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La orquesta que ilumina la oscuridad

Orquesta "Al Nur wal Amal" (Luz y Esperanza, en árabe)
Orquesta «Al Nur wal Amal» (Luz y Esperanza, en árabe)

Es una fría tarde de domingo. Hace unas horas que la noche cayó sobre las avenidas amplias y ajardinadas del barrio cairota de Heliópolis. De uno de los edificios del vecindario brota una luminosa polifonía, ajena al ruido de cláxones y transeúntes. Primero suena una suite de Bizet. Luego una serenata de Mozart. En la sala donde nacen las melodías no hay partituras ni batuta. Solo música y oscuridad. Ensaya una orquesta de mujeres ciegas.

«Cuando toco el violín siento que estoy hablando al mismo tiempo todas las lenguas del planeta», confiesa a EL MUNDO Marwa Suleiman, una de las cuarenta almas de la orquesta «Al Nur wal Amal» (Luz y Esperanza, en árabe). Marwa, quien ríe al hablar de su lingua franca, tiene 25 primaveras y es licenciada en inglés. Compagina su pasión por la música clásica con un máster en lingüística. «Demostramos a diario que no somos discapacitadas, como algunos nos ven. Somos muy capaces. Podemos ser incluso embajadoras del pueblo egipcio».

El grupo es un rayo de luz en una sociedad que aún margina y estigmatiza a los discapacitados, condenados a habitar las sombras. Desde su fundación en 1961, tres generaciones de egipcias han recalado en esta orquesta de cámara única en el mundo. «Tienen un talento y una memoria extraordinarias. Deben aprender decenas de piezas», explica Ali Osman, el director musical de una banda que ha llevado su repertorio por los escenarios de cinco continentes y una veintena de países, incluido España.

«En uno de los primeros conciertos en el extranjero, un profesor me pidió que le revelara ‘nuestro secreto’. Creía que teníamos un sistema de radio para guiarlas durante la actuación. Pero no es así. Son ellas las que llevan el compás y cuidan la armonía», relata orgulloso Osman, quien marca las pautas y depura la técnica en los encuentros que celebran dos días a la semana. Pero, cuando su chasquido de dedos anuncia el principio del espectáculo, su figura se desvanece. La orquesta avanza nota a nota por una partitura en braille aprendida al dedillo.

Romper el silencio

Abrazada a su viola, la cincuentona Sherif Ahmed es una de las intérpretes más veteranas. Lleva 35 años tocando las cuerdas de una institución modélica. «La viola emite un sonido dulce que me fascina. Cuando era niña mi padre solía colocar la radio a mi lado para que escuchara a Um Kulzum», prosigue Sherif recordando el embrujo que despertó en ella la diva de la canción árabe. Su función no acaba en las tardes de ensayo. Es empleada del centro y encargada de preparar las partituras en braille con ayuda de un músico.

«La orquesta les brinda la posibilidad de expresarse y enviar un mensaje al mundo: la ceguera no es obstáculo para llevar una vida normal y corriente. Para salir, tener un trabajo o amar como cualquier otra persona», apunta Amal Fikry, vicepresidenta de la asociación Al Nur wal Amal, una organización no gubernamental que acaba de celebrar sesenta años dedicados a la integración de invidentes. «Cuando empezamos, los discapacitados vivían encerrados en casa. Poco a poco la gente se dio cuenta de que debían salir del hogar y recibir educación».

La música clásica ha logrado quebrar el silencio. Lo que empezó como una aventura local y anónima de quince mujeres ha multiplicado sus integrantes y dinamitado fronteras. El instituto de música cuenta además con una orquesta infantil donde una treintena de escolares dan sus primeros pasos desde los 6 años. «Por la mañana asisten al colegio y por las tardes aprenden música», señala Fikry, feliz por los resultados de la integración. Media docena de chicas se ha casado y formado una familia. «Hay una de las intérpretes que tiene un hijo de 15 años», recalca la vicepresidenta.

De medio siglo de cantera han surgido virtuosas del violín como Shamia, profesora de inglés de 29 años. «Cuando toco es como si fuera un pájaro. Tengo el mundo en mis manos», murmura. El instrumento se ha convertido en un apéndice de su cuerpo menudo y vivaz. Lo acunó entre sus brazos por vez primera cuando estudiaba primaria y desde entonces no se ha despegado de él. «Existo cuando toco el violín. Aquí me enseñaron a ser independiente, a amar la música y a saber transmitir al público mi mensaje de paz».

Forofa de Mozart, Shaima cree que la música es «su herramienta». «Nuestra arma para cambiar la imagen de los discapacitados. Somos ciegas sí pero la ceguera no nos impide ejecutar una partitura a la perfección y hacer el esfuerzo añadido de memorizar miles de notas», asevera quien reconoce que siempre «en la primera pieza hay dudas y temores a la reacción de la audiencia». Lo que cuentan las hemerotecas, sin embargo, es que allá donde van convencen. Ya sea Berlín o Hamburgo, sus últimos destinos, o la exigente Viena, donde inauguraron su periplo internacional en 1988.

Entre ambas ciudades y fechas se agolpan otras muchas. Y un sinfín de anécdotas y muestras de admiración. «En una ocasión -narra Fikry a modo de ejemplo- un director de orquesta recién llegado de Malta fue invitado a uno de nuestros conciertos. Nadie le informó de que eran ciegas y durante toda la actuación estuvo preguntándose cómo podían aquellas chicas tocar sin partituras ni maestro. Al finalizar, le contaron la verdad y no daba crédito».

«La música me ha enseñado a ser responsable y relacionarme con los demás. Antes de venir a un ensayo debo estudiar y practicar durante horas en casa porque mi trabajo afecta al resto del grupo», dice Marwa. Y Sherif asiente mientras, con el recuerdo remoto de su visita a España en 1992, comienza a tararear una melodía. «Es la danza ritual del fuego, de Manuel de Falla».

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Por Francisco Carrión
Con información de : El Mundo

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