El Cristianismo logra la dispersión de los Neoplatónicos
Los cristianos anhelaban vehementemente la dispersión de la escuela neoplatónica, que por fin lograron los obispos de Alejandría, Teófilo y su sobrino Cirilo, el asesino de la erudita e inocente joven Hipatia. Muerta la hija del matemático Theon, no pudieron los neoplatónicos mantener su escuela en Alejandría, pues perdieron la influencia que la mártir gozaba con Orestes, el gobernador de la ciudad, quien por ello les había protegido contra sus encarnizados enemigos.
No hay en el mundo religión de tan sangrientos anales como el cristianismo. Aún las mismas luchas intestinas del “pueblo escogido” palidecen ante el cruel fanatismo de los supuestos discípulos de Jesús. La rápida propagación del Islam debióse al fin y al cabo a las enconadas luchas entre ortodoxos y nestorianos, pues en el monasterio de Bozrah sembró el monje nestoriano Bahira la simiente que más tarde había de germinar y convertirse en árbol que regado por ríos de sangre cobija a millones de creyentes.
Como repulsivos ejemplos de la justicia humana, vemos glorificado con aureola de santidad al astuto, cruel e intrigante obispo de Alejandría, y en cambio proscritos y perseguidos a los gnósticos. Por una parte impetra el clero cristiano la maldición divina contra la teurgia y por otra practica durante siglos la nigromancia y hechicería. Vemos a Hipatia, la gloriosa filósofa, despedazada por las turbas cristianas, y frente a ella se alza triunfante el fanatismo o la impudicia de Catalina de Médicis, Lucrecia Borgia, Juana de Nápoles e Isabel de España, presentadas a la vista del mundo como fieles hijas de la Iglesia. Verdaderamente impío es el idolátrico culto de María como diosa inmaculada cuando le acompañan semejantes ejemplos. Más valiera abolir el culto idolátrico y fomentar en su vez el de la virtud.
Por H.P.B
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