La Dama de los ojos sin brillo – Leyenda toledana
La infanta Catalina de Austria, recibió una majestuosa fiesta en una noche que se hizo memorable…
A media noche, uno de los nobles caballeros invitados presenció como una bella dama pasaba sigilosamente entre los grupos congregados.
Atraído por la belleza de la dama, y la fascinación, se aproximó e invitó para acompañarle en el baile, pero no recibía respuesta a sus palabras de elogio de tan bella mujer. La sensación que emanaba era de una lividez extrema de su rostro que, incluso facilitaba la sensación de no pisar la maravillosa alfombra.
Luego salieron al patio exterior, maravillosamente adornado con innumerables plantas de las que emanaban un frescor acompañado por el murmullo de una fuente central, la dama no tapaba su generoso escote con alguna prenda de abrigo, por lo que él, puso su roja capa con noble broche de oro sobre los hombros y tras acoger la capa en sus blancos hombros profirió una queja, un lamento: “Qué frío”.
Llevó a la Dama dando un breve paseo hacia su residencia, y al llegar cerca del Miradero, la dama rompió su silencio de nuevo:
– Caballero, no de un paso más pues de seguir me haría una grave ofensa. Envíe al día siguiente a un criado a por su capa a la calle Aljibes.
El caballero accedió cortésmente con la esperanza de ser él mismo el que recogiera la capa.
Durante la noche, no dejó el caballero de pensar en la intrigante y fría belleza de la dama. Pero lo que más le intrigaba era su mirada: sus ojos no tenían brillo.
Al día siguiente, dirigióse él personalmente en busca de la capa, llamó al enorme portón de madera y al poco se escucharon unos pasos y el descorrer de un pesado cerrojo. Preguntó por la dama, a lo que el anciano respondió que allí nadie vivía que respondiese a esa descripción, aunque luego fue recibido posteriormente por una señora enlutada, a la que refirió toda la historia la pasada noche. La dama le respondió que habría sido una pesada broma, pues la dama a la que él hacía referencia, era su hija y ya iba para dos meses de muerta.
Con pesar, buscando el salir de la casa, levantó los ojos y contempló un cuadro de gran tamaño que representaba a una dama exactamente igual a la de la noche anterior: el mismo rostro, el mismo vestido…
A la mañana siguiente, un hombre se presentó con la roja capa, habia reconocido al dueño de la capa por las armas del broche que portaba…
– ¿Dónde la hallaste? Preguntó con ansiedad el caballero.
– En el Campo Santo, junto a la tumba de la condesita de Orsino
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