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La hipercomplejidad geopolítica de Siria: EU contra Irán. Por Alfredo Jalife-Rahme, analista político y colaborador del periódico La Jornada de México.


Penetramos en la máxima hipercomplejidad del mundo árabe: Siria y la región del Creciente Fértil.

Una cosa es la espontaneidad de «la revolución del jazmín» del paradigma tunecino que impregnó a los 22 países que integran la Liga Árabe y otra es el intento hipócrita de su secuestro obsceno por la disfuncional OTAN encabezada por Estados Unidos que, conforme a sus triviales intereses geopolíticos, pretende redireccionar las veleidades libertarias de más de 360 millones de habitantes.

Creer ingenuamente que Estados Unidos y la Unión Europea (condensada específicamente por Gran Bretaña y Francia) se encuentran a favor de la «democracia» y los «derechos humanos» en Siria, después de un estruendoso silencio de dos generaciones, constituye un «agujero negro» de la memoria histórica cuando Washington, Londres y París apoyaron durante un promedio de tres décadas a las autocracias de Túnez, Egipto y Yemen, dejando de lado las acrobacias metalingüísticas «occidentales» en Bahrein y Libia, donde la propaganda transatlántica colisiona con la triste realidad de los hechos y sus desechos bélicos.

Si se aplica rigurosamente la misma medida inalienable de la «democracia» y los «derechos humanos» a Bahrein y Siria, sus consecuencias geopolíticas son diametralmente opuestas: en el primer caso los intereses de Estados Unidos (por extensión, de la OTAN) se verían severamente afectados y beneficiarían a la teocracia chiíta de Irán; en el segundo caso sucede lo contrario.

De allí la fuerte presión de Estados Unidos (y sus aliados) contra el régimen sirio con el fin de dañar a Irán (de paso a Rusia), a diferencia de su postura concerniente a Bahrein, donde Washington ostenta una base naval, sin contar que la isla es miembro del Consejo de Cooperación de Países Árabes del Golfo de seis petromonarquías, quienes, además, buscan la membresía de Jordania y Marruecos.

Llama, entonces, poderosamente la atención que Estados Unidos (y sus aliados) apoyen a las ocho monarquías todavía intocables del mundo árabe, quienes, guste o disguste, buscan el statu quo en su esfera de influencia y adonde se han refugiado dos de los tres sátrapas defenestrados. No profiero perentorias sentencias moralizantes, sino exhibo la realidad geopolítica.

Como la herramienta de la «democracia» y los «derechos humanos» –lamentablemente degradada por la propaganda «occidental»– es inservible para el estricto análisis axiológico, entonces cabe mejor recurrir a los instrumentos de vuelo de la geopolítica, que aportan mayor diafanidad a los sucesos de Bahrein y Siria, dos casos extremos del mismo espectro.

No son momentos para solipsismos. Algún día expondré mi confrontación con el régimen de los Assad durante cuatro décadas (que valió mi extendido exilio político, que no suelo publicitar por no ser proclive a la victimización ni al martirio), que no viene al caso citar para no obnubilar el análisis geopolítico en el que no existen «buenos» ni «malos», sino «crudos» (en el doble sentido del término) intereses de las potencias globales y regionales que se enfrentan pornográficamente en Siria (y, por extensión, en Líbano): básicamente Estados Unidos (y su pléyade de aliados regionales y locales) contra Irán.

Emerge así un exquisito axioma aplicable en cualquier punto y momento, lo que le confiere su carácter científico: dependiendo de los intereses geopolíticos, las posturas de los actores globales, regionales y locales se pronunciarán ya sea a favor de la «democracia», los «derechos humanos» y hasta el «cambio de régimen», o bien optarán por la política del avestruz del statu quo.

La lectura de los periódicos regionales basta y sobra para determinar las lealtades y anhelos en el radar geopolítico.

El portal de Al-Arabiya (21/6/11), perteneciente a Arabia Saudita, arremete sin piedad contra el tercer discurso del presidente sirio Bashar Assad, a quien acusan no solamente de represor sino, peor aún, de padecer la sicopatía de la «negación».

La prensa israelí amarra navajas entre Siria y Turquía. Ehud Barak, ministro de Defensa del gobierno de la dupla Netanyahu-Lieberman, en una entrevista al periódico francés Le Figaro concede seis meses de vida política a Bashar, y el portal Debka, un monumento a la desinformación, vaticina una inminente intervención del ejército turco, con instalación de una «zona de amortiguamiento» en la transfrontera del lado sirio (cerca de 900 kilómetros), que cuenta con la bendición hollywoodense de Angelina Jolie (esta vez sin el actor Brad Pitt), la bella «embajadora» de la ONU para los cerca de 10 mil refugiados de la región de Jisr-Al-Shogour (un bastión de 50 mil habitantes de los Hermanos Musulmanes). Cuando los «embajadores especiales» de la ONU intervienen en los campos de refugiados suelen ocurrir balcanizaciones ulteriores.

La prensa iraní se ha confinado a señalar la infracción de un helicóptero turco en territorio sirio y repite la severa condena de Bashar en su tercer discurso contra los «vándalos» y los «saboteadores», quienes ejecutan una conspiración geopolítica contra su régimen (léase: para expulsar a Irán y Rusia de Siria, y estrangular a Hezbolá en Líbano).

La prensa de Estados Unidos (y por extensión, de la OTAN, donde Gran Bretaña adopta una feroz posición maximalista) critica al presidente sirio por no haber aportado un cronograma ni claridad a sus elusivas promesas de reformas: desde el diálogo nacional, pasando por elecciones en agosto (por cierto, muy precipitadas y difíciles de realizar por ser este año el mes del ayuno islámico, Ramadán) hasta cambios sustanciales a la Constitución para abolir el monopartidismo del Baaz (un partido teóricamente laico y socialista) que desemboque en el pluralismo y la libertad de expresión.

Lo interesante es que nadie hasta ahora del lado «occidental» ha exigido el «cambio de régimen» y su dureza retórica se limita a invitar a Bashar a encabezar las «reformas» (léase: hacer las paces con Israel, expulsar a Irán y a Rusia, someter a Hezbolá y, sobre todo, a mi muy humilde entender, el golpe de gracia: privatizar la banca estatal y todo aquello que sea privatizable).

El atribulado Bashar admitió que «no existe marcha atrás» y que las reformas son imprescindibles. El problema radica en su profundidad, su cronograma y, sobre todo, su control.

Si tales reformas son forzadas por Estados Unidos (y sus aliados), el desenlace será la instalación de un gobierno de los Hermanos Musulmanes sunitas, quienes probablemente iniciarán la venganza colectiva contra la minoría hoy gobernante de los «alawitas» (secta esotérica del Islam desprendida del chiísmo), de los cristianos, probablemente de los drusos (otra secta neoplatónica y esotérica del Islam, de carácter monogámico) y seguramente de los kurdos (por motivos que iremos desglosando).

Tampoco hay que desdeñar la participación geopolítica de Rusia, que posee una base naval en el puerto sirio de Tartús.

De todo lo que he escuchado y leído durante mi estancia en Líbano, lo que más me ha intrigado ha sido la supuesta voltereta de Turquía, quien como único miembro islámico de la OTAN ejerce abiertamente las presiones exógenas para la transformación del régimen sirio, lo cual merece un seguimiento puntual en mi próximo artículo.

Bajo la lupa.

 

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