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Süleyman I El Magnífico – (En turco otomano: سلطان سليمان اول)

Señor de Estambul

Nacido en 1494 en la costa del Mar Negro, Suleimán era el único hijo de Selim I, quien había subido al poder matando a sus hermanos y sobrinos, por lo que ordenó asesinar a los hermanastros de Suleimán para que no tuviera los mismos problemas al heredar el trono. Lo hizo en 1520, a la edad de 26 años, recibiendo también como legado el gran objetivo estratégico que su abuelo Mehmet II no había podido conseguir: conquistar Hungría. ¿Por qué? Porque era la puerta hacia Europa, la primera línea de defensa en la que personajes como Matías Corvino, Janos Hunyadi o Vlad Tepes habían resistido todos los intentos de invasión turca.

El Imperio Otomano conoció su máximo esplendor bajo su gobierno, no sólo por la solidez de la organización administrativa y militar, sino por la ampliación de sus fronteras a su máxima extensión y por el hecho de que Estambul se constituyó en un brillante centro intelectual. Conocido también como Suleimán (o Süleyman, en turco), fue por ello llamado «El Magnífico» en Occidente y «El Legislador» por sus compatriotas.

Suleimán no fue únicamente un gran conquistador. Su labor en el Imperio Otomano fue vasta, modernizando las fuerzas armadas y reformando el sistema judicial; promovió la urbanización de sus ciudades, construyendo presas y acueductos, escuelas y baños públicos, puentes y jardines. Una ingente labor que se le reconoció con el nombre de Süleyman I Kanuni (Legislador); Suleimán el Magnífico, para los europeos.

De estatura superior a la media y miembros bien proporcionados, Suleimán era de tez morena, con una frente amplia y unos ojos negros un poco saltones, cejas prominentes, nariz aguileña y boca bella pero no sensual, labios finos y poblado bigote. Con su porte altivo y reservado y su inteligencia vivaz y reflexiva, Suleimán era un hombre más proclive a la meditación y al juicio que a las decisiones repentinas. La crueldad que había caracterizado a su padre, Selim I el Inflexible, reforzó en Suleimán, como reacción, su amor a la justicia y la paz, y también su gran necesidad del afecto de su familia y amigos, por lo que amó intensamente a Mustafá, su hijo primogénito, a Ibrahim, su amigo de siempre, su brazo derecho y uno de sus grandes visires, y a Roxelana, la favorita de su harén, que se convirtió en su esposa. Su sentimiento por ellos era ciego.

Suleimán vivió una juventud tranquila, pero marcada por el rigor de su severo padre, que lo preparó para su deber futuro. En los palacios de Estambul, la maravilla del mundo, la ciudad ideada y creada para la soberanía, aprendió tanto el uso de las armas como el conocimiento de las letras. Se educó en compañía de los pajes de origen cristiano que algún día se convertirían en sus visires, sus pachás, sus generales y sus gobernadores.

Suleimán El Magnífico

El 30 de septiembre de 1520, Suleimán Khan se subió a una embarcación dorada de 36 remos y se sentó en la popa, entre cojines de terciopelo, telas de seda y algunos eunucos blancos que permanecían de pie frente a él. Poco después, la embarcación navegaba veloz sobre las aguas del Bósforo para entregarlo para siempre a la historia: a los 26 años, tras la muerte de su padre Selim I, Suleimán se convirtió en sultán de los otomanos. El tercer día de la ceremonia de su coronación se dirigió a su pueblo ataviado con un rico vestido de oro, adornado con perlas y diamantes, luciendo en la cabeza un altísimo turbante decorado con una corona de piedras preciosas y con varios penachos compuestos de plumas de garza real, que simbolizaban las diversas partes del mundo sometidas al sultán. Su vida y su destino se ponían bajo el signo del diez, el número de la fortuna para los turcos.



El Gran Conquistador

Cuando Suleimán sucedió a su padre en el trono otomano en 1520, este pueblo belicoso que los mongoles habían empujado hasta la península de Anatolia (la actual Turquía) había llevado a cabo numerosas batallas con los países europeos. Ya en 1354, Orjan conquistó Gallípoli, el primer dominio otomano en Europa, al tiempo que fundaba un nuevo ejército formado por un escuadrón de caballería ligera (akhingi) y un ala constituida por los grandes señores feudales (spahis), que estaba compuesta por los célebres y temibles jenízaros.

Pero en 1521 los húngaros estaban sumidos en una crisis dinástica y Suleimán supo ver en ello la oportunidad. Así que, con un enorme contingente de tropas, avanzó, tomó Belgrado, hizo un alto para embarcarse al mando de una flota descomunal con la que conquistó la isla de Rodas y regresó para atacar Hungría, que también cayó en sus manos levantando la alarma en el resto de Europa.

En 1529, su audacia llegó hasta el extremo de asediar por primera vez Viena, campaña en la que fracasó, pero que volvió a intentar en 1532, año en el que Carlos I, el gran abanderado del catolicismo, hubo de pactar con los protestantes para lograr rechazar la ofensiva. Más tarde Suleimán orientaría sus conquistas fuera del territorio europeo, invadiendo Bagdad y Mesopotamia y llegando hasta la India; pero a la muerte de su vasallo Juan Zapolya en 1541, Hungría quedó anexionada al Imperio Otomano; y en 1543, el mismo año en que Persia pasaba a sus dominios, Fernando I de Habsburgo quedó obligado a pagar al Imperio un tributo anual de 30.000 ducados. Precisamente como consecuencia de la negativa de su sucesor, Maximiliano II, a pagar el tributo, se produjo en 1566 el asalto turco a Szeged, ciudad defendida valientemente por el héroe nacional húngaro Zriny.

Desarrolló campañas en dirección contraria hasta dominar casi todo el mundo árabe; por otro, se alió con el rey de Francia, Francisco I, para adueñarse del Mediterráneo. Así, los corsarios de Barbarroja se hicieron con Argel, Túnez y Trípoli, convirtiéndose en un quebradero de cabeza para Carlos V, que sólo los pudo detener en Malta muchos años después, en 1565, en colaboración con los caballeros de la orden homónima que la defendían.

En 1566, Suleimán se dirigió de nuevo con su ejército hacia los Balcanes. Era su octava campaña continental europea, esta vez contra Maximiliano de Habsburgo, y la decimotercera expedición de su vida. Por entonces, la edad y los achaques habían debilitado su salud. Lo atormentaban la gota y la hidropesía, la hinchazón de las piernas y la inapetencia, y también sufría desvanecimientos. Pese a ello, dirigió en persona el asedio a la fortaleza húngara de Szigetvar.

Roxelana, la favorita de Suleimán

Roxelana, a quien apodó Hürrem (“la risueña”). “Suleimán se distinguió como el primer sultán en someterse a la influencia de una mujer. Había encontrado a alguien que era su par, que no sólo lo satisfacía sexualmente sino que también era su compañera en los asuntos de Estado (…) Con ella, el harén se transformó en un lugar de belleza, de iluminación, en vez de una oscura mazmorra”.

Alev Lytle Croutier

Hürrem (“la risueña”)

Aleksandra Anastazja Lisowska, célebre esposa del sultán Suleimán, ha tenido innumerables denominaciones a lo largo de la historia, así los turcos la llaman Hürrem mientras que la mayoría de los extranjeros han apostado por recordarla por su rojiza melena, de ahí que la denominen como Roxelana.

Los orígenes de Alexandra están envueltos en misterio y existen dispares teorías sobre quien era en realidad, aunque la mayoría de las fuentes citan que sus raíces se encuentran en Galitzia en la actual Ucrania, aunque de aquella pertenecía al Reino de Polonia.

Nacida en un entorno cristiano de principios del siglo XVI, Alexandra tenía unos hermosos rasgos eslavos entre los que destacaba su melena pelirroja, unas características que la convertían en una mujer muy atractiva; fue secuestrada por los Tártaros quienes rápidamente vieron su potencial como esclava sexual (aún era virgen cuando fue capturada) y la misma acabó siendo vendida en un mercado de Estambul para posteriormente recalar en el Harén imperial.

Aunque comenzó en las posiciones más bajas de las labores del serrallo, Roxelana destacaría muy pronto por su simpatía por el que ganaría el apodo de Hürrem (risueña); esta virtud añadida a su belleza y oratoria llamaron rápidamente la atención de Ayşe Hafsa Sultan, madre de Suleimán, que se encargaría en darle una buena educación, tanto en idiomas como en artes palaciegas.



Amor eterno entre Hürrem y Suleimán

El amor de Hürrem y Suleimán se mantuvo firme con los años y de hecho el sultán volvería a romper la tradición al permitir que Hürrem continuase viviendo en palacio, eludiendo la costumbre otomana de que la madre del príncipe heredero se marchase a vivir con el mismo durante su período de formación como gobernador en las provincias remotas del Imperio. Hürrem moriría en 1558 provocando un gran pesar en el alma de Suleimán quien escribiría en desgarrado verso:

“Languidezco en la montaña del pesar
donde suspiro y gimo día y noche
preguntándome qué destino me aguarda
ahora que mi amada se ha ido”.

El sultán hizo construir un mausoleo a su amada justo al lado del suyo en el interior del recinto de la Mezquita de Süleymaniye en Estambul. Hoy este memorial al amor eterno, es visitado por miles de turistas quienes buscan la tumba de Hürrem con el fin rendir homenaje a una mujer excepcional, una concubina que con sus armas de mujer y su extrema inteligencia no solo consiguió apasionar a un sultán sino que hizo cambiar la historia de todo un Imperio.

La muerte del Sultán

Fue en 1566, durante el sitio de la ciudad de Szigetvár. Los defensores se refugiaron en el castillo y resistieron cinco desesperadas semanas. Habían perdido su caballería en una heroica carga suicida y su número era exiguo comparado con el del enemigo. Sin embargo, como era frecuente, la peste se extendió entre los sitiadores matando a 20.000 de sus 100.000 hombres; el sultán fue uno de ellos, cuando estaba a punto de cumplir 72 años. Irónicamente, Szigetvár cayó al día siguiente.

El cuerpo se envió a Constantinopla pero se le extrajeron los órganos internos para enterrarlos allí mismo y darle la satisfacción de reposar, aunque fuera sólo en parte, en el lugar cuya conquista no había llegado a ver por tan poco. Cuenta la leyenda que el corazón y las otras vísceras se guardaron en un ataúd de oro que fue sepultado en un sepulcro de la localidad de Turbek, donde se ubicaba el campamento turco. Los restos de este asentamiento, que acabó arrasado por las tropas imperiales cuando echaron a los invasores en el año 1680, se descubrieron en 2013 siguiendo las indicaciones de un mapa de la época que tiene la inscripción «Aquí yace Suleimán».

Con información de National Geographic y Biografías y Vidas

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