La Mezquita – Cuento Sufí
Unos hipócritas se reunieron y decidieron construir una hermosa mezquita para honrar la fe. Construyeron, pues, una, justamente al lado de la que el Profeta había edificado él mismo. Su fin era en realidad, dividir a la comunidad. Cuando hubieron terminado el tejado, la cúpula y el techo, llegaron ante el profeta y, arrodillándose ante él, le pidieron que honrase su nueva mezquita con su presencia.
«Esta mezquita, dijeron, ha sido edificada para convertirse en un lugar de paz, en un lugar de abundancia para los necesitados. Ven a honrar este lugar con tu presencia para que todos se alegren.»
¡Qué maravilla si tales palabras hubieran salido realmente de su corazón!
El profeta, que era comprensivo con todos, los escuchaba sonriente y nuestros hipócritas pensaban, por tanto, que iba a aceptar, pero él distinguía sus pretextos tan claramente como un pelo en un tazón de leche. Iba, sin embargo, a decidirse a ir allí, cuando Dios lo inspiró diciendo:
«¡Te han dicho todo lo contrario de lo que piensan!»
En efecto, su intención era hacer venir a esta mezquita a un predicador de Sham. El profeta les respondió:
«Habría aceptado con gusto vuestra petición, pero es la hora del combate y tengo que salir de viaje. Cuando estemos de vuelta, iremos a haceros una visita.»
A su vuelta, los hipócritas le recordaron su promesa y Dios dijo a su profeta:
«Desenmascara su hipocresía, aunque sea a costa de una guerra!»
El profeta dijo entonces a los hipócritas:
«No insistáis más si no queréis que yo desvele vuestros secretos ante todo el mundo.»
Pretendía mostrar así que no lo engañaban, pero los hipócritas protestaron:
«¡Dios nos proteja! ¡Juramos que nuestras intenciones son puras!»
Juraron con gran insistencia, pero los justos no necesitan jurar.
El profeta preguntó:
«¿A quién debo creer a vosotros o a Dios?
-¡Juramos sobre el libro de Dios de que hemos edificado esta mezquita en su honor!»
A pesar de esas manifestaciones, el profeta se negó finalmente a ceder.
Ahora bien, uno de los compañeros del profeta se puso a pensar:
«¿Qué significa esto? El profeta siempre ha evitado avergonzar a cualquiera. ¿Qué quiere decir esta nueva manera de actuar? ¿No son los profetas los que cubren la vergüenza de los pecadores?»
Al mismo tiempo que pensaba esto, se arrepentía de este pensamiento y, con la cabeza llena de contradicciones, acabó por dormirse…
Tuvo entonces un sueño en el que vio la mezquita de los hipócritas llena de boñiga de vaca. De los muros de la mezquita rezumaba un acre humo negro que quemaba su nariz. Se despertó entonces y se puso a llorar:
«¡Oh, Señor mío! ¡Perdóname mi rebeldía para con tu mensajero!»
Por Yalal Al-Din Rumi
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