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Irak, la tierra donde nació la poesía

Los escritores formados cuando se derrumbaba Irak han hecho materia narrativa del pánico y la frustración.

Quizá sea una narrativa segura de sí misma lo mejor que, de momento, ha nacido de las cenizas del Irak contemporáneo. No es poco, sobre todo si se tiene en cuenta que los iraquíes presumen de vivir en la tierra donde nació la poesía (nada menos que el poema de Gilgamesh) y que, al margen de mitos patrióticos, la devastación última se superpone a dos previas: la de la guerra contra Irán de los años ochenta y la de la guerra del Golfo y el embargo internacional de los noventa. Pero tras la guerra de 2003 y la consiguiente ocupación de Estados Unidos y sus aliados, la violencia ha superado cualquier límite objetivable, hasta el punto de que el menor atisbo de distensión (como una nueva Constitución, la celebración de elecciones o la retirada estadounidense) acaba por alimentar el marasmo. Justamente del pánico y la frustración cotidiana que la violencia inocula en el individuo ha hecho materia narrativa la generación de escritores que se formó mientras se derrumbaba el futuro de Irak, un país que, antes de tanta guerra, tenía una tasa de analfabetismo menor que la española.

Frankinshtain fi Bagdad (Frankenstein en Bagdad), la excelente novela de Ahmed Saadawi (1973), surge de un golpe de inspiración de gran plasticidad: Hadi Attag, un chamarilero parlanchín, va recogiendo por las callejuelas y descampados trozos de cadáveres con los que componer un cadáver completo, el protagonista de la novela. Estamos en 2005, en plena oleada de atentados terroristas en Bagdad. Cada trozo de cadáver es como un trozo de Irak. La novela empieza cuando el chamarilero encuentra una nariz y completa el cadáver, que por fin puede ser enterrado para que todos sus trozos descansen en paz. Pero por azar el cuerpo cobra vida e inicia su propio ajuste de cuentas.

Frankenstein en Bagdad en realidad debería titularse Como-se-llame en Bagdad, tal y como se insinúa en la propia novela. Porque el oscuro personaje que recorre el histórico barrio de Al Batawiyin y al que sus vecinos se refieren como “Como-se-llame” reúne en sí todas las identidades previsibles teniendo en cuenta su origen. Saadawi registra con destreza de documentalista caracteres, lugares y situaciones recurriendo por igual a cierta distancia expositiva y a una implicación personal que mezcla el sarcasmo y la ternura. No es ajeno a este logro su dominio de una lengua árabe que sale de dentro, no impostada hacia el cultismo ni de falsete oral, un problema muy frecuente en la nueva literatura árabe. Saadawi escribe en el árabe de una generación que se formó aún en unas escuelas y universidades modélicas para el resto del mundo árabe.





Sinan Antoon (1967) es otra voz propia de esta nueva narrativa iraquí. Se licenció en Filología Inglesa en Bagdad, aunque a comienzos de los noventa se instaló en Nueva York, donde es profesor universitario y desde donde prosigue su relación umbilical con la literatura árabe. Si bien se define como poeta (ligado a una rica y desconocida tradición que tiene sus referentes modernos en Badr Shakir al Sayyab, Saadi Yousef y Sargon Boulus), su novela Fragmentos de Bagdad quedó finalista del Booker árabe en 2013 y ha sido recientemente publicada en español en la nueva colección Turner Kitab, dedicada a la última narrativa árabe.

La novela de Antoon, muy bien traducida por María Luz Comendador, fija para la historia literaria un cuadro de costumbres de los cristianos de Bagdad en el siglo XX. La conciencia de que la comunidad está a punto de desaparecer se adueña del relato, que insiste en el radical carácter árabe del cristianismo iraquí. Dos personajes, Yúsuf y Maha, encarnan el pasado y el futuro, mientras que su mutua incomprensión es el presente de una sociedad a la deriva. La solución personal del exilio se convierte en un suicidio colectivo, a la vez que quedarse tampoco garantiza la supervivencia. Aunque narrado todo ello en clave comunitaria cristiana (el título original es Ave María), la novela de Antoon muestra el esplendor de un Irak desaparecido: culto, dinámico, sin preocupaciones confesionales. El rodillo de la historia imperial pasó por encima de él. Y hoy hasta para investigar este pasado reciente hay que acudir a las universidades norteamericanas, que han comprado a muy buen precio los archivos y bibliotecas iraquíes

Por Luz Gómez García
Con información de El País

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