El vestido y las joyas de la mujer andalusí
La forma de vestir de la mujer andalusí del siglo XI ya fue tratada brevemente por H. Péres en el capítulo III de su obra La poésie andalouse en arabe classique au XI siecle. También ha sido estudiada, en comparación con la vestimenta de la mujer morisca y de la mujer marroquí de la región de Yebala por Joaquina Albarracín en su libro Vestido y adorno de la mujer musulmana de Yebala.
Teniendo en cuenta estos datos, pero basándome en los que he encontrado a través de la poesía andalusí, no sólo clásica sino también popular, de los restantes siglos, parece ser que existían en al-Andalus dos formas de vestir algo diferentes: el de la mujer musulmana y el de la mujer mozárabe o cristiana. Ibn Quzman nos habla en uno de sus zéjeles de una cristiana que encontró en Granada y que vestía de una forma diferente a la del resto de las mujeres que aparecen en la mayoría de los poemas:
«Sin habla me dejó, verla en Granada,
perla entre aljofares por como brilla
la moza del brial, con cuello y negro»
En la poesía popular (moaxajas y zéjeles) es donde encontramos los datos más interesantes y menos estereotipados, como una especie de cola en el encabezamiento de una muwassaha, que E. García Gómez traduce:
«Arrastrando la cola del traje, ese vino. señora, reparte».
que en una traducción más literal para su estudio sería:
«Arrastra el resto de la falda (mirt) y sírveme un trago, señora de los pendientes (rabbat al-qurt).
Las prendas que más se citan son el manto (burd) y la túnica (hulla), fáciles de quitar para las citas nocturnas.
AI-Mu’tamid de Sevilla: «Al quitarse el manto (burd) descubría su talle, floreciente rama de sauce, como se abre el capullo para mostrar la flor».
Sin embargo para envolver a la alcahueta, Abu Ya’far ibn Sa’id utiliza la palabra lihaf, especie de manto o sobretodo: «Su manto nunca está plegado, más inquieto que la bandera de un albeitar».
Se habla de túnicas rosadas, rojas o azules, adornadas con oro o rameados: Ibn Burd al-Asgar de Córdoba (s.X): «Vino vestida con una túnica de color de lapislázuli (tawb lazaward), adornada con franjas de oro (ufr al-tibr)«.
Las cantantes, como es natural, iban vestidas con más lujo que las mujeres comunes: H. Péres recoge unos versos de Ibn Nasr al-Isbili que compara a unos jardines con el traje de las novias y de las cantantes:
«Se diría que esos jardines son novias vestidas con trajes
ceñidos, de rojo (‘usfur) y azafrán.
O cantantes que se han vestido túnicas bordadas
y muestran su orgullo con estas ropas de brocado»
Este color rojo azafranado debía ser muy apreciado pues aparece con frecuencia, también a nivel popular como en esta muwassaha anónima: «Cuando como una rama, menearse la vi, lánguida al par que sana, con traje carmesí mu’asfar, del color del azafrán».
Pero la prenda que con mayor frecuencia aparece mencionada en la poesía andalusí es el velo, tanto para indicar su presencia como su ausencia o el hecho de quitarlo: Ibn Faray de Jaén (s.X):
«Apareció sin velo (safira) en la noche, y las tinieblas nocturnas iluminadas por su rostro, también levantaron aquella vez sus velos».
Aparecen diferentes clases de velos, para la cabeza y el rostro: ‘Abd al-Mun’im ibn al-Faras de Granada (s.XIlI):
«Ella apareció con su rostro como la luna llena,
bajo un velo (sitr) que parecía el crepúsculo,
pero el velo era tan sutil sobre su frente que,
de puro sutil, parecía no existir».
Ibn Jatima de Almería en el siglo XIV, nos habla con frecuencia de distintos velos y mantos para la cabeza:
«¿Es tu rostro lo que brilla entre la oscuridad de los velos (safasir) o la luna llena que aparece entre las tinieblas?».
Es el único que nos da detalles sobre el color de estos velos o tocados: «Tus velos rojos bastaban para atormentarme».
Nos habla también de un tocado azul o manto:
«Lo que te rodea ¿son tus tocas azules (futa)
o un halo que se desprende de esa luz?
Abü Ya’far al-Ru’ayni, de Granada, menciona el burqu’ (velo para la cabeza):
«Cuando corrió entre la gente el escorpión de sus aladares, ella apartó su mal de las criaturas con el velo».
Hay que aclarar que el célebre ‘idar, cuando se refiere a los jóvenes, era el vello o bozo incipiente de las mejillas; referido a las mujeres, era una especie de rizo que caía desde las sienes (algo parecido a lo que en Andalucía llaman caracol), y que ha dado al castellano la palabra aladar, comparándose con frecuencia en poesía al escorpión o alacrán. Aparece con bastante frecuencia, lo que quiere decir que las mujeres lo llevaban habitualmente en su peinado.
Por último, aparece también de vez en cuando el velo llamado litam (que tapaba la boca) aunque no con demasiada frecuencia, por lo que podemos deducir que quizás no era usado habitualmente en al-Andalus y según qué clases sociales, aunque tampoco podemos afirmarlo rotundamente sin un estudio más a fondo de tipo estadístico. Aparece en la poesía de al-Mu’tamid de Sevilla:
«Te besaría los labios rojos bajo el velo (litam) y te abrazaría del cinturón al collar’
Adornos, joyas
Como complemento a las ropas estaban los adornos en el que incluimos las joyas, a las que eran muy aficionadas las mujeres de al-Andalus, afición reflejada en la poesía. Ya hemos visto en el último verso de al-Mu’tamid que habla del wisah (cinturón adornado, probablemente con pedrería) y el collar (‘iqd). El mismo poeta nos habla repetidamente de las joyas:
«Tres cosas impidieron que me visitara por miedo al espía y temor del envidioso: la luz de su frente, el tintineo de sus joyas (Huliyy) y el fragante ámbar que envolvía sus vestidos»
Los collares y las perlas son bastante corrientes en la poesía árabe como símbolo metafórico, comparándolos a los dientes: AI-Mushafi de Córdoba (s.X):
Cuando me habló dije: Han caído unas perlas (durr),
y ella se miró el collar (‘iqd) creyendo que se le había roto.
Mas al verlo intacto comprendió el cumplido y sonrió orgullosa, y entonces su sonrisa me hizo ver otra fija de perlas».
Ibn Jatima de Almería critica en cierto modo el adorno femenino, elogiando a la que no lo usa:
«Tan hermosa es, que no se preocupa de ataviarse con collares y pendientes «No se adorna con joyas porque su hermoso rostro no necesita de adomos»
Se habla también con frecuencia de pulseras, brazaletes y ajorcas: «¡Cuántas noches pasé deliciosamente junto a un recodo del río con (una doncella) cuya pulsera (siwar) emulaba la curva de la corriente».
Las ajorcas (jaljal), una palabra onomatopéyica al máximo. aparecen con frecuencia tanto en la poesía clásica como en la popular:
Ibn Jatima:
«Sus ajorcas se ciñen a su pierna, y cuando las otras joyas las ven, gimen de envidia».
Ibn Quzman la cita en una muwassaha:
«Esa de la ajorca (rabbat al-jaljal)
que, para matarme creó Dios,
la niña que causa mis males».
También aparecen con frecuencia en este tipo de poesía los zarcillos o pendientes (qurt), como en esta muwassaha anónima: «Su zarcillo entre el pelo es entre sombras luz».
Ya hemos visto en otra anterior dirigirse a una mujer como rabbat al-qurt (señora de los pendientes).
También hemos visto en la descripción física del cuerpo el uso de tintura roja (henna) o negra en las manos como señal de adorno, que Ibn Játima censura tanto como el uso de las joyas:
«Es hermana de la gacela del desierto y no usa joyas ni pinta con tintura la punta de sus dedos».
Se cita también en una muwassaha de ibn ‘Ubada al-Malaqi el sadr, que debía de ser algún tipo de colgante: perla irregular, piedra preciosa o aljofar, traducido como joyel por García Gómez:
«Coqueta se cuelga en el cuello frágil bajo el sol del rostro joyel deslumbrante».
Extracto de «La imagen de la mujer a través de los poetas árabes andaluces (siglos VIII-XV)» Por Celia Del Moral Molina.
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