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Kennedy, la bomba y Dimona

Bomba_atomica
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Si Kennedy no hubiese sido asesinado, la influencia de Israel seguramente se hubiese visto limitada en otro sector más, el del armamento nuclear. Desde el inicio de los años 1950, David Ben Gurión, quien ejercía simultáneamente las funciones de primer ministro y de ministro de Defensa, había emprendido la fabricación secreta de bombas atómicas, desviando así de su objetivo el programa de cooperación pacífica Atom for Peace que Eisenhower había iniciado ingenuamente. Informado por la CIA, inmediatamente después de su llegada a la Casa Blanca, sobre el verdadero objetivo del complejo de Dimona, Kennedy hará todo lo posible por obligar Israel a renunciar [a sus intenciones en ese sentido]. Exigió a Ben Gurión la realización de inspecciones periódicas en Dimona. Primero lo hizo de viva voz, en Nueva York en 1961, y posteriormente a través de cartas oficiales cada vez más insistentes. En la última de esas cartas, fechada el 15 de junio de 1963, Kennedy exigía una primera inspección inmediata a la que seguirían inspecciones regulares cada 6 meses, a falta de lo cual «el compromiso y el respaldo de nuestro gobierno a Israel pudieran verse en serio peligro». El efecto de aquel mensaje fue sorprendente: Ben Gurión dimitió el 16 de junio, evitando así la recepción de aquella carta. Cuando el nuevo primer ministro Levi Eshkol entró en funciones, Kennedy le envió de inmediato una carta idéntica, fechada el 5 de julio de 1963.

Lo que quería Kennedy no era evitar que Israel alcanzara un poder que Estados Unidos reservaba para sí mismo y para sus aliados de la OTAN. Su objetivo formaba parte de un proyecto mucho más ambicioso, que ya había anunciado el 25 septiembre de 1961 –o sea 9 meses después de su investidura– ante la Asamblea General de la ONU: «Hoy cada habitante de este planeta debe imaginar el día en que este planeta haya dejado quizás de ser habitable. Cada hombre, mujer o niño está viviendo bajo una espada de Damocles nuclear pendiente de frágiles hilos que pueden ser cortados en cualquier momento por accidente o por error, o por locura. Hay que liquidar esas armas de guerra antes de que ellas nos liquiden […] Tenemos por lo tanto intenciones de lanzar un desafío a la Unión Soviética, no para una carrera armamentista sino para una carrera por la paz –para avanzar juntos, paso a paso, etapa por etapa, hasta alcanzar el desarme general y completo». Nikita Jruschov captó el mensaje y respondió favorablemente en una carta confidencial de 26 páginas, fechada el 29 de septiembre de 1961 y transmitida a través de un canal secreto. Después de la crisis de octubre de 1962 causada por los misiles instalados en Cuba, la guerra nuclear que habían logrado evitar a duras penas gracias a su propia sangre fría aproximó aún más a los dos jefes de Estado en cuanto a la convicción de que compartían la responsabilidad de liberar la humanidad de la amenaza atómica. Jruschov envió entonces a Kennedy una segunda carta privada en la que expresaba su esperanza de que, en 8 años de presidencia de Kennedy, «podamos crear buenas condiciones para una coexistencia pacífica en la Tierra, lo cual apreciarían altamente los pueblos de nuestros países así como los demás pueblos». A pesar de otras crisis, Kennedy y Jruschov prosiguieron aquella correspondencia secreta, hoy desclasificada, que comprende en total 21 cartas dedicadas en gran parte al proyecto de abolir el arma atómica.

En 1963, las negociaciones desembocaron en el primer tratado de limitación de los ensayos nucleares, que prohibía los ensayos nucleares en la atmósfera y bajo el agua, tratado firmado el 5 de agosto de 1963 por la Unión Soviética, Estados Unidos y el Reino Unido. Seis semanas más tarde, el 20 de septiembre de 1963, Kennedy expresaba ante la ONU su orgullo y esperanza: «Hace 2 años declaré ante esta asamblea que Estados Unidos había propuesto y estaba dispuesto a firmar un tratado limitado de prohibición de los ensayos. Hoy ese tratado está firmado. No acabará con la guerra. No eliminará los conflictos fundamentales. No garantizará la libertad a todos. Pero puede ser una palanca. Y se dice que Arquímedes, al explicar el principio de la palanca, dijo a sus amigos: “Denme un punto de apoyo y moveré el mundo.” Queridos cohabitantes de este planeta, podemos mover el mundo hacia una paz justa y duradera» .

En su última carta a Kennedy, entregada al embajador de Estados Unidos Roy Kohler pero que nunca llegó a su destinatario, Jruschov se mostraba igualmente orgulloso de aquel primer tratado histórico, que «ha inyectado una mentalidad fresca en la atmósfera internacional». Y presentaba otras proposiciones, retomando las palabras de Kennedy: «Su implementación abriría el camino hacia el desarme general y completo y, por consiguiente, hacia la liberación de los pueblos de la amenaza de la guerra.»

Para Kennedy, el arma nuclear era la negación de todos los esfuerzos históricos tendientes a civilizar la guerra evitando las víctimas civiles. «No dejo de pensar en los niños, no sólo en los míos o los tuyos, sino en los niños de todo el mundo», decía a su amigo y asistente Kenneth O’Donnell durante su campaña a favor del Test Ban Treaty. Y lo repitió en su alocución televisiva del 26 de julio de 1963: «Ese tratado es para todos nosotros, especialmente para nuestros hijos y nuestros nietos, que no tienen ningún grupo de cabildeo aquí en Washington.»

En los años 1960, el desarme nuclear era un objetivo realista. Sólo 4 países disponían del arma nuclear. Había una posibilidad histórica que aprovechar y Kennedy estaba decidido a no desperdiciarla. «Me obsesiona la impresión de que si no lo logramos, en 1970 habrá quizás 10 potencias nucleares en vez de 4, y 15 o 20 en 1975», dijo en su conferencia de prensa del 21 de marzo de 1963. Mientras que, siguiendo las huellas de Estados Unidos y la URSS, todos los países de la OTAN y del bloque del este daban un primer paso hacia el desarme nuclear, Israel hacía en secreto lo contrario y Kennedy estaba decidido a impedirlo.

La muerte de Kennedy, meses más tarde, alivió la presión sobre Israel. Johnson decidió ignorar lo que sucedía en el complejo de Dimona. John McCone, el director de la CIA nombrado por Kennedy, dimitió en 1965 quejándose del desinterés de Johnson sobre aquel tema. Israel obtuvo su primera bomba [atómica] hacia 1967, sin admitirlo nunca. Nixon tampoco se preocupó del asunto, mientras que su consejero de seguridad nacional Henry Kissinger expresaba en privado su satisfacción ante la idea de tener en Israel una potencia nuclear aliada. Nixon, de quien se puede decir que el Estado profundo entró con él a la Casa Blanca, jugó un doble juego. Mientras respaldaba públicamente el Tratado de No Proliferación de 1968 (que no era una iniciativa estadounidense), Nixon envió a su propia burocracia un mensaje totalmente opuesto a través de un National Security Decision Memorandum de carácter secreto (NSDM-6) que decía:

«No debe haber ningún esfuerzo de Estados Unidos por forzar a otros países […] a aplicar [el tratado]. Este gobierno, en su postura pública, debe reflejar un tono optimista en cuanto a que otros países firmen o ratifiquen [el tratado], apartándose al mismo tiempo de todo plan de hacer presión sobre esos países para que firmen o ratifiquen.»

Según las cifras del SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute) correspondientes al años 2011, existen hoy en todo el mundo 20 000 bombas nucleares que tienen como promedio una potencia 30 veces superior a la bomba atómica de Hiroshima, lo cual equivale en total a 600 000 veces lo sucedido en Hiroshima. De esas bombas, 1 800 se hallan en estado de alerta, o sea listas para ser utilizadas en cuestión de minutos. Con menos de 8 millones de habitantes, Israel es la 6ª potencia nuclear a nivel mundial.

«Si dejásemos actuar al Presidente habría una guerra nuclear cada semana», decía Kissinger. Ya en los años 1950, Nixon había recomendado a Eisenhower el uso de la bomba atómica en Indochina y en Corea.

Hubo que esperar hasta 1986 y a que el Sunday Times publicara varias fotos tomadas en Dimona por el técnico israelí Mordechai Vanunu para que el mundo se enterara de que Israel se había dotado secretamente de la bomba atómica. Después de ser secuestrado por los servicios secretos israelíes, Vanunu fue condenado [en Israel] por «divulgación de secretos de Estado» y pasó en la cárcel 18 años, 11 de ellos en aislamiento total. Desde su liberación, en 2004, Vanunu tiene prohibido salir de Israel y comunicarse con extranjeros.

 

Por Laurent Guyénot

Con información de:  Red Voltaire

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