La paz,entreacto entre dos guerras – Por Moro
En los tiempos que nos toca vivir, vemos casi con normalidad hechos violentos de todo tipo, saqueos, violaciones, asesinatos, ataques a niños por parte de pederastas de todo color, credo y religión, y siempre que ocurran en otras latitudes, o a un vecino lejano, lo tomamos como un hecho anecdótico, sin darnos cuenta que siempre estamos en guerra con el medio que nos rodea, y que en cualquier momento nos puede tener como protagonistas, como víctimas … o como victimarios.
Nos pronunciamos por lo general en contra de la guerra «convencional», que no es otra cosa que la reacción lógica ante el atropello de un otro. Lo vemos en Ucrania por la puja de poderes, lo vemos en la sufrida Palestina tratándo de liberarse del pesado yugo sionista y la violencia diaria, en casi todo el Tercer Mundo tratando de sacudirse al FMI. En definitiva, el factor común a todos es, la miseria y detritos que genera el N.O.M.
Mucho se ha hablado en contra de la guerra. Pero evidentemente no todo es negativo en ella. Es en la lucha donde se remueven las más profundas vetas de la personalidad de los pueblos; es en la lucha donde aflora lo mejor de sus valores y lo peor de sus defectos; es en el momento supremo del «ser o no ser» cuando se ve lo que en realidad contiene un pueblo y lo que guarda celosamente como tesoro no de todos los días.
(No puedo dejar de retrotraerme a aquella vieja imagen del niño palestino armado con una piedra, haciendo frente a un tanque sionista, sin importarle su integridad física. Tanto así es la bronca y dolor provocados por la inhumana, injusta y violenta ocupación).
Más antiguo que el deseo de paz es el deseo de guerra. Paz es cesación de lucha; paz es el reverso de un estado exacerbado de actividad y combate por la existencia. La ausencia de lucha es la «paz», es decir, paz es falta de algo. Todo lo que vive, lucha. La guerra es una amplificación gigantesca del espíritu de los pueblos y de los hombres, en la que afloran vivencias ocultas. En ella no solamente hay el significado de un conflicto entre dos gobiernos o entre dos pueblos: hay también significados más profundos e invisibles; quizá por eso es una necesidad esporádica de los pueblos y de la humanidad misma. No simplemente por un capricho irreflexivo, sino por una necesidad potente y misteriosa, es por lo que grandes masas de hombres en la plenitud de su existencia salen al encuentro de la muerte.
Lo hemos visto en todos los estadios de la historia, desde la más antigua hasta la más reciente. Es una cualidad innata y potencial en el hombre.
Paradójicamente, pese a sus cenizas de destrucción, la guerra es también creadora. No fueron los reposados y sabios senadores los que forjaron el Imperio Romano, sino la espada de César y el empuje de sus legiones; no fueron sólo los siete sabios de Grecia los que hicieron de Grecia el corazón de una época y de una civilización, sino el arrojo espartano de sus guerreros.
Los pueblos crecen y se hacen grandes y maduros al golpe de sus luchas a través de la historia. Y esa lucha es dolorosa, pero inevitable y sagrada; es la que va forjando el futuro por más que pacifistas de etiqueta y sabios de salón se empeñen en hacer un mundo sin guerras. En la naturaleza todo es lucha y el hombre no puede sustraerse de la vida superior de la cual es apenas trasunto y brizna.
En el campo de batalla se descorre toda cortina de diplomacia; dejan de ser válidas las apariencias, la palabrería insidiosa y el doblez político y sólo queda en pie la profunda y auténtica voluntad de la lucha, el peso de la convicción, el valor del sacrificio para morir por lo que se proclama.
Ahí sólo rige la entereza de marchar hasta el final; ahí se esfuma lo que era apariencia vocinglera y se libera de ropajes engañosos lo que era auténtica realidad.
Allí es donde realmente aflora la naturaleza del hombre: su arrojo o su cobardía, su altruismo o su mezquindad, su hombría de bien o su malicia … su verdadero ser!.
Los argentinos, en nuestra última guerra «convencional», hemos tenido sobradas muestras de ello. Basta nombrarlos tan sólo para que el pecho se hinche de orgullo y emoción: El Capitán de Fragata infantería de marina (post-mortem Cruz al Heroico Valor en Combate) Pedro Edgardo Giachino, el Teniente 1ro Roberto Estevez (post-mortem Cruz al Heroico Valor en Combate) , Teniente (PM) Oscar Silva, Sargento 1ro (PM) Mario Cisnero y todos aquellos combatientes que dejaron su vida, su juventud y sus sueños en el suelo malvinero. Honor y Gloria para todos y cada uno de ellos!.
Por más que los intelectuales se empeñen abstractamente en afirmar lo contrario, la fuerza de las armas en guerra es un hecho solemne e incontrastable; siniestro, pero grandioso. Que los países desarmados hablen de pacifismo vestidos de frac y que ensalcen el derecho internacional, como el máximo coordinador entre los pueblos, es tan explicable como que el gusano menosprecie la rapacidad del águila y como que el haragán adule a los que puedan arrojarle algunas migajas.
Pero todo pueblo con sanos instintos no rehuye jamás el sacrificio de la lucha suprema para asegurar sus derechos que ninguna ley internacional le garantiza. Así ha ocurrido en toda la historia de la humanidad.
Para los pueblos jóvenes y fuertes la guerra siempre ha sido siniestra, pero honrosa; sombría y trágica hasta el extremo de la miseria y de la muerte, pero gloriosa hasta el sacrificio o el brillar de la victoria. En ella el hombre se encara ante la muerte no por el camino desfalleciente de la enfermedad, ni por el apacible sendero de la vejez, sino por la puerta luminosa de un ideal que trasciende los límites personales del individuo y de una generación y vive en los individuos y en las generaciones que aún están por llegar.
A pesar de los pacifistas sinceros o hipócritas —y de los representantes de una época debilitada y en proceso de desintegración— seguirá imperando el relámpago de la espada como signo que escriba en el firmamento de los siglos la historia profunda y arcana de las culturas.
El Conde de Keyserling precisa en «La Vida Íntima»:
«Desde el punto de vista de la vida terrestre, el derrotista no vale nunca nada —y la vida de los pueblos es sólo terrestre—. Quien no admite el principio de la conquista y de la supresión del derecho vigente, rehúsa ipso facto admitir el progreso; de lo que se deduce desgraciadamente, que es para siempre imposible abolir la guerra, pues siempre habrá momentos en que sólo el empleo de la fuerza permitirá romper los estatismos caducos o contrarios al instinto vital de una nación dada».
No es por casualidad, ni por caprichos del azar, por lo que tantos hombres han percibido esa dolorosa grandeza de la guerra.
«Deben amar la paz como un medio de guerras nuevas, y la paz corta mejor que la larga. Que el trabajo de ustedes sea una lucha, ¡que su paz sea una victoria!… No su piedad, su bravura es la que salvó hasta el presente a los náufragos», dice Nietzsche en Así Habló Zaratustra.
Y añade en El Crepúsculo de los Dioses:
«Los pueblos que han tenido algún valor no lo han ganado con instituciones liberales; el gran peligro los hizo dignos de respeto».
El Dr. Gustavo Le Bon, en «La Civilización de los Árabes», reconoce la grandeza de las fuerzas que en el choque de las guerras van fraguando la silueta de los pueblos:
«Se ha de ser cazador o caza, vencedor o vencido. La humanidad ha entrado en una edad de hierro en la cual todo lo débil ha de perecer fatalmente… Los principios de derecho teórico, expuestos en los libros, no han servido jamás de guía a los pueblos; y la historia nos enseña que los únicos principios que han obtenido el respeto son aquellos que se hacen prevalecer con las armas en las manos».
Contestando un folleto pacifista del Instituto de Derecho Internacional von Moltke dijo:
«La paz perpetua es un sueño, y ni siquiera un sueño hermoso. La guerra forma parte del orden universal creado por Dios y en ella se desarrollan las más nobles virtudes del hombre: el valor, el espíritu de sacrificio, la lealtad y la ofrenda de la propia vida. Sin la guerra el mundo se hundiría en el fango del materialismo».
Juan Fichte, en Discursos a la Nación Alemana, habló del poder aglutinante de la guerra:
«Se llega a la unidad perfecta cuando cada miembro mira como suyo propio el destino de los demás. Cada cual sabrá que se debe enteramente al todo y que con él será feliz y sufrirá… Sólo reposan los que no se sienten bastante fuertes para luchar».
Oswaldo Spengler, en Años Decisivos:
«Muy pocos soportan una larga guerra sin que su alma se corrompa; nadie una larga paz… La lucha es el hecho primordial de la vida, es la vida misma, y ni siquiera el más lamentable pacifista consigue destruir, desterrar de su alma el placer que despierta. Por lo menos teóricamente quisieran combatir y aniquilar a los adversarios del pacifismo».
Y Spengler mismo añade, en Decadencia de Occidente:
«La guerra es la creadora de todas las cosas grandes. Todo lo importante y significativo en el torrente de la vida nació de la victoria y de la derrota… Los derechos del hombre, la libertad y la igualdad son literatura, pura abstracción y no hechos. El pensamiento puro, orientado hacia sí mismo, ha sido siempre enemigo de la vida, y por tanto, hostil a la historia, antiguerrero, sin raza. Antes muerto que esclavo, dice un viejo proverbio aldeano de Frisia. Lo contrario justamente es el lema de toda civilización postrera… La vida es dura, si ha de ser grande. Sólo admite elección entre victoria y derrota, no entre paz y guerra. Toda victoria hace víctimas. Sólo es literatura la que, lamentándose, acompaña los acontecimientos… La guerra es la política primordial de todo viviente, hasta el grado de que en el fondo lucha y vida son una misma cosa y el ser se extingue cuando se extingue la voluntad de la lucha. »
La raza es algo cósmico, una dirección, la sensación de unos signos concordantes, la marcha por la historia con igual curso y los mismos pasos. Y de una idéntica pulsación nace el amor real… Contemplad una bandada de pájaros volando en el éter; ved cómo asciende siempre en la misma forma, cómo torna, cómo planea y baja, cómo va a perderse en la lejanía; y sentiréis la exactitud vegetativa, el tono objetivo, el carácter colectivo de ese movimiento complejo, que no necesita el puente de la intelección para unir el yo con el tú… Así se forja la unidad profunda de un regimiento cuando se precipita como una tromba contra el fuego enemigo; así la muchedumbre ante un caso que la conmueve, se convierte de súbito en un solo cuerpo que bruscamente, ciegamente, misteriosamente, piensa y obra.
Quedan anulados aquí los límites del microcosmos… Un sino se cierne sobre todas las cabezas».Y así el pueblo alemán en armas, ante la imposibilidad de eludir la guerra en Occidente y ante su necesidad ideológica de hacer la guerra al Oriente bolchevique, cruzó el umbral de la paz y se internó en la siniestra grandeza de la guerra. Con sereno entusiasmo su juventud lo sacrificó todo y se precipitó desde las frías tierras de Noruega hasta los candentes desiertos de África, y desde las floridas campiñas de Francia hasta las polvorosas estepas de Rusia.
Absolutamente todo, en mayor o menor medida, es una guerra… Desde el momento del parto, una característica común a todas las especies es la lucha por la supervivencia. Las Naciones luchan por conservar o ampliar sus fronteras, los burgueses capitalistas luchan por ser cada vez más ricos … caiga quien caiga, los ángeles y arcángeles contra los demonios, los Caballeros Hiperbóreos contra el demiurgo; y el «pueblo elegido» contra todos aquellos que no tuvimos la desgracia de haberlo sido y que nacimos, (Al Hamdû Lillâh), goyim.
Por Moro
Para Páginas Árabes
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