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Cine árabe: Inch´Allah, de la ingenuidad al desespero

Lo que podría ser una mirada superficial repleta de tópicos y lugares comunes se va convirtiendo paulatinamente en un relato que atrapa al espectador desde el primer instante.

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De un tiempo a esta parte han aparecido algunas estimables películas de nacionalidad canadiense (concretamente de la zona del Quebec) en las que se intenta explicar de forma muy humana los distintos conflictos bélicos que desde hace ya demasiados años asolan distintos países árabes y africanos. Títulos como la multipremiada y seminal Incendies, de Dennis Villeneuve (2010); El profesor Lazhar, de Philippe Falardeau (2011); o el más reciente Rebelle, de Kim Nguyen serían buenos ejemplos de ello. No sabemos si debido a la necesidad de explorar otras latitudes, o porque realmente existe un movimiento intrínseco que ayuda a fomentar o potenciar este tipo de propuestas (no en vano en Montreal se celebra anualmente un Festival Mundial Árabe, el único evento en América del Norte que presenta la cultura árabe en Quebec en todas sus facetas: música, canto, baile, teatro, literatura y cine), lo cierto es que es necesario detenerse en este movimiento que está dando como fruto una auténtica colección de joyas a descubrir.




Una de las últimas en aparecer es esta Inch´Allah (cuya traducción correcta al español sería “si Allâh lo quisiera” ) que ahora nos ocupa; una coletilla que en el mundo árabe se suele utilizar frecuentemente para acabar una frase y desear un futuro cercano mejor (sería algo así como nuestro “si Dios quiere”). Es curioso como ya desde el título se intenta contextualizar el mensaje del film tratando un tema general desde un punto de vista particular. ¿Qué es lo que Allâh debe desear? Pues que acabe de una vez el conflicto palestino-israelí que se remonta a principios del siglo XX y que tantas muertes y tragedia sigue dejando en el camino de la utópica conciliación. A la vez Inch´Allah es una expresión de estar por casa, cualquiera puede utilizarla en ambos territorios diariamente sin pararse a pensar en su significado. La guerra exterior vista desde el prisma de quienes tienen que sufrir el horror diario.

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La directora del film, Anaïs Barbeau-Lavalette, quien ya había visitado Palestina cuando rodó en 2005 el documental Si J´avais un chapeau, la historia de unos niños que pese a su pobreza y carencias básicas podían crear su propio universo imaginario a partir de un objeto cotidiano como era un sombrero (personajes que por otra parte funcionan como compendio de uno de los protagonistas que aparecen en Inch´Allah, Safi, un niño que aporta al crudo relato un toque poético revelador), se adentra con escalpelo de entomóloga para intentar entender el porqué del conflicto y la causa de que después de tantos lustros resulte tan complicado llegar al entendimiento. Y lo hace presentando un “alter ego”, una doctora extranjera especialista en embarazos que pese a tener residencia en Israel se desplaza diariamente a territorios palestinos para atender una precaria consulta.

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Lo que podría ser una mirada superficial repleta de tópicos y lugares comunes se va convirtiendo paulatinamente en un relato que atrapa al espectador desde el primer instante en el que la protagonista cruza la frontera que separa la franja de Gaza. Algunos críticos ya se han apresurado a reprochar el hecho de que la mayoría de escenas con contenido violento ocurran fuera de campo, equivocados en su afán de creer que una secuencia es más realista cuanto más hemoglobina se vierte en pantalla. Aquí no se trata de eso; se da mucha más importancia a una mirada aterrorizada que a un disparo; se prioriza el gesto de la víctima antes que el recreo del agresor. Y la gran valía que acontece a lo largo del metraje, y que convierte a este trabajo en atípico y en un producto cinematográfico altamente recomendable, es que el desarrollo de la trama viene acompañado con un riesgo asumido a la hora de intercalar los distintos elementos técnicos dentro de la acción. Esto permite que asistamos a momentos reveladores como aquel en el que la furia de lo que se nos está explicando se detiene de forma tajante para dar paso a un instante de paz, aquél en el que mediante una preciosa canción se recuerda al niño caído en inverosímil combate.




Es loable la capacidad de la cineasta canadiense (quien aquí también ejerce tareas de escritura del guión) por buscar y saber encontrar estas pequeñas fugas que funcionan de manera perfecta en el relato. Momentos como en el que Safi enciende la radio mientras merodea por el esperpéntico y mastodóntico basurero de donde se saca cualquier cosa que pueda tener la mínima utilidad o aquél otro en el que Chloe (una magnífica Evelyne Brochu quien ya había dado muestras de su talento en cintas como Café de Floré o Frisson des Collines) yace acompañada de un desconocido en una playa de Tel Aviv después de haber vivido una experiencia emocional traumàtica, actúan como eficaces respiraderos que sostienen la acumulación de atrocidades que van desfilando sin desmayo.

Y por si fuera poco la directora nos tiene reservada una auténtica traca final en el último tramo del film, como si no hubiéramos tenido suficiente con ver como se asesinan a inocentes; los problemas psicológicos de quien está obligado día tras día a acudir a un trabajo odioso e inhumano; o la rabia contenida de quien ve como no puede volver a pisar la tierra que un día fue de su propiedad. Aquí, por supuesto, no desvelaremos ni un ápice de lo que ocurre, que es mucho y grave, e incluso nos podríamos atrever a poner un pero en una serie de casualidades o licencias de guión que, si bien, aceleran el desarrollo de los acontecimientos atentan contra su credibilidad, pero nos limitaremos a reseñar que la conclusión del film no por esperada deja de sorprender y aterrorizar.

Por mucho que la protagonista intente actuar de manera neutral y hace todo lo posible durante las casi dos horas de metraje por entender y comprender a las dos partes del conflicto (tiene amigos en ambos bandos); partes, que por otro lado, intentan a su vez excluirla amenazándola y menospreciándola como una recién llegada sin voz ni voto, al final acaba encharcada e involucrada hasta los tuétanos, consecuencia lógica de estar viviendo “in situ” una situación que se le acaba escapando de las manos.

En definitiva, estamos ante una película necesaria y de una fuerza visual y narrativa arrebatadora, una “rara avis” que no se debería dejar escapar.

Título original: Inch’allah
Duración: 96 minutos.
Ficha (artística): Evelyne Brochu, Sabrina Ouazani, Sivan Levy, Yousef ‘Joe’ Sweid
Guión: Anaïs Barbeau-Lavalette
Fotografía: Philippe Lavalette
Montaje: Sophie Leblond
Música: Levon Minsassian
Género: Drama

Por Fran Nieto
Con información de Nueva Tribuna

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