores y, en definitiva, facilitar que las gentes puedan sobrevivir. De hecho, durante siglos, en las islas, ya nada es igual. Recordarlo hoy debería contribuir a que nos sintiéramos orgullosos de aquella Madina Yabisa que, en solo tres siglos, tanta huella nos ha dejado.

Por Miguel Ángel González
Con información de www.diariodeibiza.es

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