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Mi padre fue emigrante-Andrés Sabella

Yo soy hijo de emigrante. Mi padre nació el 19 de febrero de 1878, de troncos florentinos, en Jerusalén. De niño, anduvo entre calles santas y no resistió la tentación de tocar las campanas del Santo Sepulcro. Era uno de sus orgullos de hombre. Soñaba con ser arquitecto. Pero la pobreza no es compañía feliz y debió emigrar hacia alguna parte del mundo: el azar lo detuvo en Antofagasta y el azar le acercó a un comerciante en joyas, a quien, luego, por trabajo tenaz, continuó. Lo primero que hizo mi padre al sucederle, fue variar el nombre del negocio. Se llamaba Joyería Alemana. El nuevo título era una confirmación de amor a la tierra que lo acogía: Joyería Americana.

Nunca fue hombre de expectaciones. Añoraba los crepúsculos de Tierra Santa, pero concluyó por enamorarse de los atardeceres metálicos del Norte:

-Lo más bello que la vida me entregó –confesaba, sin mentir cortesías- fue la suerte de tirarme, desde un velero, a Antofagasta. Aquí, me hice hombre. Aquí, aprendí lo que sólo en estas tierras se aprende: a vivir en vigilia de coraje.

Se fue llenando de ahijadas y ahijados. “El turquito de la joyería” no demoró en hablar español, en escribirlo, al punto que, de repente, deseando redactar en árabe, se detenía, preguntándose cómo hacerlo, correctamente. Leyó algunos libros. No muchos. El primer “Quijote” de mi vida lo miré en una edición Sopena que guardaba. Ya de viejo, leyó “Ron” de Blaise Cendrars, mientras me cuidaba de en lo que pudo ser agonía, en el antiguo Hospital de San Vicente de Paul en Santiago. El doctor Julio Dittborn le preguntó que le parecía: -Es un hombre y eso bastará para leerlo de nuevo.

Con Julio éramos devotos del novelista de las verdaderas aventuras. Una tarde, viéndolo tristón, Julio le interrogó por la causa de su abatimiento… Mi padre le replicó, lejanos los ojos: -¡Cómo estará la pobrecita!

Creyó Dittborn que sería alguna mujer a la que evocaba:

-No, no, doctor –se apresuró mi padre- La pobrecita es Antofagasta, tan distante, tan olvidada, con sed y sin luz, allá, en la punta del desierto…

Estas palabras determinaron mi resolución de vivir y morir con “la pobrecita”. Y si de morir hablamos, mi padre se estaba lavando las manos, cuando un coágulo de sangre al cerebro aniquiló sus 75 años. Dios lo recibió satisfecho: las manos de mi padre no llevaron una mancha a las suyas.


Andrés Sabella fue uno de los escritores más importantes del Norte Grande, título de una de sus obras y que dio origen a la actual denominación de esa zona geográfica.

Escritor polifacético, dueño de una vastísima producción artística, que abarca prácticamente todos los géneros literarios: poesía, cuento, novela, ensayo, teatro, crónica. Fue además periodista, dibujante, charlista ameno e impulsor de cuanta actividad cultural se realizó durante medio siglo en Antofagasta, ciudad en la que nació el 13 de diciembre de 1912, y donde residió la mayor parte de su vida.

Era hijo de Andrés Sabella, un joyero palestino, nacido en Jerusalén, y de doña Carmela Galvez, originaria de Copiapó.

Hombre vital y exultante, desplegó ilimitados esfuerzos por difundir la cultura, donde quiera que se le solicitaba. A fines de agosto de 1989 fue invitado a dictar conferencias en Iquique. Allí falleció inesperadamente el 26 de ese mes debido a un paro cardíaco. El Norte Grande se vistió de luto. Sus restos fueron trasladados a la Catedral de Iquique y posteriormente a la catedral de Antofagasta, donde todo un pueblo lloró su muerte.

Numerosos homenajes le rindieron en todas partes, especialmente en su tierra natal. Hoy existe una placa en la plaza Petronila Giusti de Antofagasta, una de las principales calles fue bautizada como Avenida Andrés Sabella.

A las pocas semanas de su desaparecimiento. El Instituto Chileno – Árabe de Cultura de Santiago le rindió un emotivo homenaje. Sus restos se encuentran en un mausoleo del Cementerio General de Antofagasta.

En julio de 2012 a iniciativa del senador Carlos Cantero y por aprobación unánime del Congreso Nacional de Chile, el aeropuerto pasó a denominarse «Aeropuerto Andrés Sabella»  en homenaje al poeta.

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