Eyaz,los beyes y el sultán – Cuento Sufí
Un día, los beyes, dominados por los celos, dijeron al sultán:
«Eyaz no es más inteligente o más dotado que cualquiera de nosotros. ¿Cómo es que tus favores hacia él son tan grandes?»
Algún tiempo después, el sultán salió de caza, acompañado de sus treinta beyes. Llegados a una montaña desértica, vieron a lo lejos una caravana. El sultán dijo a uno de sus beyes:
«Ve a ver a esas gentes y pregúntales de dónde vienen.»
El bey partió a toda prisa y volvió poco después para decir al sultán:
«¡Vienen de la ciudad de Rey!
-¿Y adónde van?» preguntó el sultán.
El bey no supo qué responder. Así que el sultán despachó a otro de sus beyes para que fuese a informarse. Cuando éste volvió, dijo:
«¡Van en dirección al Yemen!
-¿Cuál es la naturaleza de su carga?» preguntó el sultán.
El bey no pudo responder y el sultán envió a otro de sus beyes para que lo preguntase. Cuando volvió, dijo al sultán:
«¡Transportan tazones de barro cocido, fabricados en Rey!
-¿Y cuándo sálieron de la ciudad?» inquirió el sultán.
Así, por turno, cada uno de los treinta beyes volvió ante el sultán con informaciones incompletas. Entonces el sultán les dijo:
«Un día, con el fin de probarlo, pedí a Eyaz que fuese al encuentro de una caravana para saber su procedencia. Y él, sin que yo hubiese tenido que hacerle treinta preguntas, ¡volvió con todas las respuestas que os han costado treinta idas y venidas!»
Los beyes dijeron al sultán:
«Una cosa así es un don de Dios y no puede adquirirse por el trabajo. El color y el perfume de la rosa son también dones de Dios. «
El sultán replicó:
«El hombre es responsable de sus pérdidas y de sus ganancias. Si no, ¿por qué habría pedido perdón Adán a Dios al reconocer su falta? Habría dicho simplemente: «Esto es mi destino. ¡Si he cometido un pecado, es que tú me has impulsado a ello!» Quien tiene los pies y las manos atados ¿podría pensar en lanzarse al océano o en salir volando? ¿Podría dudar entre un viaje a Mosul o a Babel? ¡No invoquéis al destino para disculparos!»
No cargues a otro con tu propia falta. ¡Cuando comes demasiada miel, no es otro el que sufre convulsiones y cuando trabajas toda la jornada, no es otro el que cobra la paga por la noche!
Por Yalal Al-Din Rumi
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