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El sueño premonitorio de la locura de Nabucodonosor

Miraba yo y vi en medio de la tierra un árbol alto sobremanera. El árbol había crecido y se había hecho muy fuerte, y su cima tocaba los cielos, y se le veía desde los confines de toda la tierra.

Era de hermosa copa y de abundantes frutos; y había en él mantenimiento para todos. Las bestias del campo se resguardaban a su sombra, y en sus ramas anidaban las aves del cielo, y todos los vivientes se alimentaban de él. En las visiones de mi espíritu, en mi lecho, vi que bajaba del cielo uno de esos que velan y son santos; y gritando fuertemente, dijo:




Abatid el árbol y cortad sus ramas, sacudid su follaje y diseminad sus frutos, que huyan de debajo de él las bestias, y las aves del cielo de sus ramas; pero dejad en la tierra el tronco con sus raíces, y atadlo con cadenas de hierro y de bronce, y quédese así entre las hierbas del campo, que le empape el rocío, y tenga por parte suya, como las bestias, la hierba de la tierra.

Quítesele su corazón de hombre y désele un corazón de bestia, y pasen sobre él siete tiempos. Esta sentencia es decreto de los que velan, es resolución de los santos, para que sepan los vivientes que el Altísimo es dueño del reino de los hombres y lo da a quien le place, y puede poner sobre él al más bajo de los hombres.

(Daniel, IV, 10-18.)

Por R. de Becker

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