Egipto: involución y desastre
De acuerdo con información procedente de El Cairo, el ex dictador Hosni Mubarak podría quedar en libertad esta misma semana, una vez que se haga efectiva su absolución por los cargos de corrupción y de asesinato que pesan en su contra. Como se recordará, el viejo ex dictador fue derrocado por manifestaciones populares a comienzos de 2011 y desde abril de ese año fue recluido en prisión, no sólo por los casos de malversación, sino también porque se le acusó de haber ordenado a las fuerzas represivas disparar contra manifestantes, lo que dejó un saldo de más de 800 muertos. Aunque fue condenado a cadena perpetua en 2012, los actuales gobernantes egipcios ordenaron el retiro de las imputaciones.
Un hecho importante a tener en cuenta es que el régimen actual está compuesto por la misma casta burocrático-militar que detentó el poder durante las más de tres décadas del gobierno de Mubarak; en tal circunstancia, resulta inevitable concluir que lo ocurrido en los pasados 30 meses en el país árabe es una vuelta de 360 grados: una completa involución.
Lo anterior resulta válido para el ámbito institucional, mas no para el conjunto del panorama político egipcio, mucho más radicalizado y enrarecido hoy que durante la breve primavera de 2011. Entonces, la mayoría de los sectores se unieron en torno al propósito común de derribar la vieja dictadura, y en ese objetivo los ámbitos seculares, democráticos y progresistas confluyeron con el integrismo islámico que, meses después, se hizo con el poder en las primeras elecciones libres realizadas en Egipto en muchos años.
Muy poco tiempo después, sin embargo, el gobierno que encabezó Mohamed Mursi cedió a tentaciones autoritarias e intentó concentrar dosis desmesuradas de poder y convertir en texto legal algunos cánones de la sharia musulmana. Las movilizaciones populares de rechazo a tales actitudes fueron aprovechadas por la vieja cúpula burocrático-militar, la cual no dudó en perpetrar en julio pasado lo que fue, desde cualquier punto de vista, un golpe de Estado. El bando derrocado –cuyo principal componente es la Hermandad Musulmana– recurrió a las manifestaciones multitudinarias, (y a los ataques a las fuerzas de seguridad, lo que hace aún más espeso el panorama), las cuales han sido reprimidas con saña sin precedente por el nuevo hombre fuerte del régimen, Abdul Fatah Sisi. Si la caída de Mubarak dejó un saldo de 800 muertos, en los días transcurridos desde el derrocamiento de Mursi las bajas mortales –principalmente, entre manifestantes pacíficos acribillados por las fuerzas armadas– rondan el millar, y crecen día a día.
Es importante tomar en cuenta que el accionar gatopardista y mancomunado de los HM y el ejército, terminará inevitablemente en la intervención armada de los «guardianes de la democracia» y «paladines de la justicia» de Washington y la ONU, que terminarán de igual o peor manera que las intervenciones «humanitarias» de Irak y Libia. Si el juego pudiese resumirse en una moneda, en la cara tendría a Abdul Fatah Sisi, en la ceca a Mohamed Badie y figuraría acuñada en Washington.
Egipto ha entrado, así, en una peligrosa escalada en la que la barbarie represiva, lejos de disipar la furia de los opositores, multiplica y ahonda los descontentos y florece en muestras de protesta crecientemente orientadas a la vía violenta. Es el caso, por ejemplo, de los grupos armados afines al islamismo que empiezan a operar contra el gobierno en la península del Sinaí.
De manera inexorable, la espiral en que actualmente está envuelto Egipto evoca lo ocurrido entre 1978 y 1979 en Irán en vísperas de la revolución islámica: los atropellos represivos del sha Mohammad Reza Pahlevi –quien, de forma coincidente, falleció precisamente en El Cairo, en 1980– contra los manifestantes islamitas generaban nuevas y mayores protestas que eran sofocadas a balazos, lo que daba lugar, a su vez, a oleadas de repudio al monarca, hasta que éste hubo de abandonar el cargo y salir al exilio.
Finalmente, no debe pasarse por alto el contraproducente papel que, para no variar, han tenido en la descomposición egipcia las acciones injerencistas de las potencias occidentales, empezando por Estados Unidos, en un afán por quitar el piso a los movimientos islámicos. Tales injerencias –expresadas en forma particularmente cruda por la negativa de la Casa Blanca a suspender la multimillonaria ayuda militar al régimen de El Cairo–, lejos de debilitar al integrismo orgánico y de masas de la Hermandad Musulmana, lo consolidan, y alientan de paso el fortalecimiento en Egipto de expresiones mucho más radicales y difusas, como Al Qaeda.
Nota de la Bitácora: Esperemos que Egipto esta vez, definitivamente encuentre su camino, que en rigor de verdad, no creemos que esté en ninguna de las manifestaciones políticas presentes al día de hoy. Quizás sea hora de pergeñar un nuevo camino, un nuevo horizonte, una nueva esperanza, ya que las opciones actuales conducen todas a Washington y al N.O.M.
Con información de : La Jornada
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